Nacho González se retiró este año de la práctica profesional del fútbol. Lo hizo poniendo a Danubio donde merece y clasificándolo para atravesar fronteras como acostumbra. Llegó al equipo de la franja en 1995 a la preséptima, después de romperla de gurí en el Poco Sitio y en el patio del colegio. Dice que si no fuera por su viejo, que lo llevó a todos lados, quizás no hubiese tenido el destino de 21 años de carrera.

Dice también que la adolescencia alejada de los hechos sociales que te forjan fue dura, que era “el jugador de fútbol” de la clase, el que después del timbre volaba para la práctica y los fines de semana se vestía con los colores del cuadro en vez de la pilcha para la noche. Debutó en la primera división en 2002 y ganó dos campeonatos uruguayos con el equipo de la Curva de Maroñas. Aquello lo depositó en el Mónaco. Las lesiones le marcaron el paso y quizás nunca pudo alcanzar el crecimiento que suponía el fútbol europeo. Sin embargo, jugó también en el Valencia, en el Newcastle, en el Levadiakos de Grecia, de vuelta en España para el Levante y para el Hércules, tras un breve paso por el Standard Lieja de Bélgica. Sostiene, de todas maneras, que jugar en un cuadro grande de tu país es más difícil que jugar en cualquier liga del mundo.

De su pasaje por la selección habla con placer, desde las divisiones inferiores con el emblemático Víctor Púa, hasta una selección de números diez con Juan Ramón Carrasco. Por ser “jugador del Maestro”, dice, vivió intensamente la salida de Óscar Tabárez. El Maestro significó, para Nacho González, instalarse en la selección mayor de Uruguay por cuatro años consecutivos, culminando para él ese proceso en el Mundial de 2010. Del Maestro habla agradecido, igual que de su padre. Cuando jugó en el Valencia se cambió en el mismo lugar que Diego Alonso con una figurita del actual técnico de la Selección pegada en la pared. Desde ese momento hablaban de lo que Alonso puede transmitir a los jugadores, y eso le genera expectativa. Más allá de eso, dice que “hay que tener en cuenta la cabeza de los jugadores”, lo que generan las lesiones previas al Mundial y todo lo que se habla alrededor. Claro, sufrió cosas parecidas. De todo esto habló Nacho González con la diaria, para la serie de mundialistas.

¿Cómo fue el proceso para llegar al retiro de la práctica profesional?

Mucha gente me decía que no deje, que nada te llena como el fútbol. Tengo muchos jugadores amigos y la mayoría tenía ese mensaje. El año pasado estuve cerca de dejar porque terminé mal de la rodilla, tengo artrosis, y las canchas sintéticas hicieron que me molestara. No estaba disfrutando de las prácticas porque no podía entrenar normal. Sin embargo, al final del año me hice un tratamiento de células madre y me fui de vacaciones. En vacaciones estaba rengo, y pensaba: me queda la mitad de la vida y estoy hecho pedazos: las caderas, las rodillas, los tobillos. Este año terminé mejor que el pasado, ya no tuvimos que competir en sintético, pero también terminé más claro: tengo 40 años y estoy sano. Eso me preocupaba mucho, porque a mí me interesa jugar con mis hijos al fútbol, ir a la playa, al jardín. No quiero estar hecho pedazos para jugar un picado. Así que en ese sentido me voy tranquilo.

Foto del artículo 'Nacho González: “No quiero estar hecho pedazos para jugar un picado”'

Foto: Mara Quintero

¿Qué otros sentimientos te abordaron al tomar esa decisión?

