El Centro de Entrenamiento de Deportes de Combate (Cedec) tiene la apariencia de un hangar cuyos viejos ladrillos externos lo hacen pasar inadvertido entre el tránsito de bulevar Batlle y Ordóñez y Avenida Italia y las construcciones de fachadas más modernas.

Una mañana de lunes las grandes dimensiones del complejo deportivo vuelven pequeños a los esforzados atletas, metidos en sus burbujas de concentración; se envuelven en capuchas y auriculares, saltan sobre pisos y paredes de goma, cruzan el aire con golpes o se mantienen en absoluta quietud acodados a los artefactos mecánicos de entrenamiento.

Nadie combate el silencio, salvo un grave zumbido de ventiladores. Si se eleva la vista, una oficina ocupa un segundo piso, donde un hombre está detrás de un escritorio y una repisa sostiene tres biblioratos.

Para El Plena (31) esta es su segunda –o su primera– casa. Con el bolso sin abrir y la espalda apoyada sobre la jaula de peleas destinada a las artes marciales mixtas (MMA por su sigla en inglés), parece imposible imaginar que ahí mismo, cualquier noche, este hombre criado en Flor de Maroñas se encarga de armar un gran alboroto: una especie de fiesta de familia italiana o una pelea de gallos, con la música que más le gusta de fondo, movimientos exóticos o parecidos a los del Hombre Araña, arengado por un público que disfruta de su destreza y se arrima al lugar buscando emociones y barullo. “Yo disfruto mucho mientras peleo”, reconoce el Plena, vestido, entre otros, con los galardones de campeón nacional de kick boxing y K1 y de campeón panamericano de muay thai. “Mis puntos fuertes son la pelea de pie y el movimiento”, asegura en conversación con la diaria sobre sus comienzos, su dedicación y el origen de su apodo.

¿Con qué disciplina empezaste a pelear?

Empecé en 2012 con kick boxing. No sabía de qué se trataba, pero quería hacer algún deporte. Siempre me gustó el tema del combate, miraba peleas por la tele, pero no tenía mucha noción. La idea era empezar con boxeo, pero justo cerca de casa abrió un gimnasio con kick boxing. Fui a probar, me re copé y nunca más aflojé. Después seguí con el K1 y el muay thai también me gustó, hasta que en 2015 me hice profesional; debuté en el K1 y seguí mechando un poco de todas las disciplinas. Ahora le estoy metiendo fuerte a las artes marciales mixtas.

¿Qué te motivó a empezar a pelear?

Yo quería entrenar. Mi padre de chico hizo kung-fu y después, de grande, taekwondo y karate. Entrenaba con él y con mi hermano, que me motivaban. Y viste que siempre tenés algún lío en la calle. Trataba de evitar esas peleas, pero reconozco que me gustaba pelear desde chico. En la escuela era bastante tranquilo, en el liceo tuve algún cruce que otro. Una vez, en el barrio, que estaba medio complicado, hubo un enfrentamiento entre dos barras y un día apareció uno del otro bando y nos amenazó con un revólver. Ahí dije: “Bueno, ta, nunca más me peleo en la calle”. Después, cuando conocés los valores y el respeto que te enseñan las artes marciales, encontrás el verdadero sentido de esta actividad, que no tiene nada que ver con la violencia.

Ahí aparece el gimnasio.

Claro. Y a las dos semanas de que arranqué ya estaba peleando. Empecé entrenando con el Titán [Sergio Borges], que es mi amigo hasta ahora. En 2017 con unos amigos pusimos nuestro propio gimnasio. Ahí fue donde se creó Diamond Project, que es mi equipo. Éramos cinco o seis entrenando solos, y de a poquito fue creciendo la pasión.

Ahora, además de peleador, también despuntás el vicio como docente. ¿Tuviste otros trabajos?

Siempre fui bastante laburador. Un año dejé de estudiar porque me puse a trabajar, después volví a estudiar. Empecé en la construcción con mi padre. Hacía de siete a cinco de la tarde. Después me tomaba el ómnibus para ir al gimnasio, metía de seis a siete un poco de aparatos, de siete a nueve hacía muay thai y llegaba a casa deshecho, pronto para comer y dormir. Con esa rutina estuve unos cuantos años, hasta que llegó la oportunidad de abrir el gimnasio. Uno de los socios, Diego Nanu Costa, era el responsable de dar las clases. En un momento se tuvo que ir para Estados Unidos y me dijo: “Bueno, bro, alguien va a tener que dar las clases”. Al principio no quería, mi idea era enfocarme en mi carrera de peleador y nada más. Pero el gimnasio era de nosotros y decidí que era el momento de dedicarme de lleno a esto sumando la docencia.

Ya tenés unos cuantos títulos, pero tenés mayores aspiraciones.

Sí, totalmente. Desde que empecé me gusta hacer las cosas de la mejor manera. Entreno todos los días para ser el mejor del mundo. Sin creerme el mejor, quiero ser el mejor. Si hacés las cosas por la mitad no salen, y para que salgan bien hay que ser disciplinado y constante. Quiero llegar a lo más lejos, apostar a las grandes ligas, y sé que se va a dar.

¿Cómo dirías que avanza el profesionalismo de las MMA en Uruguay?

De a poquito vamos creciendo. Si bien es cierto que nos manejamos como profesionales, no es cien por ciento así. Yo vivo de las clases que doy, tanto grupales como personalizadas, y esa es la realidad de mi sustento. Gracias a Dios tengo patrocinadores que me ayudan con la dieta y con la rehabilitación. Las peleas todavía no me dan el ingreso suficiente que se necesita, pero los que estamos en esto nos enfocamos profesionalmente para que llegue ese día y se pueda vivir de esto como nosotros queremos.

