El almacén del Beto está lleno, la gente se surte para la cena. Los jugadores de Defensor Sporting terminaron de entrenar y se arrimaron al boliche. Sacaron los cajones de fruta y se sentaron en torno al barrio, casi como en una extensión del vestuario. Entre ellos, Pedro Graffigna, que agarra un tomate y se lo come a mordiscos. Kiko Salomón pidió un refuerzo y José Gervasio Gómez, un litro de leche para empatar la práctica que terminó recién con el Profe José Ricardo de León, pionero en desglosar lo que del juego emana. Al día siguiente, el mítico entrenador criollo pasará por la esquina de Canelones y Brito del Pino donde vive el adolescente Eduardo Acevedo y caminarán hasta el Franzini en una instancia, para el joven, casi religiosa: “Caminábamos 14 cuadras hasta el Franzini y yo iba como escuchando a Dios”.

Años después, por esas cuadras interminables junto a una eminencia y por la pasión que el fútbol ejercía sobre el muchacho, Acevedo pensará en dirigir, en la táctica, la técnica y en el vestuario, esa pieza fundamental donde todo se cocina. Salió campeón con Nacional, con Cerro y con Defensor Sporting, es muy querido en México y tuvo la tremenda experiencia de dirigir en el fútbol argentino. Dice que todavía sueña y que si no sueña no dirige. Se refirió al Maestro Óscar Tabárez y a la nueva realidad celeste con Diego Alonso camino a Qatar. Eduardo Acevedo habló con la diaria, en la primera entrega de la serie de directores técnicos.

¿De cuántas cosas se puede hablar cuando se habla de fútbol?

En el fútbol tenés para hablar de cualquier cosa, cosas que me han pasado como técnico o como jugador. El fútbol es lo más versátil que hay. Viví en México, viví en Japón, las costumbres del vestuario, ni que hablar las costumbres sociales de la gente. Sólo con referirse a cómo es un vestuario en Japón y cómo es un vestuario en Argentina hay diferencias brutales. Y el vestuario es la clave del éxito de un equipo. Por eso el vestuario es sagrado. Más hoy, en los momentos que se viven en Uruguay, que es un país vendedor. Hay dirigentes que por querer vender ponen a un pibe de capitán cuando hay otro que tiene trayectoria, sólo porque el pibe vale diez millones de dólares. Para mí los grandes mandan en un vestuario, la experiencia no la comprás en ningún lado. Yo como jugador era atrevido, pero era educado, me pegaba a los grandes para escucharlos aunque también hablaba, preguntaba, pero si faltabas el respeto te acomodaban. Para mí como entrenador, más allá de lo técnico y lo táctico, el vestuario es fundamental. Si no tenés vestuario no tenés nada.

¿Cómo era el vestuario en aquellos tiempos de jugador?

En Defensor cuando empecé a jugar había un almacén a la vuelta del Franzini, el almacén del Beto, donde íbamos cuando terminaba la práctica. Nos quedábamos sentados en los cajones hasta las ocho o nueve de la noche. Venía Pedro Graffigna y se agarraba un tomate, se lo comía así nomás, el otro agarraba un refuerzo, un vaso de leche, pagábamos a fin de mes. Ahí en el almacén de Beto se formaron varios campeones, José Gervasio Gómez, Graffigna, Tato Ortíz, Ricardo Meroni, el Kiko [Francisco] Salomón. Yo tenía 16 años, no me quería ir nunca, quería que el Beto durara diez horas. Hoy no tenés un almacén donde sentarte. Quizás queden los asados, que para mí son religiosos, pero también es algo para los jugadores solos, no para los técnicos. Sin dudas que hay que saber trabajar, pero un grupo te condiciona; es muy difícil que alguien salga campeón con un grupo lamentable.

¿Cuándo empezaste a pensar en ser entrenador?

A los 23 años empecé a pensar en ser técnico. El fútbol siempre me encantó, desde chiquito, mi padre fue futbolista y en mi casa se hablaba de fútbol. Somos diez hermanos. Me subía a la escalera y decía que era un avión para jugar la final del mundo. Por mi padre conocí a los campeones del 50, Julio Pérez incluso fue técnico mío, conocí al Cotorra [Óscar Míguez], conocí a Obdulio. La última vez que lo vi ya jugaba en primera yo, pero la primera vez tenía 13 años, lo miraba y pensaba ¿se moverá? Porque para mí era una estatua. Me crie así, el fútbol era mi vida. Tuve la gran fortuna de jugar en las inferiores de Defensor y que en el primero estuviera el Profe De León. Era un adelantado, un pensador brutal, empezó a desglosar las líneas. Empecé a jugar a los 17 cuando era una época en la que en la defensa jugaban los veteranos: [Baudilio] Jauregui, Ricardo Conde, Salomón... No era fácil. El Profe te hablaba de lo técnico, de lo táctico, te convencía, y después te hablaba de la vida. Les tenías más miedo a tus compañeros que a los rivales, miedo de fallarles, pero no en lo deportivo, sino como jugador, como compañero. Yo les digo a los jugadores: lo que quiero son socios, socios en el mismo negocio, uno es artífice de la carrera del otro. Siempre me sentí responsable por el futuro de mis compañeros, y eso te lo hacía ver el Profe. Yo nací en Palermo, pero a los seis años nos mudamos a Canelones y Brito del Pino. A veces abría la puerta y me estaba esperando el Profe De León para ir a entrenar. Caminábamos 14 cuadras hasta el Franzini y yo iba como escuchando a Dios.

