Los técnicos y las oportunidades. Así, un poco, son los inicios de las carreras de los jugadores de fútbol. Diego Godín era muy joven y jugaba en Cerro, donde ya le habían encontraron el puesto de defensa. Gerardo Pelusso estaba al mando del equipo. Le vio condiciones y lo mandó a la cancha. Después, la carrera en ascenso que lo llevó por las mejores canchas.

¿Cómo lo definirías como jugador?

Diego ha tenido una de las carreras más extraordinarias de un futbolista uruguayo en los últimos 50 años; lo pondría en la lista de los grandes futbolistas de los últimos 50 años, desde que yo recuerdo ver fútbol y un poquito más capaz que también.

¿Qué fue lo que viste en él cuando lo llevaste a debutar en primera?

Si te lo tengo que definir, lo más sencillamente posible, te diría que lo que le vi fue clase. El mérito, en todo caso, no fue mío. En el descubrimiento de Godín y sus primeros pasos el gran mérito lo tuvo William Lemus, que era el entrenador de las juveniles de Cerro, que fue compañero mío como jugador en Liverpool. Él fue el que detectó que había talento en ese jugador, y lo trajo habiendo quedado libre de otro equipo. Además, tuvo la virtud de ponerlo de zaguero. Conversábamos mucho con el Canario, así le decimos entre amigos, y él me empezó a hablar de Diego, que jugaba en quinta, o sea pasaba por encima a los de la cuarta. Fui a verlo un día, no me olvido más, en el predio de Bella Vista jugaba Cerro y Bella Vista en cuarta y quinta, y lo vi jugar y me encantó porque tenía clase, era un chico diferente, tenía una jerarquía distinta.

Lo empezamos a traer a tercera, porque la quinta jugaba los sábados y nosotros los domingos casi siempre. Primero a tercera, era suplente, entraba de a ratos, y el último partido del Uruguayo contra Liverpool, justamente en la cancha de Bella Vista debutó. No se necesitaba ser muy sabio para darse cuenta que ese jugador tenía categoría y clase. Después de ahí ya quedó concentrado durante toda la liguilla, que se jugaba cada dos o tres días. El último partido de la liguilla, en la cancha de Defensor contra Danubio, nos jugábamos la clasificación a la Libertadores, lo volví a poner como titular en lo que fue mi último partido dirigiendo a Cerro: jugó como si hubiera jugado toda la vida.

¿Qué recordás de esa época? ¿Alguna anécdota que tengas?

Hay una anécdota que la cuentan dos amigos míos, chilenos. Muy futboleros ellos, fueron a un entrenamiento que hicimos con Cerro y ellos me cuentan que les dije “¿Quieren anotarse el nombre de un jugador? Anoten Diego Godín, este va a ser un crack”. Y uno de ellos me dijo “¿Ese flaco? Si no puede ni con la pelota...” Después, con el tiempo, fue Diego Godín y le decía “¿Te acordás aquel flaco que te dije que te anotaras?”.

¿Qué sentís hoy al haber sido una de las primeras personas que le dio una de sus primeras oportunidades de mostrarse al mundo?

Diego para mí fue un orgullo escondido, porque yo no tengo la costumbre de seguir a los jugadores y sobre todo cuando están en el alto nivel, nunca tuve el teléfono de Diego a pesar de que tengo un cariño muy especial por él y por su familia, porque el padre venía a ver los partidos y conversábamos mucho cuando ya se empezaba a hablar de él; teníamos conversaciones de lo que podría pasar con su futuro, si era conveniente que lo representaran o no, y todas esas cosas del fútbol y de los chicos cuando recién empiezan.

Tengo una imagen fantástica de Diego, ha sido un caballero del fútbol, un tipo distinto, por algo fue un líder y capitán de la selección, se vislumbraba que iba a ser así. Para mí fue un orgullo. Seguí toda su carrera de lejos: desde esa época hasta ahora la única vez que nos vimos fue en el 2010, si la memoria no me falla, a fin de año en el casamiento del Mota [Walter] Gargano. Ahí lo encontré. Es de esos jugadores que te llenan el alma, como jugador, como profesional, como persona, como jefe de familia. Es un orgullo, como debe haber sido para todos los uruguayos que nos gusta el fútbol.