La alegría, tal vez la enorme alegría, de estos seis puntos obtenidos por la selección uruguaya bajo la conducción, acertada y efectiva, de su nuevo entrenador, Diego Alonso, es una sensación muy grata y reparadora para el pueblo uruguayo.

Los futbolistas elegidos por el nuevo entrenador han estado a la altura de las circunstancias y sus dos únicas innovaciones en cuanto a nombres –Facundo Pellistri y Maximiliano Olivera– han sido figuras. El resto, a excepción de Sergio Rochet, a quien la lesión de Fernando Muslera le dejó el arco libre, fueron jugadores del cerno de la extensa y exitosa trayectoria de Óscar Washington Tabárez y, a excepción de Ronald Araújo, que llegó a la celeste mayor en plena pandemia, tienen decenas de partidos encima.

Con 22 puntos (16 conseguidos con Tabárez y seis sumados por Diego Alonso), la selección uruguaya ha vuelto a quedar en puestos de clasificación a la fase final del Mundial de Catar 2022, como lo estuvo en estos difíciles últimos dos años atravesados por la enorme distorsión de vida generados por la pandemia de la covid-19, a excepción de los partidos en línea generados por la modificación inconsulta y antideportiva del calendario, ante Argentina, Brasil y Bolivia en La Paz.

Es imposible realizar el ejercicio contrafáctico de saber cómo estaríamos ahora mismo si esos partidos se hubiesen jugado en tiempo y forma, como se habían programado, es decir separados en el tiempo y en la sucesión, intercalados con muchos otros partidos. Pero sí nos podemos aproximar a que en estos dos brillantes encuentros al mando de Diego Alonso vimos la cara más parecida a la mantenida por muchos años y partidos dirigidos por Óscar Tabárez.

¿Es posible pensar que con el Maestro se hubiese logrado la misma gestión y acción, teniendo en cuenta que el colectivo fue casi el mismo, y también hubiésemos vuelto al sitio de clasificación que sólo perdimos en tres partidos? No hay respuesta, ni la habrá. Hay una constatación: Diego Alonso y sus futbolistas pudieron retomar el éxito con una línea de trabajo que sin dudas es virtuosa y personal para el nuevo entrenador y su cuerpo técnico, pero que no se apartó en espíritu y en acción de la de los últimos 15 años.

La vuelta al Centenario con gente y el equipo que nos une después de una eternidad de tiempo nos recreó un ambiente y un espectáculo –no el de las lucecitas que prenden y apagan como si estuviésemos en la final del Super Bowl- que era el que esperábamos de acuerdo a nuestra experiencia forjada en este siglo. Vimos al Uruguay que veníamos viendo, pero sin Tabárez.

Con Diego Alonso exitoso, medido y adornado por la sensatez de sus elecciones particulares –jugarse con Facundo Pellistri de puntero y reforzando una línea de cuatro, especialmente articulada para la defensa- y su postura, tanto en el partido ante Venezuela como en el juego en Asunción, en el que sin dudas Uruguay también se pareció al que nos habían acostumbrado Tabárez y sus futbolistas, que además, son estos mismos jugadores.

Lo inadmisible

Dentro de esta alegría, ha surgido sin embargo un rumor maledicente, e inadmisible, que festeja o denuncia a medias tintas el ir para atrás de los jugadores en los últimos partidos de Tabárez para que lo echaran.

La especie, realmente inadmisible, pienso que tiene vectores ruines y malvados que diseminan la idea entre un público especialmente desinformado de este tipo de acciones en particular, que además, adecuándose a sus principios morales y éticos, les resulta verosímil. Con los medios sociales es mucho más fácil, y también más inmoral, más perverso.

Como en la película polaca Hater (2020), el odio en tiempos de fake news se agrava y se usa con el sentido que quieren sus promotores para encastrar y limpiar el camino hacia sus objetivos.

Es prácticamente imposible que cualquier colectivo en competencia procure su propio mal para sacarse de encima a alguien. Menos aún un colectivo conformado, creado y cuidado en armonía por la o las personas a las que aparentemente se quieren sacar de encima.

Mucho menos aún cuando ese mal representa una pérdida económica que puede ser inmensa en lo inmediato, y a futuro: no esforzarse y no lograr el objetivo significa para cada una de estas personas, se llamen como se llamen y estén donde estén, una incalculable pérdida económica en el ahora – los premios por clasificar al Mundial- y otra a futuro por la inevitable pérdida de cotización en lo personal.

Asimismo, es un gratuito e innecesario ataque al deporte, al fútbol uruguayo, y por sobre todas las cosas a los futbolistas, a estos futbolistas, que son los mismos que nos han brindado las alegrías más grandes de este siglo.

En Hater, Tomasz Giemza, a través de las plataformas sociales impulsadas por una granja de trolls, utiliza el negocio de la difusión de noticias falsas y odio para acosar, desprestigiar y descalificar a personas públicas. Vemos, como en la vida real, que es posible, y que al final todos terminamos comiendo de ese táper pestilente.

No dejemos que nos ganen, aferrémonos a esta alegría, hagamos lo que esté a nuestro alcance para que no sea circunstancial, por Diego Alonso, pero fundamentalmente defendamos nuestra vida, nuestra ética y la de aquellos que nos representan por valores y virtudes que nos han servido de modelo.