Existe el fútbol de los astros mundiales, de quienes se duda si pertenecen o no a la especie humana y esa discusión los coloca en un plano superior. Existe un fútbol en el que los fanáticos repiten las alineaciones de equipos invencibles; oncenas que marcaron una época por sus campañas y coronaciones con ribetes épicos, dada por las definiciones y los desenlaces agónicos. Para que exista esta suerte de fútbol idealizado es necesario que fuera de los límites del campo se disputen otros partidos: el que juegan las asociaciones y corporaciones que ponen a funcionar los engranajes del negocio, el de las pujas entre las grandes multinacionales que se disputan el espacio para imponer su marca, el de los ejecutivos y los agentes que operan para que las cifras de los contratos sean cada vez más abultadas.

En el otro extremo se encuentra el fútbol a secas, el fútbol terrenal: el juego. Para ser parte y obtener una cuota de protagonismo sólo se necesitan las ganas de jugar. Este fútbol se convierte en materia literaria para Carlos Abin en El violinista en la tribuna y otros cuentos de fóbal (Ediciones Túnel), volumen que cuenta con ilustraciones de Juan Capagorry.

Entonces, que corra la pelota

En esta colección de cuentos el autor manda a la cancha a un conjunto de personajes que se destacan por su relación con el balón. Estos personajes a su manera también son héroes, y desde una posición modesta, aunque no exenta de responsabilidad, rompen con el transcurrir cansino de los lugares que habitan y lo vivifican. Lo hacen con hazañas de dudosa trascendencia, pero que se vuelven significativas para los propios protagonistas como para los otros, que con la voz y la memoria ponen en tensión el hecho con la subjetividad. Porque para que un acontecimiento se vuelva épico no se necesita el visto bueno ni el aval de la FIFA, para que el mito se haga carne tampoco es necesario que una cadena internacional de televisión lleve el evento a millones de personas.

Alcanza que alguien lo ponga en palabras y mantenga la llama encendida. Así fue el caso del Tato Milesi, a quien el narrador, en la primera línea del cuento que le da título al libro, eleva a la categoría de leyenda; por tener la capacidad de atenazar el violín con sus manos mutiladas y convertirse en el jugador número 12 desde la tribuna, al ponerles música a los cánticos de la hinchada o generando un ambiente dramático en momentos clave del partido.

El gol de Hohberg que forzó el alargue en la semifinal del Mundial de 1954 entre Uruguay y Hungría, inmortalizado por el relato de Carlos Solé, fue el germen del cuento “Sacude la melena”. El personaje principal de esta historia, que lleva el singular nombre del filósofo de la Escuela de Fráncfort Theodor W Adorno, después de reponerse del dolor que significó la derrota uruguaya en la ciudad de Lausana, encuentra sentido a su existencia sentándose en la puerta de un comercio barrial. Allí, sirviéndose de un rudimentario instrumental, revive para los que se congregan en el lugar goles y jugadas de otrora.

El fútbol, además de ser la materia prima de este libro, también se convierte en un vehículo para referirse a otras temáticas. Abin no se limita a contar anécdotas de lo que sucede dentro de una cancha; hace a un lado lo estrictamente deportivo y analiza problemáticas como en el cuento “No arrastre los piese, Galván”, en el que se pone de manifiesto lo miserables que pueden ser esos sujetos que reducen al jugador a una simple mercancía, vaciándolo de su propia humanidad.

Por otra parte, el cuento “Ave María Purísima”, que en apariencia relata un torneo de fútbol organizado dentro de un colegio católico, refiere a la frustración de un cura autoritario que no disimula la impotencia de que las cosas fueran diferentes a su voluntad; también está presente el amor fraterno, que vuelve a manifestarse en “La última media vuelta”.

La frustración por la pelota que no entró. El dolor de la derrota. La epopeya entre muchas comillas. Los torneos en parajes perdidos en donde la técnica pasa a un segundo plano y se imponen valores propios de lo humano. La corrupción y el amañe de árbitros. La picardía y el humor, o los encargados de que el mito siga vivo, son parte de este libro que se aleja sin ningún tipo de pudor del fútbol idealizado, de ese fútbol que se reserva el derecho de admisión. La oralidad, el lenguaje sencillo y directo, que no es fácil de lograr, es la apuesta de Carlos Abin para darles vida a sus héroes sin brillo.