Son las ocho de la noche en Argentina, en Santiago del Estero, a 765 kilómetros de San Juan, donde ha quedado eliminada del Mundial la selección local. Nigeria le ganó 2-0 y un par de juveniles nigerianos hacen la seña de degüello por televisión. Tengo unos changuitos cerca y se les ha venido la noche triste. Me apena por un pueblo con el que pude conectar de primera.
Hace mil años que hago esto. En España 82 era freelance y guacho, por tanto, este tipo de notas no me las iba a comprar ni Peteco, entonces ¿saben lo que hacía?, las escribía a máquina en papel de avión doblado en dos y hacía librillos semanales para mi familia y las mandaba por avión como correspondencia simple.
En todos los diarios por los que he pasado lo he hecho, pero, se sabe, la diaria es mi perdición. La primera vez fue en 2007 en Venezuela, cuando la Copa América; se llamó #TienesUnEmail y duró por años. Ese primer relato contaba mi experiencia en el bus que me llevó a Mérida, en el que hacía tanto pero tanto frío por el aire acondicionado, que hice una de ciclista de antaño y me tuve que poner las diarias que llevaba en el pecho para ver si paliaba un poco la sensación.
#TienesUnEmail duró hasta Rusia 2018, cuando nació #CómoSePideAguaCalienteEnRuso, que en Qatar fue #TomandoMateEnQatar, y que ahora es #PavaFacturasYYerbaConPalitos. Los escribí en máquina de escribir, en computadoras de torre, en notebook, en tablet y smartphone, y los pasé por telex, dictado por teléfono -en Italia 90 la línea telefónica era 24 horas-, por fax, por Hotmail, por Google, por Whatsapp, pero siempre caminando las calles de aquellos lugares donde llegábamos supuestamente para contar otra cosa: las calles de tierra, la comida casera y local, las voces del pueblo con sus alegrías y promesas vistas desde un prisma del desconocimiento o del encuentro.
Santiago del Estero, la madre de ciudades, me ha encantado. Después de llegar y desembarcar de primera en otra ciudad, en la del otro lado del río Dulce, en La Banda, donde está Uruguay, y después de culminar la tarea de noche, me fui a buscar la cena. Caminar de noche una ciudad desconocida puede generar distintas sensaciones, pero un canario con carta de ciudadanía capitalina como yo siempre da el crédito de la confianza a las calles de gastados faroles a gas de mercurio, de esquinas rotas, de motos, bicicletas y pocos semáforos.
“Parece una ciudad del interior”, dice uno de mis jóvenes interlocutores, y está en lo cierto. “Recién llegué”, escribe otro joven canario que vive en la capital, y agrega: “No le termino de sacar la ficha a esta ciudad, no sé si es muy segura o muy peligrosa. Parece ser una foto ampliada de cualquier pueblo del interior de Uruguay”.
Caminamos 20, 25 cuadras en el ida y vuelta y en el medio nos encontramos muchos de nosotros en una buena parrilla, donde alguien pregunta por los chinchu, y ahí me hago el pastor Martínez y en la mesa evangelizo a los impíos desconocedores del Negro Fontanarrosa citando, como si fuera un salmo, un cuento del más grande escritor de literatura futbolera de ficción que se llama “Un hecho curioso”, y les leí unos párrafos:
-Pxer... ¿Vas a comer algo? -Namur parecía más seguro y reconfortado de estar con alguien conocido. El humanoide dudó, pasándose una extremidad de tres dedos sobre lo que podía ser el cogote.
-Métale, che... -el Colorado le acercó la fuente- El chinchulín debe estar caliente todavía.
El patrón se había asomado nuevamente al escuchar el chirrido de la puerta.
-Jefe -llamó Pepe-, tráigale un cubierto al amigo.
-No tenemos mucho tiempo -repitió Namur.
Bueno, hay que decirlo, nos clavamos un braserito con ensalada mixta y desandamos el camino con mi promesa de que al otro día después de la práctica celeste saldría a caminar la madre de ciudades, a meterme entre su gente a sentir sus perfumes y sus gestos. Y me encantó.
