La imagen es de una pintura de otro siglo. Un renacimiento contemporáneo, la edad y la época, el pueblo y la civilización. Un muro caído sobre el patio, la ropa colgada de un gurí creciendo, los zapatos de fútbol roídos sobre una parrilla seca: el goleador fantasmal, inagarrable, sobre una playera, cómodo, con la camiseta del cuadro colgando, cayéndose del respaldo. Samuel es un niño inquieto, pero aquello no significa un defecto ni una virtud, es la bella energía de un chiquilín de barrio de pueblo. Va hasta el frente con la pelota y le da contra la pared. La pelota va y vuelve y cuanto más fuerte patea, más cerca está de lograr que el balón rebote dos veces en cada pared. Se saca el buzo y tiene una camiseta del Barça. El goleador acomoda la camiseta en el respaldo de la silla, deja un pensamiento en el mate y habla del muro caído, de lo del Calú, de Beethoven Javier y de las balas zumbando en el cielo de El Salvador. A Samuel, su hijo, le repite que ya nos vamos. Le hace unos mimos, le desordena el pelo y los sueños de fútbol se entreveran.

¿Cómo eras cuando eras un gurí como tu hijo y qué pasaba alrededor?

Era inquieto, pasaba todo el día jugando, no estaba nunca en casa. Salía de la escuela, me iba para el campito y llegaba a casa después todo mugriento. A veces me quejo de mi hijo que no está en todo el día quieto, pero yo era igual. En mi época era el campito, la honda, agarrar todo a pedradas. La primera vez que tuve Nintendo ya tenía 12 años, le dimos un rato pero después volvimos al campito. Nací en Montevideo, en La Teja, pero a los dos años nos vinimos para Barrio Olímpico y después a Cerro Artigas, donde viví toda la vida y donde viven mis padres todavía.

Andrés Berrueta, de Lavalleja, junto a su hijo Samuel al final del partido entre Lavalleja y Salto, por la 19ª Copa Nacional de Selecciones, en el Estadio Juan A. Lavalleja, en Minas (archivo, abril de 2023).
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Andrés Berrueta, de Lavalleja, junto a su hijo Samuel al final del partido entre Lavalleja y Salto, por la 19ª Copa Nacional de Selecciones, en el Estadio Juan A. Lavalleja, en Minas (archivo, abril de 2023). -:-

Foto: Fernando Morán

¿Qué colores defendiste en esos tiempos del camino a primera división?

“Centro Barrio 1, River y Cerrito” [apunta Samuel]. En Centro Barrio 1 tenía de directora técnica a mi madre. Mi padre iba a ver los partidos pero se quedaba tranquilo, callado y mi madre sólo gritaba cuando era técnica. Nos daba la camiseta y decidía quién jugaba y yo como era el hijo jugaba, claro. Después hice inferiores en Wanderers La Curva que ya no existe, porque la cancha me quedaba cruzando la calle. Esa cancha ahora la usa Cerrito. Jugué un par de años nomás hasta que un loquito me dijo si quería ir para Montevideo. Viví un año en la casona de Nacional, estaba Sebastián Viera, Walter Guglielmone, el Bochón Ruben Rodríguez que hacía 40 goles por campeonato, el Negro Robert Cañete. El golero era Jimmy Schmidt, y estaban también Germán Domínguez, el Manco Techera. Después fui para El Tanque, jugué en tercera, iba a la UTU de Malvín Alto y entrenábamos en una cancha por Cooper, un campo con dos arcos.

¿Qué implicó el encuentro con el mundo del fútbol profesional?

Nos fuimos con Manuel Abreu para Chile, a jugar en Temuco, habiendo jugado apenas dos o tres partidos, un ratito, en la primera de El Tanque con Wilmar Cabrera de técnico. Yo iba a cualquier lado, no me importaba, estaba por cumplir 20 años, pero no era un trabajo el fútbol para mí, era ir y jugar. En Chile vivimos en una casa los dos juntos, Manuel iba a entrenar, volvía, comía, descansaba, y yo tenía unas ganas bárbaras de salir. Hasta que un día salí solo y empecé a trillar y salía todos los días. Temuco era un cuadro de primera, fuimos al estadio y era como el Centenario, yo nunca había visto algo así. El técnico era un veterano argentino, Roque Mercury. Hicimos unos amistosos, hice unos goles, me entusiasmé. Pero arranqué a salir. Al tiempo el técnico ya me estaba aclarando que “había ido a jugar al fútbol, no a salir”. Estuve seis meses. Y por suerte no tomaba, no tomo, sólo me gustaba salir. Pero claro, me veían de noche. Llegué a jugar algunos partidos. “Esto es fútbol profesional”, me dijo un día, pero para mí jugar al fútbol era todo lo mismo.

¿Siempre volviste a Minas?

Siempre. A la vuelta me llamaron de Villa Española porque agarraba Gustavo Matosas y habíamos jugado juntos en El Tanque. Cuando me llamó él, me dijo “si querés venir a entrenar en serio vení, si no ni vengas”. Jugué casi todos los partidos, me bancó Gustavo. Cuando cambió el técnico no jugué más. Y cuando vi que no jugaba me volví a Minas, a jugar a Sportivo Minas. Una vez después de un partido con la selección [de Lavalleja] se acercó Beethoven Javier, que había venido a verme para llevarme a Miramar. Pero justo me salió para ir a jugar a El Salvador. Él me avisó que allá era complicado, y que cualquier cosa a la vuelta le avisara. Me había ido a ver hasta Minas y me esperó a la salida. Fui a El Salvador con un muchacho de Paysandú, Alcides Bandera. También estaba Luis Espíndola, el Tomate. Estuve seis meses también, cuando se daban cuenta me echaban. Jugué un montón de partidos. Zumbaban las balas, pero yo no le daba bola a nada. Cuando vieron que empecé a salir me avisaron que no saliera ni de día, una vez tomé un bondi para volver a Cuscatlán pero me llevó para la otra punta. Me tuvieron que ir a buscar, estaban preocupados, pero yo había estado lo más bien sentado en la parada del ómnibus. A un compañero al tiempo lo llevaron a una especie de calabozo por un lío que tuvo en un baile, cuando lo fuimos a ver era todo reja, un calor bárbaro, olor, tatuajes, ahí paré de salir. Pero ya tenía más ganas de venirme que de quedarme, extrañaba mucho, quería estar en Minas. A la vuelta llamé a Beethoven, pero en realidad tenía ganas de parar de ir y venir.