Mentalmente estaba bastante cansado. Fueron muchos años, mucho estrés, mucho nerviosismo. Arranqué en 1995 en la preséptima de Danubio, antes jugaba en el Poco Sitio y en el colegio, en la selección de la Liga Palermo, mi viejo me llevaba para todos lados. Mi infancia fue estudio y fútbol, y la adolescencia fue dura, lo mismo: poca joda, fútbol y estudio. Me costó relacionarme, se me hizo difícil hacer amigos, era “el jugador de fútbol”, iba a estudiar y después me iba para la práctica. Eso me quedó marcado; esa etapa en la que el joven disfruta, se divierte, para mí fue dura. En 2002 fue mi primer año en primera y jugué 21 años al fútbol profesional. Te agota el día a día, y más últimamente competir con jóvenes de 20 años, tener que estar dosificando los entrenamientos. Cuando volví a Danubio ya sabía que eran mis últimos años, y pude cerrar con Danubio en primera división y clasificando a las copas. Estoy contento, le agradezco a mi viejo. Es cierto que de joven no tenés muy claro qué querés, y conocí gente que eligió otra cosa y después se lamentó por no haber jugado al fútbol. Mi viejo me acompañó siempre, si no hubiese estado él quizás no hubiese sido futbolista. Por eso digo que el fútbol me quitó muchas cosas, pero me dio muchas otras.

¿Qué significa la presión y cómo va cambiando esa presión según los equipos o los momentos de la vida?

Las lesiones en mi carrera jugaron un papel importante. En 2008 me operé del tendón de Aquiles y en el 2010 de la rodilla. En Danubio fui de menos a más, creciendo, toqué un techo y me fui a Europa. Se suponía que había que adaptarse, seguir creciendo, jugar mejor al fútbol. Y esas lesiones me limitaron ese crecimiento. En 2010 me preguntaba “¿por qué me pasa esto de nuevo?”. Sentía que quizás yo no era para el fútbol profesional. Me generó muchas dudas, pero quería seguir. Pude seguir, tuve también muchas lesiones musculares que te sacan continuidad, te sacan confianza, te sacan el puesto. Lo primero que perdés es el puesto, y en Europa hay mucha competencia. Siempre volvés con un poco de miedo de las lesiones musculares, midiendo los movimientos. Entonces quizás no llegué a mi mejor momento futbolístico en Europa, pero después fui entendiendo que hay cosas peores. Empecé a aceptar esas lesiones y eso me permitió jugar hasta los 40 años, por terco y orgulloso.

Con las presiones, me pasó que jugaba un amistoso y el nerviosismo y la ansiedad eran lo mismo que una Copa del Mundo. Lo hablábamos con Juan Manuel Olivera el año pasado, los nervios que tenía antes de jugar un partido en la segunda división con cuarenta años. Quizás de joven me quería divertir, pero enseguida me di cuenta de que esto es fútbol profesional: la prensa que te mata, el fanático desconforme, el técnico de mal humor. Entonces siempre jugué con nerviosismo, con ansiedad o con presión. A mí Wanderers me hizo muy bien porque es una institución muy familiera. Jugué en cuadros importantísimos en el exterior, pero siempre dije, y lo sostengo: lo más difícil es jugar en tu país en un cuadro grande. En el día a día estás en contacto permanente con un hincha de tu cuadro o del rival. Y tanto si te alaban o te critican, los que peor la pasan son los familiares. Mi vieja de repente va a la feria y el feriante le dice que su hijo fue un desastre. Nosotros lo vamos aprendiendo en el camino, pero sufrís a raíz de lo que sufren los más cercanos. En ningún lado del exterior se vive como acá. En Mónaco, en Bélgica, en Grecia, no tenía idea de si el diario me estaba dando para adelante o si me estaba matando. En Valencia sí estábamos más expuestos, pasaba cualquier cosa y salía en la prensa.

¿Hiciste algún trabajo específico para manejar las frustraciones y las presiones?

Soy como una montaña rusa, puedo estar tranquilo y explotar, esa es mi forma de ser. Eso me llevó por momentos a lesionarme, por ser muy ansioso, por pensar tanto lo que podía llegar a pasar, o por ser muy estricto en determinadas cosas. Eso está en mi historia, son debilidades que al mismo tiempo son fortalezas. Me lesionaba y pasaba un par de días angustiado, pero volvía con todo a hacer la recuperación. Cada vez se habla más de la salud mental. En mi segunda lesión, la rodilla en el Valencia, que la sufrí mucho, vi que tenía que trabajar con alguien para sacarme el miedo, para recuperar la confianza. Trabajé con un psicólogo y me hizo muy bien, para sacarle el estrés que significaba volver a entrenar sin pensar que me iba a lesionar. Acá en Nacional también trabajé más esporádicamente con psicólogos, con algunas técnicas de relajación, porque siempre la tiramos para el deporte, pero está la vida al lado, la familia, y capaz que la cosa va por ahí.

