En un estadio a 100 kilómetros de la metrópoli un comunicador traslada desde una supuesta y casi segura masividad cuál será la respuesta emocional y colectiva de los hinchas y vecinos si el equipo sale campeón. Se lo hace a una audiencia de personas mayoritariamente aficionadas al fútbol que están mirando algo que conocen, o con lo que inmediatamente van a conectar, porque fútbol y emociones es como volver a andar en bicicleta. El comunicador dice que si ganan el campeonato habrá festejos, alegría y caravana por las calles de la ciudad.

Está en Uruguay y el dato es por lo menos sospechoso, a menos que entienda que está hablando para una audiencia de Montevideo -que es Uruguay, pero otros creen que es otro Uruguay- y que entonces hay que explicarles que cuando en Salto, Mercedes, Paso de los Toros o Melo se festeja un campeonato, se festeja con cuetes, caravanas, bocinazos y alegría; igual que en Madrid, Múnich, Rabat y Fortaleza.

Ser campeón es la gloria, y entonces está hablando de la trascendencia de alzar la copa del Este, del Sur o la del Litoral.

En otro lugar, también a poco más de 100 kilómetros de la metrópoli, apenas unas horas antes, un joven veinteañero encabeza una selfi con otros veinteañeros, juntos como 13 años atrás, aquella vez en la escuela de túnica y moña, hoy como para ir al baile, uniendo los títulos de campeón con la gente, que en esos lugares donde no es la metrópoli son los tíos, el de la barraca, los primos y aquel que estaba en el 5º Científico sudando la camiseta siguiendo el trillo de otros vecinos.

En otro pueblo, casualmente también a un centenar de kilómetros de la gran metrópoli, que por la vía de los hechos se convierte sin querer serlo en el país, la intendenta del departamento se arrima a las redes sociales para saludar a los campeones.

Lejos, muy lejos de la metrópoli, pero nunca lejos de los sueños de alguna vez volver a dar la vuelta olímpica, miles de personas contadas en largamente más de una decena de miles vuelven a poblar el cemento. Sólo los que son mayores de 30 pueden haber vivido con cierta plenitud el único título del Litoral: fue en 1994 y además ni siquiera fue en el viejo Paiva Olivera, que ese mismo año afrontaría su excepcional reconstrucción que lo convirtió por muchísimos años en el segundo estadio del país.

La celeste de Rivera nunca había visto desde la cancha una vuelta olímpica ante tanta gente, y varios de esos miles ven la camiseta de su pueblo por primera vez en lo más alto.

Fiebre de sábado a la noche

Estadio Atilio Paiva Olivera. Capacidad desde su reinauguración: 27.172 personas. Como la población de la ciudad de Rivera es de poco más de 70.000 habitantes, llenando dos veces el Paiva y medio aforo más estarían todos los riverenses. El sábado, a excepción de la tribuna Avenida Italia, estaban todas bien ocupadas, y dos de ellas absolutamente ocupadas, por lo que es lógico pensar que había bastante más de 10.000 aficionados, con las entradas que a 200 pesos habían vendido los propios jugadores en un puestito armado en la vereda de la calle Sarandí, en la plaza Artigas, que como buena plaza de pueblo alberga la Intendencia, la Policía, el banco y la iglesia.

Después de 28 años sin ser campeón, el conjunto riverense venía con una singularísima expectativa tras haber jugado y ganado la primera de las finales ante el linajudo Tacuarembó, de visita en el viejo clásico del Norte definiendo el Litoral. Aquel triunfo en el Goyenola aseguraba que lo peor que le podía pasar a Rivera era extender la definición hasta el alargue: así fue en los 90’, ganó Tacuarembó 1-0 con gol de Carlos Morales en el primer tiempo. En la segunda parte no pudo el equipo riverense empardarlo y hubo que ir al alargue, y fue ahí cuando sólo faltaban cinco minutos para irse a los penales, que Natanael Tabárez la empujó al fondo de las redes y con ese toque convirtió la frustración de un pueblo en alegría, y rompió el hechizo para que Rivera fuera por segunda vez en su historia campeón del Litoral, donde se unió en 1992 después de muchas noches y vueltas en el Norte y el Noreste.

Sierras y sueños

También el sábado, pero un poquito antes, el Juan Antonio Lavalleja de Minas, el Teatro de las Sierras, se vistió de fiesta con la enorme expectativa de volver a la gloria tras 13 años de sequía. Como si fuera una fiesta de 15, que la era, en la entrada principal, por la calle Lavalleja, una red sostenía y daba centenas de globos rojos, azules y blancos con una invitación que decía “retire su globo y póngale color al Lava”. Lavalleja, después de haber ganado en Treinta y Tres 2-1, iba por su título del Este número 15, y lo logró volviendo a ganar 2-0 con anotaciones de Lucas Espinosa y Pablo Andrich, en otra gran demostración de comunión con el pueblo serrano, que festejó como se debe un nuevo título del Este.

Hay que sacarse el sombrero

La segunda década del siglo XXI hace honor al Casto Martínez Laguarda de un siglo atrás, cuando el político y deportista josefino acompañó las primeras grandes glorias del fútbol uruguayo. El estadio de San José está lleno de maragatos con ganas de ver otra vez un campeón del pueblo, y unos cientos de floridenses que saben que los albirrojos dejarán todo en la cancha para que la copa se vuelva para Piedra Alta. En el Campeones Olímpicos había ganado San José 2-0 con un enorme segundo tiempo de Mauro Portillo, el del gorrito protector, por lo que en la revancha Florida estaba obligado a ganar. Salió un partidazo de hacha y tiza, una final de rompe y raja, que se decidió con un triunfo 2-0 de San José con dos goles de Mauro Portillo, para festejar el bicampeonato, e iniciar la caravana desde el estadio al centro pasando por todos los barrios que festejaron con la blanca.

Ser campeón

Este es un proceso que se da desde que una o uno empieza a jugar al fútbol de manera más o menos organizada: juega para ser campeón. En la cuadra, en el campito, en la escuela, en el liceo, en el cuadro, jugamos para ser campeones, que es lo máximo. Otro sueño en paralelo es ponerse la camiseta de la selección, y defenderla, y ser campeón. Es eso. Ser campeón. Aquellos que un día se enteran de que están en la lista para defender al pueblo en el Litoral, el Sur o el Este en lo primero que sueñan y concentran sus esfuerzos es en ser campeón. No es cierto que sea una fase meramente clasificatoria, es el todo, y después sí viene otro todo que es ser campeón del interior.

Ahora, después de los festejos, de la resaca, de la caravana y de la gloria, esto sigue con las fases finales de la Copa Nacional de Selecciones. Este fin de semana Rivera, como campeón del Litoral, enfrentará a Canelones (tercero del Sur) en el Martínez Monegal, en la ida de los cuartos de final. San José, campeón del Sur, jugará ante Maldonado, que se quedó ante Cerro Largo con el tercer puesto del Este. Lavalleja, como campeón del Este, visitará a Tacuarembó (vice del Litoral), y Florida, vicecampeón del Sur, visitará a su par del Este, Treinta y Tres. Las revanchas que arrojarán a los semifinalistas se conocerán en el penúltimo fin de semana de abril.