Al principio, salida de una ciudad con avenidas repletas. Todos huyen hacia alguna parte. En verano hay algo de goce en esa huida, en atravesar esos trechos para esquivar el bullicio cosmopolita. Importa escaparse, dejar atrás la urbe, el laburo, la locura del tránsito, el calor del asfalto. Lo que importa es el destino.

Mientras se imagina la playa y las olas, ir hacia el este de Uruguay tiene algo encantador. La ventanilla vibra con cierta música y deja ver las sierras con sus vaivenes seduciendo la tierra, con sus molinos coqueteando los vientos. Los montes salvajes y autóctonos cargarán los pensamientos con otras formas de vida, a propósito. Más allá, cruzando la frontera de los departamentos de Maldonado y Rocha, algún bañado dejará paso a las palmeras mientras la lechuza posa en el alambrado, algunos pájaros planean los cielos, más cerca vuelan gaviotas, locas, chillonas, despeinadas, buscando vertederos, ratones de campo, la sal y los peces del océano. Vaya a saber qué cosa las motiva para indicar el camino. Porque si hay gaviotas, estamos cerca del destino.

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El rancho mira el agua, el océano está sereno. Rodeado de otros ranchos de gran estirpe, el humilde se agranda por humilde. El cielo gris ceniza presenta la mañana mientras el surfista juega a ser surfista.

Sobran olas y espacio. Preparó su blanca tabla, acomodó sus cosas, se largó al agua sin apuros. Jugó, surfeó, cayó y se levantó, cayó y sucumbió, nadó, remó, planeó. Pausa. El hombre, primero arrodillado y luego acostado sobre su tabla, contempló el horizonte entre los vaivenes del oleaje. Después, otra faena: no surfeó la super ola, ni la gigante, ni siquiera la mediana, porque sus rompimientos eran escasos y en murmullo. Surcó olas, olitas de exiguos tamaños, durante toda la jornada, tal vez recordando los orígenes en alguna ola perdida en la mitología hawaiana.

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Surfear es, casi siempre, un viaje en el tiempo. Si alguien sabe de eso en Uruguay es Ariel González Testen, con larga trayectoria y campeón rioplatense de surfing en su momento, pero con enorme vocación por difundir su deporte más allá de la cresta de la ola. Tras Playa sola y Mar profundo, ahora González Testen publicó Moana ‘ahua –todos de editorial Estuario–.

Es difícil encasillar el libro. Es como pensar que el océano es uno solo, siempre igual. El viaje, acá, tiene un comienzo en lo milenario, en la mitología polinésica que se sostuvo en los relatos hablados primero, tal vez en lo escrito después, pero siempre sostenida por la naturaleza.

La historia, que es un capítulo en sí mismo, tiene el punto alto en los mitos y leyendas. La identificación, para un surfista o para quienes conozcan más o menos el deporte y su espíritu, puede ser instantánea. Pero, además, para todo el mundo que no tenga idea de lo que se está hablando, es la puerta de entrada a un universo tan nuevo como maravilloso. Hay que dejarse llevar.

El abordaje es global. Va desde el origen, pasa por las transiciones donde se involucran el colonialismo europeo, el comienzo del surfing continental, con la tecnología y la industria, para terminar en un capítulo interesantísimo que habla de la “institucionalidad” del surf, con Perú y Australia como precursores y punta de lanza (o punta de nose, para estar en el tema), sobre todo los incaicos.

Dice el autor sobre el tema: “El surfing peruano de los años 40 y 50 tuvo, en sus raíces, la misma pasión que tuvieron sus contemporáneos waikikianos, australianos y californianos: olas azules y prístinas, altas y blancas espumas, vértigo, aceleración y desafío de compartir con amigos la fuerza inconmensurable del océano [...]. Cualquiera fuere la causa, creemos que el protagonismo que ha tenido el surfing peruano en el desarrollo del surfing moderno e internacional no ha sido debidamente reconocido, registrado y valorizado por pasados historiadores”.

Es un viaje. Parece una clase, también. De hecho, lo es: funciona como ayudamemoria para los que conocen la historia; es conocimiento nuevo para quienes creen que se trata de un deporte para los que pueden comprarse una tabla.

La historia va más lejos y González Testen la narra con entusiasmo. Todo se cuenta para ser leído. Moana ‘ahua significa “la ola de mar de fondo”, la que viene de muy lejos y en cada gota trae vestigios del pasado, pero rompe en nuestras narices.