En este ciclo de entrevistas a las pioneras del fútbol femenino uruguayo lo hemos citado de manera incansable: en los años 70 y 80 jugar al fútbol siendo mujer era una rareza, estaba visto como una mala práctica y como algo a lo que sólo se le podían adjudicar connotaciones negativas. Así comenzó la historia de la mayoría de las primeras jugadoras del fútbol femenino uruguayo.

“Comenzar a jugar al fútbol a los tres años siendo varón siempre fue algo totalmente normal, pero siendo mujer, era una rareza en la época del 80”. Esas fueron las palabras exactas que usó Graciela Barboza para empezar a contarme su historia con el fútbol.

Hija de padres a los que no les gustaba este deporte y hermana de tres varones mayores que, entre diez hermanos, fueron sus guías en esto de la pelota y se enamoró del fútbol tempranamente.

“Uno relataba, el otro era golero, y yo lo empecé a amar, los observaba hasta que me dejaron sumarme”, cuenta, todavía con admiración y agradecimiento en su mirada.

Fue una niña que se curtió con los fulbitos callejeros en el barrio La Paz y desde entonces supo que no iba a encontrar la felicidad fuera del fútbol. Ya siendo adolescente, a los 14 años se integró a un equipo, cuando una amiga la fue a buscar para jugar en el cuadro del barrio llamado La Cuchilla, pero conocido como Villamonte. Entonces, los fines de semana se tornaron en días sagrados: días de partidos. Su primera disputa fue contra Wanderers de La Paz.

Luego se unió al Génesis, que antes se había llamado Nacional, “no sabía que había mujeres que jugaban tan bien al fútbol”, recuerda de esa época. Ese mismo grupo de jugadoras fueron las que conformaron el primer equipo de Rampla femenino, el picapiedra arrasador del fútbol uruguayo.

Graciela aún jugaba en Villamonte cuando la misma amiga que la había llevado a su primer equipo se fue a Cerro y la invitó a irse con ella, tenían 16 años.

En ese equipo jugó por primera vez en un equipo formal, en lo que era la Liga Amateur en 1992. Luego Cerro se desarmó y el padre de otra amiga de La Paz armó El Oriental, y más tarde esas jugadoras pasaron desde allí a Danubio. La camiseta de la franja llegó a su vida en 1994.

A su etapa en Danubio la recuerda como una de las más contundentes. “Jugábamos torneos que empezaban el sábado a la mañana y terminaban el domingo a la tarde, llegamos a jugar cuatro partidos al día. Entrenábamos a la noche en la Curva de Maroñas, en un complejo a unas cuadras de la sede”, cuenta.

Todo era “a pulmón”, los equipos se gestionaban con rifas, peñas y jornadas que organizaban las propias jugadoras para recaudar fondos que les permitieran acceder a insumos básicos como camisetas y medias, cuando no tenían la suerte de que les dieran las camisetas que donaba algún hincha o, más precisamente, que les prestaran las que ya no usaban los varones. Graciela recuerda las de la selección: “Nos quedaban grandes, pero era la ropa que usó Francescoli o Bengoechea en la Copa América. Hoy son reliquias”, agrega.

Foto del artículo 'Graciela Barboza: “Usábamos la ropa que usó Francescoli o Bengoechea en la Copa América”'

Foto: Natalia Rovira

En todos lados

Danubio era uno de los conjuntos más competitivos, pero en algo se parecía al resto: no le podía ganar a Rampla.

“Teníamos tremendo equipo, pero no podíamos con Rampla. En uno de los últimos partidos yo salté a cabecear con Rosana Blanco en el Olímpico, me caí, Rosana me llevó todo el cuerpo y me fracturé la mano, no me enteré hasta las horas, jugué todo el partido con la mano fracturada”, recuerda.

Ese fue su último partido en el conjunto de La Curva porque había hecho amistad con compañeras de Rampla y se quiso sumar a las picapiedras. “Únete al enemigo si no puedes con él. ¿Quién no hubiese querido?, era el mejor equipo”, expresa, entre risas.

Graciela fue una jugadora multifuncional que pasó por todos los puestos: jugó primero de lateral, luego de puntera. En este puesto, precisamente, tiene muchos trofeos de goleadora como puntera por la banda derecha. En Danubio jugaba de 10, de volante por izquierda. Al llegar a Rampla se probó en algunos puestos hasta que la compañera que jugaba de 5 quedó embarazada y ella la cubrió, y nunca más salió de ese puesto.

En cambio, en la selección al principio fue volante central y terminó de zaguera. Barboza integró la primera selección uruguaya, que empezó a practicar en el año 97 con Aníbal Gutiérrez Ponce como entrenador.

“Los momentos más lindos fueron con la selección, la mayoría de las jugadoras eran de Rampla. Fue un orgullo vestir la camiseta celeste, es a lo que uno aspira, independientemente del género”, sostiene.

Sobre el primer equipo de mujeres charrúas, Graciela recuerda que era un gran conjunto a pesar del sacrificio que suponía jugar al fútbol.

