Son las seis de la mañana, o a veces las cinco cuando el despertador suena y empieza otra larga jornada. Gabriel es parte de la estructura de carrera del club Villa Teresa, animador de la competencia, y se levanta dispuesto a colaborar en lo que los ciclistas necesiten. Desayunan y planifican la carrera. La etapa los lleva generalmente de un punto a otro del territorio uruguayo. “El grupo de la cocina va adelante, otro grupo espera a los ciclistas que cuando llegan se bañan, reciben masajes, almuerzan y descansan”, señala parado en la camioneta del equipo. “Estás todo el día trabajando, preparando luego la merienda y la cena”, explica.
Es un día cualquiera de Rutas de América. Uno cualquiera de los diez días en los que se pedalea de mañana, para finalizar la etapa después del mediodía. De un lado para otro van los más de 160 ciclistas que comenzaron la competencia, aunque con el correr de la semana el grupo se redujo a 120 por diversos abandonos y llegadas fuera de tiempo. También de un lado para otro van todos sus colaboradores: cocineros, entrenadores, masajistas, mecánicos, familiares, allegados a los clubes que disponen de su trabajo, la mayoría de las veces voluntario, para hacer posible la participación en la carrera.
“Cada uno viene por una función pero termina haciendo varias cosas”, dice Melina Trapote, masajista del San Antonio de Florida, que mientras habla carga no menos de tres caramañolas para los ciclistas. “El día del acompañante es bastante duro, es el primero en levantarse y el último en acostarse siempre. Damos lo mejor para los gurises, intentamos que salga todo perfecto”, explica. Alimentación, hidratación, recuperación, descanso, higiene y mecánica son algunas de las cosas que ayudan al ciclista a desenvolverse en carrera. “Los espero en la llegada, le paso hielo al que quiere, para aflojar un poco las piernas”, dice Trapote, y aclara que no a todos les gusta ese ritual. En su rutina, los masajes llegan una vez que ya se ducharon y almorzaron. Consultada sobre la participación de las mujeres en estos roles, Melina comenta que “ahora se está viendo mucho más”, pero lo considera un tema complicado. “Me ha pasado que me dijeran que no puedo venir por ser mujer”, dice sobre años anteriores. “En este caso son 14 hombres y soy la única mujer”, revela sobre su club, pero asegura que se siente a gusto en este equipo y que “si cada uno sabe el lugar que ocupa y a lo que va”, no hay problemas, porque “lo profesional está ante todo”.
“Siempre vas sobrecargado, y sin lugar a dudas el más sobrecargado es el cocinero, al que dos por tres tenemos que tirarle una soga porque somos una montaña de personas que hay que abastecer”, dice Yuri Corbo, técnico de CC Cerro Largo. Su club maneja una logística bastante amplia: cocinero, ayudante de cocina, mecánico, masajista, choferes de coche 1 y coche 2, además del chofer del ómnibus. “Cada uno se dedica a lo suyo, aunque no tenemos ningún inconveniente en apoyarnos unos a otros”, valora Corbo.
El Paysandú LIL es el nuevo equipo sanducero, con una estructura financiada por tres empresas que lo patrocinan y el apoyo de la intendencia. Es otro de los equipos que cuentan con importantes recursos para la carrera, aunque de los siete acompañantes que siguen a los suyos, varios son familiares de los ciclistas; honorarios. No es su primera experiencia en Rutas, todos han corrido para otros equipos, pero defender estos colores tiene sus ventajas. “Como familia nos sirve porque salimos de la ciudad sin tener que viajar en ómnibus de línea o buscar quién lleve a los chiquilines, así que para la logística es espectacular y ellos se sienten orgullosos de representar a su ciudad”, cuenta Lucía Villagra, madre de Facundo Ortiz. A su disposición tienen tres autos, el ómnibus en el que viajan los ciclistas, y un camión utilitario que va en la caravana apoyando a los rezagados.
En algo todos coinciden: se come pollo. “Llega un momento que hasta plumas nos van a salir”, dice Corbo entre risas. Miriam Batista, del CC Fénix, contaba el pasado viernes que anduvo cargando “un carro con 16 kilos de pollo” para alimentar al equipo, y Gabriel dice que en la dieta del Villa Teresa priman el pollo y la pasta, “cosas con proteínas y carbohidratos”.
Largar, circular, llegar
Mario Bambacar es oficial de carrera. Cuenta que en un “día normal”, cuando en la etapa el pelotón viaja de una ciudad a otra, “lo primero que se hace es el control de firmas”. Cada ciclista, acorde a su clasificación hasta el momento, tiene que registrar su firma antes de largar. “Luego nosotros las corroboramos, para constatar que el ciclista está en carrera”, explica sobre el procedimiento. Hecho el chequeo, “los formamos para largar”, y una vez en carrera, cada oficial tiene una función que cumplir.
