En el programa La pasión según Sacheri, el escritor argentino tenía como leitmotiv el vínculo entre el fútbol y la pasión. Cuando Alejandro Dolina fue entrevistado, abordó el término desde su sentido etimológico, el del sufrimiento, antes de reflexionar sobre la acepción que empareja a la pasión con el desborde de las emociones, y la forma en que se acentúan cuando empieza a correr la pelota. La idea se corona advirtiendo el peligro que implica sacralizar bagatelas, puesto que la violencia es el resultado irremediable cuando se transforman en una cuestión de honor la simbología representada en los colores de un club y los rituales de sus fieles.

La efervescencia de los sentimientos tiene la particularidad de no reconocer estatus. Lo racional se ausenta tanto en los estadios de las mejores ligas del mundo como en las canchas locales, donde los yuyos se las ingenian para crecer entre las grietas del hormigón de los bancos, donde los terrenos de juegos parecen haber sido arados, donde el espectáculo que ofrecen los players se asemeja a un rodeo, y en algunos casos, la verborragia de algunos fanáticos pude ser lo más creativo durante todo un partido.

Cuando la razón opera, estas particularidades son identificables con facilidad y a nadie les resulta ajenas, incluso no faltan los defensores de la miseria que exacerba el grotesco. Ese combustible es el utilizado por Juan Andrés Silva en su opera prima, Cuentos del deportivo Miguelete (Ginkgo).

El club que le da nombre a la obra podemos identificarlo con uno de los tantos equipos uruguayos, que se pasan la vida intercalando temporadas en las diferentes divisionales, siempre penando, siempre acorralado por las deudas, aferrándose a cualquier minucia para dotarla de épica y así darle sentido a su lamentable existencia.

Los cuentos que le dan forma al libro moldean el sentir del puñado de fieles que se congregan en el templo Ever Flores Ortiz, cuando el cuadro juega de local y el del casi centenar de socios que soportan con su cuota una estructura condenada al colapso.

Silva echa mano al humor para retratar las penas y glorias que se padecen y gozan a la interna del Deportivo Miguelete. La galería de personajes es variada y las situaciones por donde transitan podrían tildarse de inverosímiles si no tuviéramos en cuenta la altísima frecuencia en que el absurdo se da la mano con el fútbol vernáculo.

Cuando el juicio se toma una pausa quedan dadas las condiciones adecuadas para el desborde. En los hinchas fermentan iniciativas irracionales como la de plantar sapos en los arcos de su tradicional rival con el propósito de vencer en el partido clásico y salvarse del descenso. El ingenio se pone en práctica al momento de confeccionar tretas que permitan burlar los controles de seguridad para ingresar a la cancha objetos prohibidos, e incluso animales, que ante la ausencia de espectáculo dentro del campo asumirán un rol protagónico.

El control de la tribuna también es terreno de disputa y las facciones enfrentadas se dividen en ateos y creyentes. No suena disparatado. El fanático se alimenta de la fe, en especial cuando el universo de lo posible sólo es capaz de encontrar su lugar en un plano diferente al terrenal.

Las cábalas no son patrimonio exclusivo de los aficionados, en el vestuario tienen reservado un espacio de privilegio, como fue el caso de Rodolfo La Momia De Punti que terminó convertido en cábala en un sentido literal. En el cuento “El Sarcófago”, que lo tiene como personaje central, un incidente lo mantiene encerrado en el vestuario la tarde en que la suerte del equipo dio el giro necesario para enderezar la campaña. Pero el propio De Punti, que se confinará en el baño del vestuario en los partidos siguientes, terminará encontrando el modo de analizar aspectos que hacen a la vida del deporte, como son la ambición y los intereses económicos de los dirigentes; tópico que se retoma al narrar la reunión de una comisión directiva que prioriza sus privilegios por encima del bien de la institución.

El fútbol como vehículo para decir otras cosas es palpable en “La trilogía de Priscila”, donde se aborda la marginación y el ninguneo que padecen las mujeres, a pesar de buenas performances en el orden deportivo y académico.

El mito confundiéndose con los hechos. La picardía y las epopeyas de dimensiones dudosas. La fe deshilachada y el romance de gestas de otrora hacen parte de este libro, que abre algunos paréntesis por donde se cuela la reflexión.