Hay cosas del fútbol que son democráticas. Los hinchas del fútbol, todos, sabemos lo que es pasar frío, lo que es estar apretados, a veces cómodos, lo que es sentir la tensión de un juego, lo que es tener esperanzas, lo que es soñar con el título.

Hay otras instancias, sin embargo, que son mucho más selectivas. Muchos hinchas del fútbol sabemos lo que es pasar frío, pero además sabemos lo que es ir con ese gorrito del pompón en el ómnibus a aquella cancha siempre brava o a aquella cancha la que siempre nos queda tan trasmano; algunos hinchas del fútbol sabemos los que son esos viajes de 40, 45 minutos y lo que es estar helado en la parada pensando en el partido que vendrá. Muchos hinchas del fútbol sabemos, también, lo que es irnos de aquel páramo con el enorme peso de la derrota o con la parca del descenso en cada momento pegándonos unas puntadas al cuore, sin otro mañana posible que el domingo que viene.

Domingos, sábados, días, meses, años, décadas, ustedes y nosotros llegando al templo pagano con aquella camiseta que sólo se conseguía en Garos. Conos de maní, la panadería del barrio, las borlas de fraile. Ustedes, como nosotros, han gastado los championes, manchado las botitas de gamuza con el café, café, Sorocabana, café. Conocemos canchas y piringundines del fútbol uruguayo, pero pocas veces conocemos el éxito, el que se pavonea en las últimas páginas de los diarios, en la radio, en la televisión.

Nosotros, ustedes, vamos, siempre buscamos algo más que el triunfo tan esquivo, el empate de mierda que nos deja siempre ahí en la orilla o queriendo refutar filosóficamente la innegable derrota.

Esa pasión, esos sueños ajenos, ese esfuerzo y esa prodigación de centenas de futbolistas que se han puesto la camiseta son la garantía de vecindad que se hace enorme e imbatible, aun en el descenso o en la derrota, que podrá ser perecedera en la cancha, pero no en la vida.

Son las reservas del fútbol amasado por nosotros, la gente, y sostenido por el trabajo, el esfuerzo y, claro está, los sueños de oro o provisorios eternos, ataditos con alambre, que nos llevan al mañana.

Últimamente me viene a la cabeza la piedra filosofal expuesta en un cartel en el muro del cementerio napolitano, en mayo del 87, cuando Maradona llevó al altar de la gloria al Nápoles por primera vez: “E non sanno che se so perso” (“No saben lo que se han perdido”).

Imaginariamente veo en los muros por Julián Laguna ese mensaje para los miles de liverpoolenses que quemaron domingos de sus almanaques sin ver ni una vuelta en Primera.

Los tuyos y los míos

La épica deportiva sólo se construye con el espíritu de los colectivos que absorben frustraciones comunes, tejen ilusiones grupales y miran al futuro como el próximo escalón de cada partido, sabiendo que detrás de ellos hay gente que los empuja, que los apoya, que los siente suyos.

El sábado fui a Belvedere como deben de haber ido tantos y tantas a lo largo de la historia. Me hubiese gustado ser un hincha de los de siempre, de los que se construyen lentamente gracias a la heroica labor de un padre, un tío, un abuelo misionero de la negra y azul, que con sistematicidad y mucho esfuerzo le pelan al sistema un cliente más de la pasión por un producto.

Fui queriendo ser uno de esos que se paran en esa explanada frente a los vestuarios para abrazarme con viejos camaradas. Fui por Carlos María Ramírez para descubrir la oculta altivez de la cuchilla de Juan Fernández, o remonté por Agraciada desde el viaducto para recordar las tías viejas de compras baratas del Paso Molino, las matinés del cine Copacabana, mirar la grandiosidad de la sede, la de la Operación Coraje y, fundamentalmente, allá arriba, mirar atrás e imaginar el bel vedere con que aquellos quinteros tanos veían desde aquella altura.

No es para cualquiera ser el mejor entre los mejores. Son 15 partidos yendo para acá y para allá, jugando con botijas que hasta hace tres o cuatro años estaban en el complejo merendando y prontos para volver a sus casas o a tomar el ómnibus para su pueblo.

Liverpool, el de los juveniles formados en casa, el de su gente, el de más de 100 años, ha logrado en este siglo lo que casi nadie ha conseguido en tres años: Intermedio, Supercopa, Clausura y, ahora, Apertura.

Como para seguir evangelizando gurises y sueños.