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Foto: Mara Quintero

¿Cómo valoras tu experiencia en la selección uruguaya?

Jugar en la selección es lo máximo, y cada vez que me puse la camiseta o fui a entrenar a la selección fue un placer. Empecé en las inferiores con Víctor Púa, una etapa muy competitiva, no llegué a jugar una competencia oficial juvenil. Lo primero fue un preolímpico sub 23 con Carrasco, en 2003. Llevó muchos números diez y los probaba en distintas posiciones, Malaka (Jorge Martínez), el Pollo (Ruben Olivera), Daniel Hernández, que jugaba de lateral. A Carrasco lo sacan después del partido con Venezuela, yo no había estado en el plantel pero sí había formado parte de la preparación. Fue una etapa hermosa, la primera experiencia oficial con la selección. Jugué de capitán unos partidos en Euskadi, fue muy lindo. Aprendí mucho de Carrasco. Después vinieron entrenadores interinos, y después Jorge Fossati. Pero recién empecé a estar más en cuenta cuando vino el Maestro en 2006. Fue una etapa de instalación en la selección. Estuve cuatro años, jugué la Copa América de 2007, perdimos la semifinal con Brasil por penales. Ahí, de alguna forma, empezó el proceso que yo culminé en 2010 en el Mundial. Mucha gente me dice que el Maestro me puso en el primer partido del Mundial y después no me puso más, pero yo estoy muy agradecido con el Maestro.

¿De qué manera viste la salida del Maestro previo al Mundial de Catar?

El Maestro desde que llegó quiso profesionalizar la selección, mejorar el Complejo Celeste, viajar en primera clase, algo que estuvo muy conversado, los dirigentes no lograban entenderlo. Todo lo que hizo el Maestro lo hizo a favor del jugador de fútbol. Al principio recibió muchas críticas, esa Copa América del 2007 fue bisagra. El plantel empezó a cambiar. Buscó perfiles profesionales y humanos y sobre todo armó un grupo sano, que para él era fundamental y lo marcó desde un principio. Hace poco veía algo de [Lionel] Messi hablando de la Copa América que ganaron y destacando al grupo. Si Messi lo destaca, yo también lo destaco. A eso hay que sumarle el sentido de pertenencia. Viví muy intensamente la salida del Maestro y la llegada de Alonso. En su momento me pareció una locura, faltando cuatro partidos. Después al equipo le fue bien, se notaron algunos cambios, entonces parece que todo estuvo bien, pero en el momento fue difícil. Por ser jugador del Maestro y porque nos había clasificado a los últimos tres mundiales ¿por qué no habría de clasificar a este?

¿Cómo vivís esta previa al mundial a falta de tan pocos días?

Ahora en esta etapa no siento tantos nervios, porque me siento alejado al haberme retirado. El mundo del fútbol está preocupado por cómo llegan los jugadores al mundial, y me imagino el momento que viven esos jugadores cuando les tocan los últimos partidos en sus ligas antes de sumarse a las selecciones. Hay que tener en cuenta la cabeza de los jugadores. Tenemos una muy buena selección, jugadores como [Federico] Valverde, [Rodrigo] Betancur y [Ronald] Araujo, que son unos cracks, con el momento de [Luis] Suárez y [Edinson] Cavani, que no es lo mismo que hace cuatro u ocho años, pero que no se discute de lo que son capaces. Alonso jugó en el Valencia, y cuando yo llegué me cambiaba en el locker que él había usado, donde estaba su figurita pegada; incluso recordaban todos sus locuras, pero también esa cuestión mental que transmite. En estos partidos se vio su carácter, el equipo rindió y logró resultados. Estamos expectantes. Es raro, evidentemente, que elijan Qatar como sede, con lo que se vive en esos países, que no lo vivimos acá. Pero en definitiva es todo económico, tienen los estadios, la capacidad y lo hacen porque la FIFA lo permite. En Rusia también pasaba de todo, un lugar para nada liberal, incluso cuatro años después de un mundial están en guerra con Ucrania. Esas cosas cuesta entenderlas, pero al mundo del fútbol lo domina el poder económico.