Alguien dice que es el más vivo de los muertos, alguien que es el más humano de los dioses. Él dijo que era de la gente y el pueblo dijo para siempre. Hay quien dice que es un familiar que se le muere a todo el mundo. Hay quienes lo defenestran hasta que lo entienden y hay quienes lo amamos sin explicaciones. Hay quienes no lo entienden y lo siguen defenestrando. Dice el poeta Rodrigo Mundini: “De todos los diegos posibles, despido al que fue jugando, después a todos los otros, los voy a seguir pensando”. Quizás pensar a Diego sea pensar a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nosotros mismos los varones que escribimos, que adoramos con cuestionamientos, que pretendemos habitar –a decir de Mónica Santino– “esa zona dolorosa de la deconstrucción, esa imagen terrible que devuelve el espejo”. Se pregunta la futbolista, “¿habría estado el Diego del lado de los feminismos populares?” ¿De esa “música” –dice Santino– que tuvieron sus últimos años?

Existe una entrevista para una cadena sueca de 1990, con el Diego haciendo jueguitos con una mujer donde se le pregunta qué piensa del fútbol femenino: “Me da mucho, mucho placer. Soy presidente honorario de un equipo de fútbol femenino. Y tengo que decir que es increíble cómo juegan al fútbol”. El Associazione Calcio Femminile Giugliano era un equipo femenino de Giugliano in Campania, un municipio ubicado en el noroeste de Nápoles con los colores de Boca. Uno de los varios encuentros entre Diego y las jugadoras fue cuando ganaron la Coppa Italia, venciendo a los equipos del centro-norte. Entre ellas, famosas como Conchi Amancio (Concepción Sánchez Freire, cuya foto con Maradona se viralizó años después) y Antonella Carta, la histórica número 10 de la selección italiana. Quizás por eso alentó a la creación del fútbol femenino en un lugar tan difícil e inentendible como el oriente, donde va a parar el Mundial esta edición. Alcanzó a manifestarse contra el aborto cuando los pañuelos verdes empezaron a flamear, y sus hijas que le moldearon la sensibilidad con dolor y política, se pararon al frente con su fama por los derechos de las pibas argentinas. También flameó con los pañuelos blancos de las abuelas, un legado que Messi asumió tímidamente.

Como un buen macho de barrio argentino nacido en los 60, también hay un párrafo de contradicciones, la jerga misógina, los hijos reconocidos tardíamente, las zonas violentas del escabio y la falopa. Además, las turbias convivencias con tiempos de Menem en el gobierno del país y Macri en el de Boca, la camiseta de Domingo Cavallo, y por otro lado, bancar a los olvidados jubilados, jugar un partido en el barro de un barrio de Nápoles porque se lo pidió un pibe y a pesar de Ferlaino, ganarle un picado a muerte a un niño sin miembros después de una práctica con el Al Fujairah, volver a su casa en Fiorito con Kusturica y ponerse a ver la tele, colgar de todos los balcones del mundo gritando por la patria y por Boca, comprometerse a dejar la falopa sólo por otros y otras, nunca por él, sólo por hoy, “Sol sin drogas”.

La imagen en Rusia 2018 iluminado por el único rayo de sol, abrazándose a sí mismo, como poseído por todas las noches de joda y por las pastis y el espumante, es una imagen religiosa. Todo lo humano de un varón de los 60 moldeados por el dolor de sus hijas, por la sustancia, por ser una esponja de sensibilidades y de champán; esa imagen humana injustificable, cuestionable, enmarcada en paradigmas que hasta ahora que escribo me acechan, a la vez venerado por hombres y mujeres, escrito por nóveles, cantado por terrajas eternos como él. Cuánto nos hace hablar el Diego, en la alabanza, en la denuncia, en la falta. Cuánto nos falta el Diego. ¿Qué haría un Diego en Catar? ¿Andaría a los chupones para desafiar a los jeques? ¿Posaría con una de Versace con los colores de la diversidad? ¿Criticaría a Infantino por la decisión de la localía? ¿Se drogaría una noche hasta las patas para amanecer en un antro catarí de la mano de alguien que lo lleve al estadio? ¿Hay antros en Catar para un Diego espiritual?

¿Se preguntaría el Diego si es bisexual en las nuevas nomenclaturas? O al menos, ¿le pondría nombre a tanto beso con varones? ¿Se animaría a preguntarse cuán diverso ha sido y a transformarse, nunca del todo, en esa imagen del espejo de Mónica? ¿Nos responderá algún futbolista que se mande una maradoniana pero por los derechos de las mujeres y la colectividad LGTBI? ¿O ya no quedan vestigios en cancha de aquellas demencias estéticas y aquellas puteadas maestras a los poderosos? Es cierto que hay intentos corporativos, otros personales no masivos. También es cierto que el Dibu Martínez no es de los 60, pero hace un gesto de cogerse a alguien violentamente para festejar un penal ¿Es eso lo que tenemos para decir políticamente en la cancha?

A Sadio Mané le fue otorgado el premio Sócrates por primera vez de manos de su hermano Raí, un premio que atiende lo social. Raí, antes de dárselo, hizo la L de Lula con los dedos, días antes de las elecciones que por Diego, digo por poco, ganó el dirigente sindical. Es cierto que Neymar hizo lo contrario, en su espejo sólo hay moñas y gel. Estamos pendientes de la cancha. Vivimos así desde hace siglos. La cancha habla como poetas, es un libro abierto marcado con una flor muerta, un disco sonando a guerra, una película velada, una lágrima escultural, una sonrisa pintada. Catar se nos viene arriba. ¿Por qué no te quedaste para siempre, Diego?