La otra noche soñé con Ildo Maneiro. Tenía el pelo largo como cuando estuvo en Francia, pero su cara era la del septuagenario de estos días, lejos de las canchas, de los recortes de radio, lejos de los micrófonos, de los tocanucas.

¿Por qué habré soñado con Ildo Enrique Maneiro? Pienso que puede haber sido por ese reconocimiento que el fútbol le debe a uno de los más grandes deportistas del último tercio del siglo XX, y del que me hago responsable como cuota parte de los miles que lo vimos jugar, de los miles que lo vimos dirigir, de los miles que lo escuchamos con su sensatez y sabiduría.

Seguro que algo de eso hay. Pero también podría ser por mi asombro y pérdida absoluta de la inocencia cuando este verano vi en HBO el documental Jugada peligrosa, en el que los árbitros argentinos del partido de revancha de la semifinal de la Copa Libertadores de 1989 entre Nacional de Medellín y Danubio, Carlos Espósito, Abel Gnecco y Juan Bava, revelan las amenazas de muerte, los sobornos y las descalificables presiones y extorsiones que sufrieron para que el equipo colombiano ganara y llegara a la final.

Escandaloso, casi increíble, pero real y testimoniado. Hace una punta de años Ildo me había contado una historia paralela, la que vivió el plantel danubiano la noche antes del partido en el Anastasio Girardot cuando, durante toda la madrugada, algo que parecía ráfagas de metralleta no sólo les impidió dormir, sino que les produjo la sensación de que podrían haberlos matado. “No tendríamos que haber jugado”, me dijo el mercedario aquella vez. Nadie podrá decir que el pésimo partido danubiano de aquella tarde no tuvo nada que ver con aquello. Ganó 6-0 Nacional, que después fue campeón al vencer a Olimpia.

Cumplir, cobrar

En definitiva, pienso que mi contacto onírico con Ildo, uno de los pocos elegidos que fueron capaces de imantar a hinchas de Nacional, de Peñarol y de la selección, fue un residuo diurno de cuando estaba pensando las bases de esta columna que apunta a la recolección de evidencia del efecto negativo y el retroceso que implica andar jugando sin director técnico ni proceso de trabajo futuro. Jugar sólo para cumplir y cobrar. Jugar porque ya está firmado. Con los que puedan. Con los que estén. Con los que quieran.

Es la primera vez que esto pasa en los últimos 17 años, en los que participar en cada fecha FIFA funcionaba como ensayo de respuesta para lo que vendría, como práctica de ensamble y encuentro, como escuela de seleccionados, como fortaleza para competir después.

Desde su primer partido en su segunda época –ante Irlanda el 21 de mayo de 2006– hasta la última fecha FIFA antes de la pandemia –18 de noviembre de 2019, empate frente a Argentina 2-2– Óscar Tabárez dirigió y usó 71 amistosos para probar y formar a cada uno de los futbolistas que fueron jugando en los mundiales.

La última vez que hubo una situación como la de este viernes ante Japón –y la del próximo martes a las 8.00 ante Corea del Sur–, de un plantel elegido y dirigido por un entrenador que se sabe que no seguirá y que sólo estará para esa instancia, había sido el 1º de marzo de 2006, una semana antes de que se acordara con Tabárez, tres meses y 12 días después de haber quedado eliminados en el repechaje para Alemania 2006 ante Australia, tres meses después de haber quedado sin técnico, que hasta ese día era Jorge Fossati.

En los partidos que siguieron a los mundiales de Sudáfrica 2010, de Brasil 2014 y de Rusia 2018 no dirigió Tabarez, sino Juan Verzeri, Celso Otero y Fabián Coito, respectivamente, pero en todos había una plena y segura continuidad del entrenador de las selecciones nacionales.

No hagas planes

Aquella vez de marzo de 2006 en Anfield Road ante Inglaterra dirigió Gustavo Ferrín, por entonces entrenador de la sub 20 que se preparaba para jugar el Mundial de Canadá, con Luis Suárez y Edinson Cavani.

Como ahora con Marcelo Broli dirigiendo sólo estos dos partidos, aquella vez del golazo de Omar Pouso –que al final no sirvió para nada porque perdimos en la última jugada 2-1– Ferrín no llevó a ninguno de sus futuros mundialistas sub 20 ni hizo debutar a nadie, aunque jugó con Diego Lugano y Diego Godín de centrales, y Diego Forlán de punta.

Antes, un ciclo mundialista atrás en el tiempo, entre la eliminación de Japón-Corea 2002, el cese de Víctor Púa y la asunción de Juan Ramón Carrasco para su interrumpido ciclo mundialista hacia 2006, también Ferrín había dirigido de manera interina ante Japón el 28 de marzo de 2003, partido que terminó 2-2.

