El primer Mundial que jugué a plena conciencia, con candente pasión, figuritas, lectura, radio y televisión fue el de 1970. Ya estaba en cuarto año, era mi segundo año montevideano, el patio de la Simón Bolívar era una maravilla de moñas sueltas, pelotitas de papel, las carteras como arcos de la Amsterdam y la Colombes, y las maestras, campana en mano, con más mal humor que el Turco Marino.

Los Reyes habían iniciado conscientemente la saga de maravilla dejándome una celeste con cuello, pantalón y medias negras, y unos botines Goleadores de Funsa. El año fue avanzando con la enorme sapiencia de iniciación de mis padres y del Óscar, el mejor diariero del mundo, que me traía todas las semanas 100 Años de Fútbol. Por supuesto que a full con las figuritas de México 70 que, en la tapa del álbum –de figus que ya se pegaban con goma, transparente y líquida-, tenía un falso Juan Martín Mujica volando en palomita vistiendo de celeste, e Ídolos 70, el otro álbum con una tapa de gran diseño que, sobre un fondo celeste con unas franjitas blancas, tenía un México en letras que los diseñadores y arquitectos de la época podrán ayudarme a definir, modelo Adidas digamos, y un 70 espectacular compuesto por las banderas de los 16 participantes. Y ya sabemos que a la botijada las banderas y las capitales de los países nos podían en esas épocas de ahorcado, ceritos y tutti frutti, y mucha, pero mucha vereda.

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Además de ser mi primer mundial de verdura fue para el Uruguay el primer Mundial que llegó televisado en vivo y en directo. No fue por cierto algo perfecto porque las dificultades de las transmisiones se trasladaron a dificultades de recepción en los montevideanos. Aquellos viejos televisores blanco y negro eran los cines de nuestras vidas y durante el horario escolar no hacíamos más que hablar y combinar acerca de cómo veríamos el partido aquella noche. Mi barrio empezó mal y un apagón impidió a decenas, centenas o tal vez miles de nosotros ver el partido. Zulma, una vieja maestra de mi madre que vivía camino al Mercado Modelo, fue la que salvó mi ataque de ansiedad y allá marchamos todos en el Chevrolet 38 a la casa de Zulma y a ver aquel primer partido en el que Uruguay le ganó 2 a 0 a Israel, pero con el enorme peso de la lesión de Pedro Virgilio Rocha.

Entre figuritas, amagues a lo Cubilla, quites con la limpieza de Atilio Genaro Ancheta, deberes y partidos en la vereda, vimos el empate con Italia, que significó la clasificación y la derrota al final con Suecia, esperando los cuartos de final con la Unión Soviética, los rusos, los que un año después se iban a llevar a los niños uruguayos si el Frente Amplio, creado unos cuantos meses después, ganaba las elecciones del 71.

Aquel domingo de los cuartos de final, sería el primero de los momentos mundiales de mi vida. Una expectativa tremenda y un menosprecio no menor: resulta que el partido no se vería por TV porque el único satélite en donde podía rebotar la imagen para triangular una televisación iba a ser usado para Brasil-Perú. A escucharlo por radio.

Solé sonaba en la radio. Mi viejo cuando muchacho había llorado al lado de la cantora escuchando a Don Carlos en Maracaná, y en Berna, y entonces él mandaba en la radio del viejo Chevrolet 38. Fue en la Plaza Independencia entre el Palacio Estévez y el esqueleto del planeado Palacio de Justicia, cuando el Negro Cubilla se la operó con bisturí al ruso que durmió la siesta. Don Carlos la vio toda y nos avisó: ahí estaba Espárrago que con potente y perfecto heading -de cabeza-, a la manera de un centroforward anotara, en el alargue, el gol que ponía a Uruguay en semifinales para enfrentar a Brasil.

¿Por qué no eran más cautos esos mayores de saco, corbata y sombrero de fieltro que nos manijeaban despiadadamente a los niños haciéndonos acuerdo que Uruguay desde el comienzo de los mundiales era campeón cada 20 años? 1930, 1950, y 1970?

El partido con Brasil lo vimos en casa. Yo estaba en un banquito de madera en primera fila contra la vieja TV Sonotone; cuando nos pusimos 1-0 y a los brasileños les vino sarpullido, mi madre dijo: “ahora sí que no les ganamos más” ¿A razón de qué nos sacaste así mamá, si vos tenés menos fútbol que la Antártida? ¡Qué mufa! Yo era un guacho de 9 años, profundamente irracional, bisnieto de napolitano de los que hacían cuernitos, tocaban madera y escupían de costado para evitar los males, y me banqué como un duque hasta el final del partido que no se lo empatamos de asco, y me agarré una luna de aquellas.

Creo que no le di mucha importancia al baile que le dimos a Alemania en el partido por el tercer puesto, porque en ese momento los millonarios de gloria de mis mayores decían que salir tercero no servía para nada.

Llené ocho páginas del álbum de México 70 y me lo sellaron y me gané una pelota 5 Aros.

¿Quién se puede olvidar de su primer Mundial?

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