Es muy importante, y hasta trascendente, que en el marco del centenario de un logro histórico para la sociedad y el fútbol uruguayo –aunque sea como fruto de una coyuntura empresarial–, la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) empiece a celebrar y vincular cada acontecimiento con la gesta de los Juegos Olímpicos de París de 1924, cuando en Colombes, en la primera experiencia intercontinental de una representación colectiva uruguaya de la índole que fuere, en este caso un grupo de futbolistas, consiguieron el título de campeones del mundo, y el reconocimiento de una parte del mundo amplificada por los medios de comunicación que ya empezaban a explotar el fútbol como un fenómeno de masas.

Me parece básico y necesario que todos los uruguayos seamos instruidos sobre esta parte de nuestra joven historia, que sin ser tan trascendente como otras épicas gestas y proyectos como el artiguista o la cruzada libertadora, o la reforma valeriana o el notable impulso como sociedad moderna y ecuánime de José Batlle y Ordóñez, no sólo nos puso en el mapa del mundo moderno, sino que básicamente fue un elemento fundacional de la uruguayez en aquella población cosmopolita y heterogénea que llegaba a esta tierra púrpura con la sola intención de sobrevivir y que, unas cuantas paladas después, otras tantas bolsas hombreadas o unas reses descolgadas del gancho del frigorífico, empezaban a sentirse iguales a sus pares nacidos aquí, y aunque hablaran cocoliche, napolitano, gallego o esclavo se igualaban en una cancha de fútbol victoreando a un país que era o iba a ser suyo con camiseta celeste.

1924 homenajes

Tal vez sea muy temprano para iniciar una serie de homenajes a los participantes de aquella gesta histórica y única, pero nunca será estéril anticiparse a repetir esta historia y homenajear por siempre a aquellos héroes que al decir del Indio Pedro Arispe en aquella veraniega tarde del lunes 9 de junio de 1924 en el estadio de Colombes, sintieron lo que era su patria: “Para mí, la patria era el lugar donde, por casualidad, nací... Era el lugar donde trabajaba y se me explotaba... ¿Para qué precisaba yo una patria? Pero fue allá, en París, en Colombes, en los Juegos Olímpicos de 1924, dónde me di cuenta cómo la quería, cómo la adoraba, con qué gusto hubiese dado la vida por ella. Fue cuando vi levantar la bandera en el mástil más alto. Despacito, como a impulsos fatigosos. Como si fueran nuestros mismos brazos, vencidos por el esfuerzo, agobiados por la dicha quienes la levantaron. Despacito... Allá arriba se desplegó violenta como un latigazo y su sol nos pareció más amoroso que el de la tarde parisién. Era el sol nuestro... Abajo, las estrofas del Himno que llenan el silencio imponente de muchos miles de personas sobrecogidas por la emoción. ¡Entonces sentí lo que era patria!”.

El torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos se disputó entre el 25 de mayo y aquel 9 de junio de 1924. Uruguay comenzó ganándole a Yugoslavia 7-0 en la fase preliminar. Ya en octavos de final, Uruguay superó 3-0 a Estados Unidos en el estadio Bergeyre de París En cuartos de final enfrentó a Francia derrotando a los locales en gran exhibición por 5-1 .

En semifinales, Uruguay le ganó a Holanda 2-1. En la final disputada en el estadio Olímpico de Colombes, Uruguay goleó 3-0 a Suiza con goles de Pedro Petrone, Pedro Cea y Ángel Romano –Perucho Petrone, con siete goles, fue el goleador olímpico–.

En el anochecer de aquel verano de nuestra vida, los uruguayos caminaron las 10 cuadras que separaban aquel majestuoso estadio de su lugar de estadía, el Castillo de Argenteuil, y en sus valijitas o pequeños paquetes iban envueltas aquellas sudadas camisetas celestes, la gloria finita de aquel éxito, y los sueños infinitos de aquella patria, o sea este pueblo, que ha hecho del fútbol parte de su cultura y su identidad.

Por la camiseta

Es genial y oportuno que Uruguay juegue con una camiseta homenaje. En este caso, el homenaje es a través de la confección de una casaca que toma detalles de aquellas simples y enormes vestimentas celestes, pero que no pretende ser una reproducción idéntica de aquella celeste de 1924.

Como se puede apreciar en cualquiera de las numerosas fotografías europeas que reflejan la conformación del equipo, o escenas de jugadas en las que participan jugadores orientales, aquella camiseta era absolutamente celeste con cuello y puños blancos. Nada más, ni un solo detalle más, porque por ese tiempo y durante algunas décadas más las camisetas no tenían numeración.

Aquellas camisetas de los JJOO de 1924 seguramente eran europeas, y tal vez españolas, porque en las primeras presentaciones de Uruguay –de cualquier colectivo de América– en un campo de fútbol de Europa, la selección jugaba con una camiseta de cuello acordonado que viajaron en el vapor Desirade los 22 días que duró la travesía entre Montevideo y Vigo, y en todo el campeonato avalado como Mundial por la propia FIFA se jugó con esa camiseta que vemos en fotos con cuello italiano y de remera de color blanco que llega 20 centímetros por debajo del cuello y dos botones que o no los usaban o se los deabotonaban con el fragor del juego. No había en aquella camiseta, a la que se homenajea, ningún detalle de cinta patria o cinta bandera como tiene ésta en cuello y puños, ni tampoco ninguna intervención de números, símbolos o letras sobre ella, porque como está dicho no se usaba nada.

Tampoco aquellos gloriosos héroes tenían camiseta alternativa, ahora necesaria, y que vaya a saber por qué razón desde hace años se viene inclinando por una camiseta blanca que en nada nos representa, teniendo el glorioso antecedente de la roja de Santa Beatriz en 1935, donde se corporizó en ese rojo punzó que seguramente componía los colores artiguistas (los pantalones eran blancos y las medias azul marino) el mito de la garra uruguaya cuando unos añosos y viejos campeones superaron a los jóvenes argentinos. La camiseta roja se usó poco, y además carga con la injusticia y la burrada de la dictadura que en los años setenta la sacó de circulación porque el rojo representaba al comunismo.