¿Cuentan con algún apoyo del Estado?

En ese nivel no tenemos apoyo ninguno. Acá en el Cedec contamos con fisioterapeutas, podemos ser evaluados ante una lesión y eso nos suma pila, pero si precisás una resonancia o algo más avanzado, ahí ya se complica y tenés que recurrir a tu mutualista.

¿Qué sacrificios hay que hacer para entrenar?

Muchos. Nosotros entrenamos dos, tres turnos por día. Los deportistas tenemos que dejar muchas cosas de lado. Hay que cuidar la dieta, y por la importancia que tiene el descanso en estas disciplinas, te perdés un montón de fiestas y cumpleaños. Si querés salir, tenés que estar pendiente de la hora y atento a la comida; a veces andamos con un tupper encima. Pero es lo que nos gusta, y bien o mal uno se acostumbra.

Por lo relativamente nuevo del profesionalismo de estas disciplinas en Uruguay, imagino que no habrá grandes referentes a los que consultar.

Gustavo Alfonso Garrido, El Samurái, que fue el que me permitió incursionar en las MMA, tiene mucha experiencia. Agradezco que sea mi amigo y forme parte del equipo. Él ha peleado en el exterior, tiene muchas peleas encima y nos transmite sus vivencias. Y después, nuestro coach Agustín Zas, que estuvo viviendo en Brasil, también tiene mucho para aportar. Pero es cierto que a nivel local no tenemos tantos referentes como en el boxeo, por ejemplo. Yo tengo la suerte de que mi técnico de boxeo sea Juan Souto, que es uno de los mejores boxeadores uruguayos amateurs. Es una persona muy estudiosa del combate y con la generosidad necesaria para compartir su sabiduría.

Foto del artículo 'Gustavo El Plena Pintos: “Entreno todos los días para ser el mejor del mundo”'

Foto: Ernesto Ryan

En la cancha

¿Cómo nace tu apodo?

Empezó cuando entrenaba con El Titán, que ahora es mi amigo y fue mi primer profe. Él repetía que el apodo no podía ser cualquier cosa que se te ocurra, tiene que estar relacionado con alguna característica saliente de la persona. Cuando gané una de mis primeras peleas estaba tan emocionado que me puse a bailar arriba del ring. Ahí medio que se empezó a gestar. Después, otra vez, para festejar salimos a bailar y El Titán me dice: “Bo, lo tuyo es la plena”. Seguí bailando en otras peleas, y ahí me dijo: “Ya está, sos El Plena”. A eso sumale que empecé a pasar música de plena en las peleas, cuando lo habitual es rock pesado. A la gente en el estadio le encantó. Ahora directamente entro a las peleas bailando. Antes me gustaba salir a bailar, es otra de las pasiones que me pasó mi padre. Y ahora trato de mezclar la música con las peleas.

¿Adónde ibas a bailar?

Buscaba los lugares donde estaba la plena: Casa de Galicia o el Sudamérica; ahí trataba de ir los domingos que era más tranquilo; los sábados, a veces, se complicaba. Y eso fue antes de empezar a entrenar. Cuando arranqué de forma más profesional con esto me volví medio bicho y dejé de salir. Es más, ahora si salgo lo puedo hacer un par de veces después de una pelea y nada más. Por más que tomes agua, cuando te ponés a bailar el cuerpo lo siente y cuesta más recuperarse.

Vos sos de la plena clásica.

Claro. Me gusta Karibe con K, Sonora Borinquen, La Cumana. Igual, ahora estoy entrando a las peleas con “Miedo y terror”, de Carlos Corti, que es algo más nuevo y me gusta especialmente por la letra del tema.

Imagino que en tu casa siempre se escuchó plena.

¡Obvio! En los cumpleaños no podía faltar. Podía ser el de un gurí, y después se quedaban los grandes bailando hasta la una, dos, tres de la mañana, plena toda la noche.

¿Cómo es estar dentro de la jaula donde competís en MMA?

Comparado con el ring del boxeo o el kick boxing, la jaula tiene un espacio más difícil de manejar. En el ring podés usar las cuerdas para impulsarte o para escapar. Juan Souto me enseñó que cuando peleás tenés tres rivales; el primero sos vos mismo, el segundo es el que tenés enfrente y el tercero es el espacio. Podés estar bien preparado, pero si no dominás el espacio y quedás encerrado la podés pasar mal. El peleador tiene que estar pendiente de las dimensiones y de cómo moverse para poder estar cómodo a la hora de pelear.

Quien te ve pelear y usar algunos movimientos se puede preguntar si estás provocando al rival o te estás divirtiendo.

Son estrategias. Trato de jugar con la cabeza del rival. Algunos pueden tomar ciertos movimientos como una burla, pero el respeto con el rival lo tengo antes y después; en el momento de la pelea hay que buscar una estrategia. Yo me muevo mucho porque me gusta, y también para desconcentrar al rival. Trato de no ser un blanco fijo, a veces miro para afuera o hago algún movimiento raro, pero son todas estrategias de combate.

¿La parte mental se puede entrenar?

Lo mental es todo. Nosotros somos cuerpo y mente. Podemos ser muy fuertes, muy rápidos, pero si no estamos mentalmente concentrados... Las veces que me salí de mi línea de combate fue cuando recibí más golpes. Yo solía ser muy impulsivo, y me enseñaron a estar tranquilo, a no desesperarme. A veces las cosas no te salen, o viniste con una estrategia y no le encontrás la vuelta; tenés que respirar, dar un paso atrás y empezar la pelea de vuelta. Porque cuando vas al choque puede pasar cualquier cosa. A mí me gusta llegar al vestuario tranquilo para vendarme con tiempo y hacer ejercicios de respiración; incluso, como hacen muchos, hay veces que también practico la meditación.