Estoy parando en la otra manzana del estadio de Central Córdoba. Eso para un beato del fútbol es como quedar en la otra cuadra de una vieja iglesia. Caminé unas cuadras hasta un lavadero recomendado y el veterano me dice, “cuando te vi con el mate sólo podías ser uruguayo. Mañana (por hoy), después de que ganen, podés pasar a levantar la ropa”. Pregunté hasta qué hora podía pasar a buscar la ropa y me dijo “hasta las 21.00”. ¿Quieren saber por qué? Fácil: por la siesta. Santiago del Estero se desvanece y su gente desaparece de 13.00 a 17.00, todos los comercios cierran y los empleados se van a sus hogares; y lo más llamativo: los lugares de comida a las 14.30 o 15.00 ya están cerrados.
La centenaria costumbre de esta ciudad que ya tiene 470 años nació en el virreinato, pero se extendió hasta nuestros días por el clima, porque por estos lares el calor durante nueve meses es intenso, y dijera Juan el taxista y golero de los séniors de Güemes, “en verano hemos tenido sensaciones térmicas de más de 60 grados”. ¡Pará, Ray Bradbury!
Otra historia
En el centro, entre plazas y varias peatonales en las que predominan las tiendas de ropa, las deportivas y los bazares, los changos santiaguinos se muestran extremadamente amigables y con ganas de dar ayuda. Te bajan la guardia, te hacen sentir en casa.
Avanzando hacia esa zona más comercial que tiene algunas grandes referencias edilicias, me encuentro con una cola de autos de más de una cuadra estacionados ordenadamente en doble fila con las balizas prendidas y pienso: “debe ser un entierro”, pero a medida que voy llegando veo que es una escuela y los autos son de madres y padres que esperan por sus hijos.
Todo el camino rodeado por árboles frutales con inmensos frutos cítricos bien naranjas. De uno de ellos justo cae una y la agarro. No parece naranja al tacto, pero en su percepción visual sí. Pregunto a una santiagueña y explica que son árboles de naranja agria, que los hay por toda la ciudad, que no se cuidan bajo ningún tratamiento humano, y que son muy usados para hacer dulces. Cuando hay lluvias las cunetas quedan llenas de naranjas agrias.
La caminata dura dos termos de este híbrido de La Selva uruguaya con Taragüi argentina al 50% y se termina para ir al maravilloso estadio Único Madre de Ciudades donde jugará la celeste. Tengo que llamar a Juan el taxista del Güemes, porque en Santiago del Estero no hay Uber, ni Cabify. No hay una explicación callejera de por qué sucede esto: “Una cuestión cultural”, me dicen a la vez que me agregan que tampoco hay Pedidos Ya. Yo agrego que tampoco hay una cadena de supermercados francesa que hasta ahora estaba en cada esquina de todos los lugares en los que estuve.
Llegar al Madre de Ciudades con su estampa absolutamente modernista de no lugar de la FIFA es vivificante, pero una estatua del Diego de cinco metros de altura ubicada en una de las entradas en la Costanera Norte me descalifica mi pobre adaptación de la teoría de Marc Augé. Es la imagen de Diego Armando Maradona en su plenitud de 1986.
Ubicado casi junto al puente carretero del río Dulce, el estadio santiagueño tiene una capacidad para 29.000 espectadores. Ahí veo la derrota argentina y me duele por la gente. Los changos quedan cabizbajos, los changuitos chicos no entienden nada. Son campeones del mundo igual. “Tu suerte quiso estar partida, mitad verdad, mitad mentira, como esperanza de los pobres prometida”, como dice “Canción de Carito”.
Este jueves juega la celeste, la que llevo tatuada en el pecho, la que no dejo de seguir con pasión, esperanza y amor.
Abrazo, medalla y beso.
Rómulo Martínez Chenlo, desde Santiago del Estero.