Hoy es 9 de junio: por obra y gracia de los uruguayos, Día del Fútbol Sudamericano, el día en que fuimos campeones, el día que inventamos la vuelta olímpica, el día que nos conocieron, el día que nos hicieron sempiternos hijos de la gloria.

Fue el 9 de junio de 1924, cuando los parisinos, enloquecidos por la inigualable forma de practicar fútbol de los uruguayos, no dejaban de saludar parados, quemándose las palmas de las manos y arrojando sus ranchos de paja al campo de juego como ofrendas por el juego que los llevó a aquel título olímpico-mundial.

Salucita, campeones.

Es posible que sea un emergente del inconsciente colectivo de una nación tan joven, que incluso para muchos marca alguno de sus hitos fundacionales justamente ahí: Colombes, 1924, los olímpicos, Nasazzi, la vuelta, la gloria.

Aquel gesto de educación primaria, básica, pero engendrada en una sociedad felizmente aldeana donde el agradecimiento no era una fórmula sino un principio emotivo del cotidiano entramado humano, seguramente surgió de la imperativa voz del Mariscal José Nasazzi, que aun en ese momento de intimidad con la gloria sintió que debía devolver a esos miles de extasiados franceses el saludo de gracia.

Fue ese día, el de la final del fútbol de los Juegos Olímpicos de París en 1924, cuando aquellos uruguayos que habían llegado a Francia entrenando arriba del vapor que demoró más de tres semanas en unir América con Europa maravillaron a los 60.000 espectadores aplastando a los suizos por 3 a 0.

¡Uruguay!

Lorenzo Batlle, sobrino de don Pepe y único periodista oriental que viajó, por el desaparecido y batllista El Día, para seguir las alternativas de los Juegos Olímpicos, fue según algunos autores gestor del relato épico en Uruguay cuando escribió: “El paso enérgico, seguro y el brazo derecho rígido, abiertas las manos a la altura de la cabeza, saludando al público como lo hacían los griegos y los romanos [...] Así dan la vuelta al campo, objeto de una verdadera apoteosis. Cuando llegan al punto de partida se abrazan con los suizos, cambiándose ¡hurras! Y se marchan agobiados de gloria... saludados por miles de voces que dicen todos ¡Uruguay! ¡Uruguay!”.

Ni Nasazzi, ni los suizos, ni el barón Pierre de Coubertin, ni Lorenzo Batlle, ni los miles de montevideanos que escuchaban en la plaza Independencia los telegramas que llegaban desde París sabían que aquella “vuelta de honor alrededor del estadio de los 11 uruguayos, en medio de una aclamación como jamás ha recibido team alguno”, era el nacimiento de la vuelta olímpica, la misma que se puede reconocer hoy en París, Cardona, Recife, Acra o Nizhni Nóvgorod.

Está todo ahí. Desde la angustiante situación de Atilio Narancio, el padre de la victoria, hipotecando su casa para poder cumplir su compromiso personal de que los uruguayos campeones de América de 1923 concurrirían a los Juegos Olímpicos de Francia de 1924, a la delicada alfombra de pétalos de rosa preparada por madame Marie Pain en la senda por la que ingresarían los campeones a su castillo de gloria, ya campeones en el atardecer de aquel casi veraniego 9 de junio de 1924.

Todo, todo está en mis recuerdos, en mi vida, en nuestras vidas. El recogimiento y asombro del gallego Manuel de Castro, periodista de El Faro de Vigo, que cuando observó el movimiento de los orientales en su primer partido en la historia en el continente europeo, ante el Celta de Vigo en la cancha de Coya, sentenció: “Por los campos de Coya pasó una ráfaga olímpica, hasta el final de los partidos con los suizos donde miles de aficionados, invadidos por la emoción conmovedora de la perfección del fútbol de los uruguayos, vivaban con alegría a los futbolers arrojándoles sus sombreros ‘ranchos de paja’ para que el capitán, el Terrible José Nasazzi, aquel marmolero de apenas 23 años, hijo tardío de un italiano y una española, guiara a sus compañeros a dar una vuelta al campo en agradecimiento a los agradecimientos y como una forma de expresión de la alegría”.

Unos meses después, el Mariscal volvió a dar la vuelta olímpica con la celeste, y en el 26, en el 28, en el 30 y en el 35, y cuando se desambiguó el Uruguay futbolero del triunfo, la vuelta olímpica se instaló en el mundo del deporte como celebración de lo obtenido.

9 de junio, Colombes y el mundo. Uruguay se hace patria, y en los Juegos Olímpicos de París nace la vuelta olímpica, la de Nasazzi y los uruguayos. La cultura del fútbol tiene su soporte en Uruguay, y fueron los uruguayos los que generaron, inventaron el símbolo más masivo y universal de victoria en una competencia o torneo.