Pedro González hizo las inferiores en Defensor Sporting, cuna de cracks, alimento constante de los clubes más chicos. Hay grandes historias en pequeños clubes escritas por futbolistas criados en el equipo del Parque Rodó. Tienen en su haber el registro de la buena escuela, de la educación en profesionalismo, la proyección, el desarrollo. Era de los que tomaban tres ómnibus para llegar a Pichincha, como quizás también lo hacían Pablo Hernández, Diego Pérez, Tabaré Silva, Gabriel Álvez, hasta el Loco Sebastián Abreu. Pedro González vistió esa camiseta y forjó su personalidad como futbolista, pero como tantos, no lo hizo en la primera división del violeta.

Una de las primeras frustraciones a las que se enfrenta un gurí soñador, pero que a la vez le abre un mundo de posibilidades, es el fútbol mismo, que a veces parece otro, pero es el mismo en realidad. Con cualquier color. En Central Español las condiciones no eran las mismas, ni la pelota picaba igual, pero en el palermitano encontró asidero para las ansias juveniles de debutar y seguir de largo. Pedro se afianzó en Primera División a la vez que terminaba la UTU de Dibujo Publicitario en la Figari. En 1997 ascendieron a la A de la mano y al son de la trompeta de Beethoven Javier, el entrañable olimareño campeón con Defensor en 1976 y dueño de un millar de anécdotas que forman parte de la tradición oral criolla. El Coco Beethoven, que ahora dirige los sueños desde el cielo de los suaves, aunó experiencias vastas como la del Pelé Rúben Silva, De Marco, Ale Medina, Orteman, un promitente Tanque Silva, un embrionario José María Franco. Pedro González se ganó el corazón rojo con rayas finas blancas sobre un mundo azul, y pasó allí los siguientes seis años de su vida. Aquello que llaman la segunda casa.

Los tiempos del fútbol siempre son inciertos. Siempre estás por dejar o por explotar. Cuando te querés acordar, en realidad lo que hiciste fue sostenerte. Los que explotan acentúan el idioma; los que dejan, dejan. Sostienen en la oralidad aquellos cuentos que no por difusos se olvidan y que cargan la ficción necesaria para brillar en los ojos. Pedro anduvo por Argentina buscando la vida, Central siempre quiso que volviera. Allá entrenó en Barracas Central, pero se terminó volviendo cuando vio que la cosa seguía más o menos igual que acá. Fue dejando en su haber libretas para calmar la ansiedad con el trazo. Para bajar decibeles sin bajar revoluciones. Pero la zanahoria era redonda y saltarina, entonces el dibujo y la pintura ocuparon zonas de encauce para una mente que corría por la punta de las cosas si un pase preciso lo permitía.

Todavía tiene fotos de Giovinatti guardadas vistiendo casacas para el relato. También hay alguna del popular Paparazzi de las canchas chicas. Hay toda una fauna que en el recorrido te encuentra con la especie. Matosas lo llamó para ir a Rampla y quizás esos hayan sido sus años mozos. Físicamente volaba, estaba bajo el mando primero del profesor Esteban Gesto y luego del Profe Herrera, quien acompañara al Maestro Tabárez en su gesta histórica. Matosas se fue a Danubio y lo llevó, salieron campeones, pero una lesión lo dejó al margen. El técnico pasó a Peñarol y ahí se fue quizás la oportunidad deportiva de su vida. Recaló en el viejo y querido Huracán Buceo, jugó también en el sastre, pero la carrera se fue apagando y la necesidad de salir a buscar el mango se impuso.

Hoy en día, ya establecido en el mundo del rescate diario, busca su estilo pero ya no en la cancha. Ahora lo hace pintando cuadros, una pasión silenciosa que ocurría mientras la hinchada cantaba y cantaba.