Luis Suárez se queda en Grêmio por lo menos hasta el fin de la temporada 2023.

Esa sensación de tranquilidad y alegría escenificada en las declaraciones de Renato Portaluppi, el entrenador e ídolo gremista, gana el escenario. Renato Gaúcho habla con la televisión antes del partido y pontifica: “Hay un jugador muy importante que marca la diferencia. Estoy hablando de esa telenovela mexicana... pero se acabó. Le da tranquilidad tanto a él como al club: se queda hasta diciembre. Nos da tranquilidad porque nos ha ayudado mucho y espero que hoy también”.

Unos minutos después, con Luis en el campo vistiendo la 9 y con su porte de crack intacto, su físico potente, su picardía e idoneidad al máximo, intercepta un pase en su propio campo, esprinta al máximo en cinco metros y apenas un metro después de la línea media saca un derechazo fuerte, ubicado y aéreo, que termina apenas afuera contra el caño del arquero que corría de vuelta hacia su portería sin posibilidades de nada.

Ahí estaba él. Como siempre, como desde hace un semestre, media eternidad para sus hinchas gremistas.

En Porto Alegre, Río Grande do Sul, Brasil, eran poco más de las 21.30. El nuevo estadio de Grêmio, el Arena ubicado casi en las afueras de la capital gaúcha, 12 kilómetros al norte del viejo estadio Olímpico, ardía de emoción y expectativa.

En la cancha estaban jugando Grêmio ante Flamengo por la ida de las semifinales de la Copa do Brasil.

Todos los ojos apuntaban a él, los propios y extraños. Todos hacían foco en la presencia de Luis Alberto Suárez con la camiseta 9 de tres colores: celeste, blanca y negra.

Más allá

Es una expectativa nueva en términos de tiempo medido en campeonatos, pero ya instalada con candorosa emoción para los que lo vieron bajar del aeropuerto en los primeros días de enero, sin saber que en unos días, en unas jugadas, en unos goles, revalidaría con solvencia su condición universal de ídolo de carne y hueso.

Es una expectativa cargada de ilusión de que él resolverá la noche, los sacará de los pelos, y construirá entre farrapos el sueño de volver a instalarse entre los mejores.

Pero sobre todo es una expectativa nueva, novísima y adquirida por el miedo a la ausencia, al ya no estar, al nunca más.

Suárez nunca tardó más de un mes en revalidar su condición de crack e ídolo en cuanto lugar pasó, pero ahora ha corrido el peligro de no seguir en este club después de 30 partidos, 16 goles, nueve asistencias, dos títulos de la Federación Gaúcha, semifinalista de la Copa do Brasil, y vice líder del Brasileirão; la posibilidad de que Suárez se vaya ha estado muy latente, ha removido a la nación tricolor, y también por baranda a la colorada, los torcedores del Internacional.

En toda su carrera Suárez ha terminado siendo ídolo absolutamente indiscutido de todos los equipos que ha defendido, y todas las veces ha tenido que vencer obstáculos, algunos plantados por sus propios seguidores, otros sembrados por él mismo, otros porque nos cuesta aún entender este mundo de haters y followers.

En todos lados siempre emerge de entre las dificultades, graves o pueriles: le pasó en Nacional, en Groningen, en Ajax, en Liverpool, en Barcelona, en Atlético Madrid, en la selección y ahora en Grêmio.

Un ídolo de carne y hueso con sus muchas virtudes y sus muchos errores batallando entre miles y miles.

Esta vez en su último club –hasta ahora–, se ganó detractores por su posible salida hacia el Inter de Miami, en donde se encontraría con su gran amigo Lionel Messi.

Suárez tenía y tiene contrato hasta diciembre de 2024 con Grêmio, club al que después de un semestre pleno de goles, asistencias y presencias le planteó una pausa para tratar su rodilla con artrosis. También se sabe ahora que hubo planteos hasta con empuje familiar –las familias Suárez-Balbi y Messi-Roccuzzo convivieron durante años en Casteldefels, Barcelona– de irse al Inter de Miami, cosa que ahora es seguro no sucederá hasta, por lo menos, fin de año.

Luis Suárez, que ya ganó la Supercopa Gaúcha y el Gauchão 2023, seguirá jugando en Grêmio, donde aún debe disputar lo que le reste de la Copa do Brasil –la vuelta de la semifinal, y las finales si consiguiera revertir en Maracaná el 0-2 con que Flamengo ganó en la ida, donde todas las miradas estaban sobre él– y 23 partidos más del Brasileirão, donde marcha segundo sólo detrás de Botafogo habiendo disputado un partido menos.