Foto del artículo 'Andrés Berrueta: “No pienso en lo que podría haber hecho porque ya no lo hice”'

Foto: Fernando Morán

De alguna forma empezaste a volver del todo.

Para ir a Miramar, me iba a las siete de la mañana y tenía un ómnibus a la una para volver y terminaba la práctica deseando irme. Llamaba a los guardas porque los conocía y me levantaban en el camino. Nunca tomé el fútbol como un trabajo. Si perdía el ómnibus llamaba y avisaba y me decían que tenía que ir igual, pero no iba. Muchas veces iba a Lo del Calú, un bolichito en el garaje de su casa, una televisión, el mostrador, una mesa donde jugamos a las cartas, y seguía derecho a tomar el ómnibus para la práctica. En invierno el loco nos prendía una estufita. En 2009, ya instalado acá, salimos campeones del Interior. Después jugué en el Palermo de Rocha, pero era distinto porque entrenábamos dos o tres veces por semana. También jugué en la selección de Rocha como tres años y en Piriápolis, pero siempre yendo desde Minas. Ese campeonato de 2009 fue importante, porque en realidad no he jugado tanto en la selección. Muchas veces no iba porque había que empezar en enero y a mí me gusta acampar, pescar y no todo el mundo me bancaba. A veces terminaba yendo porque me llamaban igual cuando volvía. Siempre digo, lo que no hice cuando joven ahora no quiere decir nada. No pienso en lo que podría haber hecho porque ya no lo hice.

¿Ganar el campeonato este año de alguna manera cierra un ciclo ganador que empezó en 2009?

Los anteriores campeones eran del 92 después de una final que habían perdido seis a cero, dicen que fue el partido con más gente en una final del interior. Después de eso vinimos nosotros en 2009, con Pablo Alonso, y salimos campeones invictos, aunque es cierto que ligamos porque hubo un partido que quedó nulo que nos dejaba afuera. Pero ganamos en Tranqueras y salimos campeones. Después salimos campeones como club con Lavalleja en 2019; la única vez que había llegado Lavalleja a una final había sido en el 79 contra 18 de Julio de la Liga Agraria de Salto. De todas formas para Gerardo Cano [entrenador del club Lavalleja y de la selección del departamento] esto ya terminó, nos lo dijo en la práctica siguiente a salir campeones: “Viene otra cosa linda que es la Copa y yo quiero ganarla. El que no quiera puede arrancar para su casa y jugaré con los que tengo, pero voy a jugar para ganarla”. Gerardo en Minas revolucionó el fútbol. Está metido en todos los campeonatos, dos con el Punta del Este, dos con la selección de Maldonado y uno con la de Lavalleja, todo como jugador. Ahora tiene la de clubes como entrenador y la última de la selección, pero es cierto que también en la de 2009 estaba en la organización. No hay nadie que tenga tantas copas ganadas, un disparate.

Andrés Berrueta, capitán de Lavalleja (Minas), en un partido por la 17ª Copa Nacional de Clubes, en el estadio Juan A. Lavalleja, en Minas (archivo, agosto de 2021).

Andrés Berrueta, capitán de Lavalleja (Minas), en un partido por la 17ª Copa Nacional de Clubes, en el estadio Juan A. Lavalleja, en Minas (archivo, agosto de 2021).

Foto: Fernando Morán

¿Qué significó este último galardón y la mención como ciudadano destacado de la ciudad?

Había mucha gente en la final, también es verdad que había mucha gente esperando que perdiera, es así, para darle palo a Gerardo porque perdimos en 2018 la final y el año pasado también con San José. Pero no es fácil llegar. El año pasado estuvimos 12 partidos invictos, pero perdimos el más importante que era la final. En cuanto al reconocimiento, es un logro grupal, destacar a uno no es lo más justo; se entiende que me destacan por la edad, o porque ya no voy a jugar más, pero en estos últimos años lo que corrieron mis compañeros es impresionante. Jugar conmigo hoy en día es como jugar con uno menos.

La anécdota

La infancia, el caldo de cultivo

Mi tío era Radamés Ventura, profesor de educación física, que trabajó en fútbol, en básquetbol, en todo. Trabajó en casi todos los cuadros, menos en Peñarol porque era hincha a muerte de Nacional. Fue con la selección uruguaya a los Juegos Olímpicos en Los Ángeles. Radamés con su yerno, el periodista Juan Carlos Laurenzo, pasaban hablando de fútbol. Vivíamos todos juntos con mi otro tío en esa casa de La Teja y después acá en Cerro Artigas, que antes se llamaba Cerro Ventura, por los abuelos de Radamés. También se llamó Cerro Arbolito. Ahí tiraron sus cenizas. Ese es mi barrio, abajo allí donde está la plazoleta está la escuela 102 donde yo iba. Hace poco fuimos con los gurises de la generación, vimos el libro de registro de la escuela de cuando yo ingresé en el 87 y las notas, era un desastre. Nos reíamos con la maestra.