Harry Vique es exciclista y forma parte de la directiva del CC Fénix, club organizador de la competencia. “Estoy dando una mano en la organización”, dice, “no es tan fácil como la gente lo ve de afuera”. Cuenta que ha sido un trabajo de cuatro meses para preparar la llegada de la carrera a cada uno de los 13 departamentos que visita. Durante las etapas, su rol está dentro del vehículo del director de carrera, que anticipa la llegada del pelotón. “Vamos tratando de que tengan toda la seguridad posible, en cortes, entradas, pasos a nivel”, relata. “Donde haya alguna dificultad en la ruta, tratamos de controlar la situación para cuidar la seguridad de los ciclistas una vez que lleguen a ese punto”, detalla. Así como sucede con los oficiales, para su tarea es vital la observación atenta de todo el entorno, para no pasar por alto ningún elemento que pueda comprometer el normal desarrollo de la prueba.
Hay más implicados. “Tenemos al juez de llegada, que se encarga de controlar los embalajes”, agrega Bambacar. De esa forma, se registran las colocaciones en todas las metas volantes que darán los puntos para los premios Cima y Sprinter. Menciona a los comisarios, “que van adelante y también dentro de la caravana para encargarse de controlar los cortes de los ciclistas que van quedando rezagados”. Entre las “varias cosas” que hay que tomar en cuenta, los oficiales deben tener definidos los grupos en los que el pelotón circunstancialmente se separa. “El comisario se encarga de saber quién viene en cada grupo, para luego tener registros de los tiempos de cada uno en la llegada”, comenta el oficial sobre esta función fundamental para la suma de tiempos a la clasificación general.
Claudia Rosas es oficial de carrera. En ocasiones tiene asignado el control de moto. “Controlás los ciclistas que se quedan atrás del pelotón, que no se cometan infracciones, ayudás a armar la caravana”, dice. Sobre esto último explica que cada vehículo lleva en su parabrisas un sticker con un número único que le es asignado. “Esa caravana hay que armarla de menor a mayor”, aclara. Cuando un corredor pincha o requiere asistencia y el vehículo se sale de la caravana, es necesario volver a ordenar los autos “para que no queden huecos”. Son cientos de personas, ruedas y motores en movimiento, la prolijidad se vuelve un tema de seguridad, y también de rendimiento deportivo para los ciclistas implicados.
Los oficiales salen todos juntos de mañana, se reparten en las funciones mencionadas, en constante movimiento, y luego se vuelven a juntar en la llegada. Allí se le entregan todos los informes al comisario general. Se relevan infracciones en carrera si las hubo, abandonos y caídas. Al pasar en limpio estos datos y los tiempos de llegada de cada grupo, se ordenan las clasificaciones del día: etapa, general individual, por equipos (se suman los tiempos de los tres mejores de cada equipo en la etapa) y los premios individuales de Regularidad, Cima y Sprinter. Los tiempos también son registrados digitalmente en la llegada, gracias a un chip que cada bicicleta lleva.
Cuando la etapa es una contrarreloj, las reglas son otras. Los ciclistas viajan de a uno, las motos con los comisarios van y vienen a lo largo del recorrido establecido para controlar infracciones y hay oficiales dando la largada y registrando los tiempos en la llegada. Rosas estuvo dando la largada durante el Prólogo en Maldonado. “Es un trabajo que parece sencillo pero no lo es”, asegura. Durante tres horas, con impecable precisión, dio el top a los más de 160 que salieron aquel día. Uno por minuto. “Tienes que decirle a cada ciclista cuando faltan 10 segundos, luego 5, 4, 3, 2, 1 y top: ahí tenés que largar”, remarca. En todo ese proceso, repetido con automatismo durante cerca de tres horas, no puede cometer ninguna distracción. “No podés conversar con nadie, tenés que estar atenta sólo al cronómetro para no perjudicar a ninguno de los ciclistas”, insiste Rosas.
Para todos ellos, un día de trabajo bien realizado es un día sin reclamos por parte de los equipos, donde la conversación pueda quedar enfocada en el rendimiento de los competidores, las decisiones de sus técnicos y las incidencias propias de la carrera. Rutas de América tiene algo más de un centenar de protagonistas, los ciclistas, el núcleo de la caravana que recorre el país. A su alrededor, son muchos más los que ofrecen su trabajo, remunerado o voluntario. Son el corazón de uno de los eventos deportivos más populares del Uruguay.