“Era todo muy sacrificado y complejo. Todos fueron momentos lindos por todo lo que compartimos y porque le metimos un montón. A veces entrenábamos doble horario con el trabajo de cada una en el medio. Quizás futbolísticamente no nos fue tan bien pero hicimos cosas como pisar el Centenario para jugar en un preliminar [Uruguay-Canadá, que fue preliminar del Uruguay–Argentina de varones válido por las Eliminatorias para Francia 98], y eso fue lo más lindo. A estadio lleno, algo inimaginable más en esa época”, rememora.

Lo mejor de la camiseta

Su mejor época en el fútbol fue la de Rampla. Graciela integró el primer equipo picapiedra, jugó desde 1995 hasta el 2016 y luego pasó a ser entrenadora de ese mismo equipo.

En la preselección, cuando Uruguay se estaba preparando para el Sudamericano, jugando por Rampla Graciela tuvo una lesión que se hizo en un partido frente a Nacional –Rampla-Nacional era considerado el clásico del fútbol femenino– en la cancha de Huracán Buceo, por la que jugó mucho tiempo sin poder pegarle a la pelota. Debió someterse a una cirugía y el diagnóstico fue que no iba a poder jugar más al fútbol; fue entonces que decidió entrenar.

“Quería dejar algo que yo no había tenido: la formación. No había entrenadoras, entonces hablé con Isabel Peña y le propuse entrenar. Justo habían cesado a Oribe [Álvarez] porque ya estaba grande y entre las dos agarramos juveniles”, cuenta.

Pero la pasión pudo más que los diagnósticos médicos y en paralelo siguió jugando, viajó al Sudamericano con la selección y recién al regreso, junto a Peña, comenzaron a dirigir las juveniles.

Ese mismo año, dirigió el Clausura del quinquenio de Rampa, –que había perdido el Torneo Apertura con otro entrenador– y lo ganaron. Debieron disputar tres finales y así se coronaron campeonas en 2005.

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Foto: Natalia Rovira

Te doy lo que sé

Pero ser entrenadora en esa época no era nada fácil. “Antes eras mamá, psicóloga, hermana, tenías que poner de tu bolsillo, se hacía con gusto pero era sacrificado era un estrés grande y te perdías muchas cosas”, analiza.

En 2007 Graciela volvió a jugar con un grupo de amigas que formaron lo que actualmente es Udelar, pero terminó dirigiendo al equipo y en ese torneo obtuvieron el segundo lugar tras empatar ante Rampa en el Olímpico, un logro muy importante para un equipo que, incluso hasta en la actualidad, no tiene un fin competitivo sino lúdico.

Luego continuó dirigiendo al grupo de Udelar que pasó a ser Huracán, antes de convertirse en Juventud, cuando volvió a jugar. Más tarde entrenó a Salus y a Racing.

En el medio iba haciendo cursos, hasta que concretó uno en FIFA con Daniel Pérez, que era el entrenador de Cerro en ese entonces.

Corría el año 2006. “Él me contó del proyecto de Peñarol –educar a entrenar– y me invitó a sumarme a la sub 15 del aurinegro como entrenadora” sostiene. Desde el 2017 trabaja en la selección junto a Ariel Longo. En 2019 tenía las tres categorías, en 2020 jugaron el mundial y luego siguió con sub 20 y con la mayor, donde continúa siendo parte.

Desde las raíces

Mucho le quedó a Graciela de su experiencia como jugadora para transmitir a las futbolistas que ahora entrena. “Constancia y perseverancia con el trabajo, eso es lo que trato de inculcar. Cuando uno se propone metas y sueños tiene que trabajar para cumplirlos”, concluye.

Además de ser una de las primeras jugadoras, Graciela es la primera entrenadora mujer en dirigir un equipo formal en Uruguay. En base a su extensa carrera analiza al fútbol femenino actual: “Creció mucho, es lindo ver todas las categorías que se sumaron, la formación antes era del campito, la calle. Te empezabas a formar de adolescente. Se pierde muchísimo, hay cosas que ya no se adquieren como la parte fina, lo motriz, cuesta adquirirlo a pesar de que hay excelentes jugadoras que empezaron de grande”, sostiene.

Graciela considera que para iniciar el camino a la profesionalización en Uruguay hace falta mejorar la infraestructura: “Las canchas, los baños, duchas, en eso hay que crecer mucho. En tener equipos técnicos completos. Si queremos ser profesionales, por lo menos los clubes de la A tienen que tener todo: cancha, ropa propia, asistencia médica, masajistas, profesores y todas las condiciones para entrenar y prepararse fuerte”.

“La cantidad de lesiones de ligamentos cruzados y meniscos disminuyó un poco pero sigue; profesionalizarse no es sólo que te paguen, y que te paguen bien porque lo que pagan hoy no da ni para mantenerse una semana. Estamos lejos, nos estamos organizando un poco mejor pero falta apoyo de los propios clubes, que no tomen al femenino como una obligatoriedad”, considera.

El fútbol para Graciela

“Es todo para mí, es mi pasión y mi cable a tierra. Pasé la vida esperando el domingo para estar en la cancha, ahora siento la misma adrenalina siendo entrenadora, es uno de mis motores de vida”.