“Cuando dirijo, dirijo al mejor equipo del mundo en la mejor liga del mundo. Hay que mentalizarse así, ¿o vos pensás que la presión del que dirige en Europa es diferente a la presión del que dirige acá?”.

¿Cómo sos como DT?

Un día [Juan Ramón] Carrasco, con quien somos amigos desde hace 40 años, dijo en la prensa cuando salí campeón que parecía que yo había salido campeón de la Champions. Al otro día me entrevistaron y me preguntaron por eso, y sí: cuando dirijo, dirijo al mejor equipo del mundo en la mejor liga del mundo. Hay que mentalizarse así, ¿o vos pensás que la presión del que dirige en Europa es diferente a la presión del que dirige acá? Tenés que ganar, así seas de la C, de la B o de donde sea. Trato de hacerles entender a los jugadores que un año en la carrera de un futbolista es importantísimo; si soy suplente el equipo tiene que salir campeón, porque si no soy un desastre. Me han criticado mucho, dicen que Acevedo es un soberbio, que no tiene autocrítica, pero es que yo no voy a criticar nunca a mis jugadores públicamente; no te voy a decir ni que mi equipo es un desastre ni que perdí bien. Autocrítica pública no conozco, mis jugadores son los mejores del mundo. El que más sabe de mí es el jugador que dirijo.

¿Se extraña dirigir?

Mucho. El primer mes querés descansar y salir; al mes y dos días, te empieza el bicho a picar; al mes y 15 días, imaginate. Soy un tipo que puede pasar seis o siete horas al día mirando fútbol, armando entrenamientos, editando, haciendo cosas. En casa me pusieron el parate porque la televisión mía ya era verde. Tengo una sobrina que vive en aquel edificio, enfrente, y dice que mira para acá y ve la televisión verde, no ve otro color.

¿Qué opinión te merece la salida de Tabárez y la llegada de Alonso en este contexto Mundial?

No me gustó cómo lo fueron a Tabárez. Más allá del gusto futbolístico, hay que tener memoria de lo que se vivió en el fútbol uruguayo antes del Maestro Tabárez y desde el Maestro Tabárez en adelante. Hubo un cambio radical, de respeto, de jugadores consustanciados con la gente y la gente consustanciada con los jugadores. Lo que significa el Complejo Celeste, lo que significa jugar en la selección. Jugué 62 partidos con la selección, Eliminatorias, Copa América y Mundial, peleábamos seis o siete horas con los dirigentes por los premios, concentrábamos en Los Aromos. Con Tabárez se logró un orden y un profesionalismo, y nos acostumbramos a ir a los mundiales de nuevo. Yo jugué el 86 y veníamos de dos mundiales afuera, después del 90, no fuimos ni al 94 ni al 98. Y ahora estamos acostumbrados. Con Alonso tuvimos buenos resultados, va a tener todo mi apoyo, pero yo para levantar al nieto no mato al abuelo. El apoyo es total, pero la salida [de Tabárez] era antes de la Eliminatoria o después de la Eliminatoria. No así. Ahora el Mundial es una fiesta, el Mundial es imparcial, no es fácil, pero más difícil es una Eliminatoria. Te estudian de todos lados. Todos los técnicos que van a dirigir el Mundial ya saben hasta cuándo se corta el pelo [Facundo] Pellistri.

¿Te hubiese gustado dirigir la selección?

Sueño con eso. El día que no sueñe con eso no dirijo más. Cuando miro un partido me imagino siendo el técnico de ese partido, y cuando jugaba era igual. Yo sueño; no es que tenga las condiciones ni sea el idóneo, ni sea el que tiene que estar. Pero sueño con esas cosas, y al fútbol no le tengo miedo, le tengo miedo a la salud de mis hijos, la de mi familia, pero al fútbol no le tengo miedo.

Otra época

Jugué contra Diego Maradona y me tuvo que pasar 20veces, “te parto al medio y el famoso soy yo”, le dije, y es así. Una vez empujé a [Karl-Heinz] Rummenigge y reboté, tenía músculos en todos lados, no sabés lo que era. Pero vení y pasame. Había un rumano que salió bota de oro de Europa, [Rodion] Camataru, era el doble de ancho que yo. Era más fácil saltarlo que rodearlo. Le pegué tres patadas, le abrí el gemelo, me tiró un codazo que si me agarra me saca la mandíbula, hizo ruido hasta el viento. Pero esas, esas eran otras épocas.

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