No debería pasar desapercibido, pero casi que pasa: el domingo en el estadio Ernesto Dickinson de Salto, cuando a las 15.00 empiecen a jugar el partido de ida de las finales de la Copa Nacional de Clubes A el local Universitario y los fraybentinos visitantes de Laureles, un grupo de 50 o 60 deportistas estarán ante una de las instancias deportivas más importantes de su vida. Esos dos planteles de 20 o 25 futbolistas serán los únicos entre más de 15.000 de sus pares (que se agrupan en más de 600 clubes de 61 ligas de los 19 departamentos –hay clubes afincados en Montevideo que compiten en OFI–) que podrán competir por obtener la máxima gloria a la que puede acceder un club amateur del interior del Uruguay.

Ganar la Copa Nacional es lo máximo a lo que pueden aspirar futbolistas de un rincón al otro de la banda oriental del Uruguay. Y no es poco, para nada: es lo máximo, y los miles y miles que lo seguimos y que alguna vez soñamos con la orejona, en la cancha, en un desvencijado banco de madera, o detrás del alambrado en tremendas tribunas o en una fila de bancos de cemento que se apoyan en bloques, sabemos lo que significa ir tras ella.

Más todavía para Universitario, que en los últimos cuatro campeonatos ha llegado a tres finales y en las dos que jugó no ha podido ganarla. Pero también para el viejo Laureles, que en toda su historia no había podido llegar a una final.

Todo

Debe saberse, para aquellos que aún no están enterados, que aún hoy, con partidos de fútbol en pantallas de 0.00 a 24.00, con conocimiento de lo que lo que pasa en el vestuario del Inter de Miami y ahora también de las jugadas preparadas del Benfica, o con Torque jugando en el Centenario para 50 aficionados en las tribunas, esto, el fútbol, la orejona, son todo.

Esta será la primera vez desde aquel lejano 1965, cuando justamente un periodista Efraín Martínez Fajardo, que escribía en El País, se le ocurrió desarrollar un torneo de clubes del interior para todos los uruguayos futboleros que ya estaban tomando a la Copa Libertadores de América como un modelo y una ilusión a seguir, que a la Copa Nacional de Clubes la definen exclusivamente dos clubes litoraleños.

Universitario y Laureles llegan a estas finales (con televisación de VTV) después de haber jugado 12 partidos cada uno. Fueron seis juegos en la serie, dos en octavos dos en cuartos de final y dos en semifinales.

Universitario, que clasificó como primero de grupo, ganó nueve partidos, empató uno y perdió dos. Compartió serie con su vecino Ferro –a quien después volvió a enfrentar–, Huracán de Paysandú y Wanderers Juvenil de Tacuarembó; después en octavos eliminó a Quilmes de Florida, en cuartos a Ferro Carril de Salto y en semifinales a Libertad de San Carlos.

Laureles, en cambio, fue tercero en su serie y en toda su participación ganó seis encuentros, perdió tres –todos en la serie– y empató tres veces. Los raneros compartieron grupo con Bella Vista de Paysandú, Sportivo Barracas de Dolores y Nacional de Nueva Helvecia, y luego dejaron atrás a Juventud Unida de Libertad, Ituzaingó de Punta del Este y Río Negro de San José.

Las finales se definen de acuerdo a quien haya convertido más cantidad de goles –es decir por punto o diferencia de goles–, en alargue de 30 minutos si empatan en esos rubros, o si persiste la igualdad en penales de acuerdo al sistema FIFA.