Hubo un futbolista que dijo que el olvido es lo que más duele, cuando ya se estaba olvidando de sí mismo. Hay un contexto de orfandad que mucho tiene que ver con el olvido. Con el olvido de nosotros mismos, de lo hecho, del pasado, y con la posibilidad de olvido del propio presente. No sólo distraídos por otras galaxias, sino a la vez olvidados de nuestros propios brillos. Acaso un caño de Suárez contra la raya como para decir “soy de barrio hasta en el ocaso”. Olvidemos todo. Un gobierno envuelto en dudas por ciertos delitos inéditos, con quien algunos hasta selfis, es un contexto de quilombo en casa. Los quilombos en casa se notan cuando las infancias juegan. Y no se precisa morir para dejar huérfanos.

Aunque estos cracks ya no sean ni infancias, ni pobres, y entonces la metáfora caiga, lo cierto es que durante la era Tabárez, contemporánea con la era progresista, el fútbol uruguayo curtió transformaciones, o bien impulsadas por la sociedad, o bien permitidas por un contexto político, o bien enraizadas en nombres, detrás de los cuales hay anónimos y anónimas fundamentales.

El contexto de gobierno de derecha no hace más que confirmar miserias que el pueblo volvió a elegir más allá de la propia historia, de la historia vecina con el macrismo o la cruenta gestión bolsonarista. Entre esas miserias, se entregó al fútbol. La salida del Maestro Tabárez está permitida por un contexto de gobierno de derecha. Y la consecuencia de tal acción que significó el fin de una era donde miles de niños y niñas volvieron a ser hinchas de la celeste es una piña al VAR que odiamos, pero que también se combate con fundamentos y que además es la punta de un iceberg quebradizo en un whisky malo.

Al fin y al cabo todas las decisiones de la FIFA o las avala el jugador callando o las transforma con gestos. Así la instalación del VAR llegó para quedarse, y con ella el supuesto fin del criterio. Igual la máquina pierde consigo misma, marcar fuera de juego por una mano estirada más allá de la línea, no cobrar un penal o ni siquiera revisarlo, o admitir tardíamente una falla crucial, tan sólo explica que seguimos en la misma pero con el panóptico brutal de la cámara. Encima hemos perdido la emoción de gritar los goles, eso también es una forma de orfandad.

Es falso de todas maneras decir que el VAR nos dejó afuera, cuando dos referentes dicen al aire del mundo que “las explicaciones tácticas hay que pedirlas al técnico” o que “no salimos a ganar el partido”, como dijeron Cavani y Giménez respectivamente. Somos nuestros propios rivales. Sin dudas influyó la suerte y el criterio arbitral amparado por un juguete de la FIFA que es la juguetería más cara del mundo donde te atiende un muñeco de los que dan miedo; pero nos deja afuera sacar los trapitos al sol. Y los contrarios, que también juegan; de nuevo nos dejan afuera otros pueblos futboleros castigados, la Corea de Son, la vieja y querida Ghana y su teoría del llanto invertido de Luis.

Es cierto que “los ídolos están en casa”, como dijo un tal Maradona, pero también es cierto que no se puede zafar de que los pibes y las pibas se quieran vestir con tu camiseta. Hay toda una gestión política por hacer, o se corre el riesgo de vivir más en memes que en reivindicaciones. El fin del Maestro fue el fin del amparo. No hay que esperar a quedar afuera para decir que la FIFA es el enemigo, porque la FIFA es el enemigo siempre. Pero la cancha es un lienzo y no sólo se estampa con coreografías gloriosas, sino también con reivindicaciones que la gente está esperando que hagas. A Messi le costaba hasta cantar el himno, hablar sin buscar en el suelo las palabras, poner el cuerpo en juego sin pelota y sin partido. Hoy en día se ha manifestado con las Abuelas de Plaza de Mayo, ha pedido también por Julio López, canta con fuerza que es inmortal el grito sagrado y balbucea canciones de cancha sacudiendo la camiseta. Para nuestros capitanes parece que en Uruguay no pasara nada, nunca se han referido a ningún tema de los que nos concierne como sociedad. No hay ni desaparecidos ni muertos por la Policía. Ni que hablar del tema de la lucha de la comunidad LGTBIQ que también es de barrio, y de derechos como un caño. ¿No daba para una amarilla por el brazalete diverso pero sí para amarillas por protestar a un juez amparado por las cámaras de un neoliberal?

Alonso se aleja en silencio. Vivió un sueño despierto. Habitó el chusmerío con prevalencia, hizo su trabajo, hizo lo que pudo. Permitió que las ventanas del vestuario quedaran abiertas y se escuchara un poco de todo, eso se paga. Los futbolistas referentes terminaron el Mundial con expedientes abiertos por insultos y violencias contra árbitros y funcionarios del hampa legal. Puede que no sea su responsabilidad directa, pero es el que arma el baile. Se esperan sanciones severas, la empresa se agarra de la letra chica; de traje algunos discuten y negocian, los futbolistas vuelven a sus casas.

Revisarse es darse la chance de olvidar aquello que fuimos. Olvidarse de nosotros mismos entonces puede ser una luz, pero sin dudas, como dijo el futbolista, es lo que más duele. Olvidarse es un paréntesis donde guardamos lo que no queremos volver a ser. O es una enfermedad. O es volver a elegir lo peor.