Miles de banderas. Miles de personas desafiando cualquier obstáculo. Ellos están con las mismas ganas que estarían en los mejores momentos de sus vidas. Y este lo será. No ha importado la coincidencia con el horario laboral de miles de ellos, ni la dificultosa locomoción para llegar.

La alegría, la enorme e inconmensurable alegría, de la clasificación de la selección uruguaya bajo la conducción, acertada y efectiva, de su nuevo entrenador, Diego Alonso, es una sensación muy grata y plenamente reparadora para el pueblo uruguayo. Los futbolistas elegidos por el nuevo entrenador han estado a la altura de las circunstancias, y sus dos únicas innovaciones en cuanto a nombres –Facundo Pellistri y Maximiliano Olivera– han sido figuras. El resto, a excepción de Sergio Rochet, a quien la lesión de Fernando Muslera le dejó el arco libre, fueron jugadores del cerno de la extensa y exitosa trayectoria de Oscar Washington Tabárez, y a excepción de Ronald Araujo, que llegó a la celeste mayor en plena pandemia, acumularon decenas de partidos.

No sabíamos, aunque lo sospechábamos, que la gente que se agrupa de a once, que viste de celeste y que nos representan como pocas cosas puedan representar a Uruguay también nos necesitaba para poder ser lo que son: parte de nuestros sueños en la construcción colectiva de nuestro imaginario popular, y que se decodifica en un coro que vuela coreando soy celeste.

El día que clasificamos otra vez

Una de las ventajas que tenemos los y las futboleras es que nos apoyamos como referencia histórica en partidos, campeonatos, jugadas, goles, para referenciar un momento, una instancia.

Una de las ventajas que tenemos quienes nos dedicamos al periodismo y a la crítica y opinión de manera escrita y secuenciada en papel o en medios electrónicos es que podemos ir a esa esquina a buscar ese recuerdo, pero también qué pensábamos o qué proyectábamos en aquel momento.

Este viaje para mí empezó hace cuatro años. Tal vez para ustedes también.

Utilizo el recurso sin apoyarme más que en mi recuerdo y me siento en la tribuna de prensa de Sochi, apenas una estación antes del trunco destino, parado en el pupitre, gritando “¡Uruguay nomá!” y llorando porque hay algo que sigue vivo.

“Es muy difícil de definir. Es una sensación agradable, placentera, pero la tensión te lleva hasta límites con la frontera de lo insoportable. Al fin y al cabo uno no está analizando las prestaciones de un colectivo o de los dos, de un jugador, de 11 o de 22, sino que el sincretismo futbolero patria, ese vinculo entre los futbolistas de ese lugar donde nací, nacimos o nos criamos y nosotros, expresado a través​ del fútbol en su más trascendente contienda mundial, nos mueve todo”, pensaba, escribía en ese momento, en el que mi ombligo me conducía a una ilusión sin par: ser campeones del mundo.

Es más difícil ubicar qué pensaba antes de que empezara esta clasificatoria. Es más difícil, porque no hay un partido, un gol, una práctica que nos refuerce el contacto con el recuerdo. Estábamos colapsados por el miedo al covid, y más allá de pensar en un improbable –por la condición económica– viaje a Catar, quedaba mucho tiempo para soñar con el Mundial.

¿CómoSePideAguaCalienteEnCatarí?

A muchos nos movía una idea, la de concretar cuatro presencias consecutivas en las fases finales de un Mundial, apoyado en un pensado sistema de trabajo y promoción.

Antes del primer partido con Chile, en el Centenario vacío, en Garra hablamos con Oscar Washington Tabárez acerca de cómo proyectaba ese momento tan raro: “Si tuviera que definir con una palabra este momento, sería incertidumbre. Dada la corta preparación y los problemas logísticos que hemos tenido. No sabemos qué nos vamos a encontrar con toda esta situación inesperada. Tenemos un equipo que tiene su historia, vamos con pensamientos positivos, pero preparándonos para que cualquier cosa que pase en el campo no nos sorprenda. Es un equipo con historia y que mantiene un perfil. Ahora hay jugadores que tienen un liderazgo y que pueden aportar mucho a los más jóvenes. Pero nos preparamos para lo que sucede en el campo y siempre buscamos encontrar las respuestas en la cancha. Y rememorar las cosas que hemos hecho en la planificación”, dijo dos años atrás el entonces y por 16 años director de las selecciones nacionales.

“Nosotros hemos establecido la manera de trabajar, que las selecciones juveniles fueran el gran surtidor. Todo proceso precisa su tiempo. La edad de la maduración es a partir de los 22 a 25 años. Hay que tener mucho cuidado porque no hay magia en esto, se necesitan historias que vayan transcurriendo los futbolistas”, dejó picando muchas, muchísimas veces el antecesor de Diego Alonso.

Después recuerdo el ingrato y penetrante momento de llegar al estadio vacío, frío y vacío, para arrancar la eliminatoria, que fue transcurriendo en esa amarga soledad con hisopados, casos positivos, triunfazos y feas derrotas, que durante toda la eliminatoria, a excepción de dos fechas, nos mantuvieron en zona de clasificación, que en definitiva era lo que ustedes, nosotros queríamos. Eso, esto, clasificar, y pensar en el mañana.

Hay mañana.