Entre el cese de Roque Máspoli, eliminado para Francia 1998, y la contratación de Daniel Alberto Passarella para buscar la clasificación para el Mundial de 2002 estuvo Víctor Púa, que dirigió un montón de partidos y dos torneos oficiales –la Copa de las Confederaciones y la Copa América de Paraguay– y, después de terminar sus actuaciones con los juveniles, lideró la clasificación a 2002, en la que fue el técnico mundialista.

Pintado

Pero hay más, y ahí es donde aparece Maneiro, que no aceptó un acuerdo –¿un contrato?– por un partido y pasó lo que pasó.

Lo de Ildo viene a cuento porque en 1993, después de casi tres años de increíble y absolutamente evitable conflicto entre el despótico nivel de conducción de Luis Alberto Cubilla y el problema con la mayoría de los jugadores representados por Francisco Paco Casal, en una situación de extrema urgencia y al borde del abismo de la eliminación, asumió Ildo Maneiro, tras su exquisito período de Danubio y un paso por Europa. Maneiro hizo una segunda ronda casi perfecta, que no pudo ser tal porque en el último partido de la clasificatoria perdió con Brasil 2-0 en Maracaná, y como Bolivia empató en Ecuador, brasileños y bolivianos fueron a Estados Unidos.

Menos de un mes después de la eliminación en Maracaná, le ofrecieron a Ildo un nuevo contrato, ¡pero por un partido!, es decir, el amistoso que debía jugar contra Alemania en Karlsruhe el 13 de octubre de 1993. Maneiro no aceptó, y en la búsqueda desesperada por encontrar un técnico y jugadores para cumplir con aquel partido arreglaron con Roberto Fleitas, que dirigió en Alemania a Óscar Ferro; José González (Ricardo Bitancort) Fernando Kanapkis, Paolo Montero, Luis María Romero; Santiago Ostolaza, Juan Ferreri, Julio Rodríguez, Gustavo Poyet; Raúl Ricardo dos Santos (Julio Albino) y Jacinto Cabrera (Osvaldo Canobbio).

Esa fue la vez en que Jacinto Cabrera se ganó el apodo de Pintor, porque el domingo de mañana, cuando la remendada delegación partía de Carrasco, seguían faltando jugadores y entonces Daniel Pistola Marsicano, activísimo dirigente de Progreso y de todo el fútbol uruguayo, fue hasta la casa del delantero gaucho, que estaba pintando las paredes del comedor a brocha gorda. Le preguntó si tenía el pasaporte, le pidió que se cambiara, que se iban a Alemania, y ahí marchó Jacinto con sus manos sucias de pintura a comandar el ataque de aquel equipo que no atacó y perdió 5-0.

Continuará...

Hace 17 años, diez días después de que Ferrín, por esos días director técnico de la sub 20, debiera seleccionar y dirigir a un grupo de futbolistas en un amistoso con Inglaterra en Liverpool, le hicimos a Tabárez la primera entrevista tras su vuelta a la selección, en la que decía: “Hay que tener la humildad suficiente como para aceptar que no hemos hecho las cosas de manera programada, secuenciada, y que ha habido grandes cambios sociales en estas dos o tres últimas décadas. Las sociedades urbanas son diferentes, el ocio que tienen o el tiempo de ocio de los niños es menor cuando tienen obligaciones y los que tienen más tiempo quizás no lo dediquen al fútbol o a los deportes y sí a cosas que no son formativas. Antes, desde tres o cuatro décadas atrás, se podía dar naturalmente la formación de futbolistas, pero en este estado de cosas tiene que ser planificada, programada y secuenciada. Estoy convencido de eso, y nosotros ahora comenzamos como un modesto aporte y tratamos de ser ambiciosos pero no utópicos. Creo que en la medida en que las cosas que proponemos se vayan afirmando, tenemos que intensificar estos aspectos de trabajar a largo plazo, de tener visiones mediatas de las cosas. Yendo al tema de la política en general, hay que abandonar la chacrita y hacer verdaderas políticas de Estado. Esa es la idea”.

La última respuesta del Maestro, iluminando el futuro en aquella nota que salió en el número uno de la diaria, el 20 de marzo de 2006, es una anticipada y perturbadora alerta a los días que vendrán para la celeste:

Ante nuestra pregunta, “¿Cuánto cree que podría ayudar el tratar de internalizar el concepto de que no queremos ganar mañana, sino trabajar para dar lo mejor a mediano plazo?”, respondió: “Yo he dejado mensajes en cuanto a que mi principal anhelo es que cuando me tenga que ir, esta manera de hacer las cosas sea continuada por otras personas. Si logramos dejar eso, será muy importante para el fútbol, pero fundamentalmente para los cambios culturales que pretendemos”.

Estamos a tiempo, pero el camino nos ha demostrado que sin el líder de este proceso, a quien –como él lo anticipó– lo terminaron yendo por resultados, por dudas, por razones de edad o por lo que sea (para muchos ese “lo que sea” fue su postura ante la vida), las cosas deben hacerse de manera programada, teniendo visiones mediatas de las cosas y apuntando a la formación de nuestros jugadores para la mejor expresión de nuestro fútbol, la celeste.