Dejate de joder, Luis, tené un poco de consideración. Tengo más de 60 y estoy en una merecida licencia y al señorito en su debut se le ocurre hacer tres goles. Tres golazos inolvidables, enloquecer a la gente, enloquecernos, y encima en su estreno, una semana después de la apoteosis de su llegada, ganar ya la primera copa.

Y claro, entonces yo, que soy un soldado de cada uno de tus desafíos públicos, renuncié a las arenas doradas, al contraste pura vida del mar y a Bettina por un rato, y me pongo a escribir tus goles, a elevar en letras tu grandiosidad, a confesar mi sublimación como espectador cuando te veo rondando el área, definiendo por encima del golero, construyendo un nuevo gol o sacudiendo la emoción violenta con ese guascazo cruzado e inapelable con el que casi rompés las redes del estadio.

La construcción y el arte

En la cabaña ajena donde paso estos días, a cinco o seis cuadras del Atlántico, hay apoyado en los tirantes de madera que componen la pared una hoja A5 que en realidad es un cuadro, con un dibujo de Luis Suárez a cuerpo entero vestido de la selección uruguaya. La hoja, con sus puntas finamente recortadas, está enmarcada en un cartón donde consta que el valor de la obra fue de $80, y los trazos acuarelados y de Sylvapen revelan que ese Suárez que levanta su brazo derecho, con su pecho celeste inflado mientras festeja un gol, fue realizado por un niño o niña de estimables condiciones para el dibujo, que se detiene en los detalles y que revela admiración de quien lo dibuja, y destaca aspectos personales que caracterizan a nuestro héroe. Ella o él ha plasmado para la eternidad de un papel con colores la misma admiración que un aspirante a viejo en plenitud ha construido en 18 años en los que, paso a paso, me fui dando cuenta de que estaba siendo contemporáneo y coprotagonista pasivo de las evoluciones de uno de los mejores futbolistas de la historia.

El cuadro, además de ser genial, además de haber sido comprado por Manuel, que cuando el Luis debutó con la celeste tenía la edad aproximada del niño o niña que se lo vendió, viene con metáfora viviente, dado que cada madrugada cuando la madera se enfría y se dilata un nanomilímetro, cae, y un par de horas después con el primero o la primera de sus adoradores que inicia sus horas, el Gordo de trazos con perfil de semidiós homérico se eleva y vuelve a ser esa figura única que preside nuestros días.

Ladrones de bicicletas

Lucho, yo no sé cómo te sentirás vos por dentro, o afuera de una cancha, pero como te he ido conociendo como el muchachito de una película del neorrealismo italiano, como te recuerdo de guacho cuando no te salían las cosas como algunos hinchas querían, que es como vos mismo querías hacerlo, te tengo que confesar que a esta altura del partido también gobernás mis humores.

Sábado 21 de enero. Media tarde. Ha sido un precioso día de playa, de buena lectura –estoy en la segunda de Fiebre en las gradas de Nick Hornby, que mucho tiene que ver con esto–, pero sin embargo, como Paco Espínola, empiezo a sentir una angustia absolutamente injustificada. No puede ser que por haber leído una línea de pantalla de Twitter y haberme enterado de que Grêmio, un cuadro que no podría decir que me es ajeno, porque a los ocho años fuimos al Chuy, y de lo de Samuel, el abuelo del Nano, me traje una calurosa y hermosa camiseta a rayas celeste, negra y blanca, va perdiendo o no va ganando en el debut del Gauchão, jugando contra el Caxias.

Pero sí. Es eso lo que está jodiendo mi día, entonces como gurí chico empiezo a salir de Cayetano para afuera a ver si hay novedades desde esa linda ciudad gaúcha. No tengo buena internet para colgarme en una transmisión multimedia, entonces empiezo a buscar radio Guaiba, alejándome más del rancho, pero cuando voy a googlear me aparece de la nada un video.

Gol. Gol del Luis. Golazo y victoria. Me siento Ray Bradbury, porque las imágenes son la puesta en escena de algo que escribí hace casi 10 años: Ya arrancó con gruesas zancadas, ya sus caderas anchas y prodigiosas, como de madre a la hora del alumbramiento, han abierto una y otra vez el espacio para parir el gol, para darle vida a la victoria. Su cuerpo está preparado, su mente activa el instinto que le ha dado la naturaleza, la obligación que le ha generado la vida. Con paciente ansiedad espera el momento justo. La pelota va por fin hacia él, él sin fin va a la pelota y chas, el derechazo seco, imponente, va al fondo de las redes. ¡Chas! Yo he creído percibir el choque. Una sombra redonda y borrosa se agita violentamente dentro de la red.

Gracias por el fuego, Luis.