En un partido que era una final no establecida para evitar el descenso, Miramar Misiones le ganó 1-0 a Deportivo Maldonado en el Parque Capurro con gol en el segundo tiempo de Facundo Silvera y mejoró su promedio en la tabla del descenso, al contrario de su vencido, que está prácticamente sentenciado a jugar en la B en 2025.

Para cientos de miles de nosotros y nosotras, los partidos por el descenso tienen una temperatura especial. No me refiero directamente a la temperatura del campo de juego y la tensión o la emoción de lo que se juega, con preocupaciones, incertidumbres y frustraciones nacientes, sino que hago referencia a la sensación térmica: los partidos del descenso, o que involucran posiciones de descenso, durante décadas se han jugado sobre fin de temporada, a fin de año y en espacios de cálida primavera-verano que daban a los espectadores, involucrados o imparciales, esa sensación de pesadumbre, calor que atenúa sensaciones y movimientos, incomodidad y por fin la alegría que sólo puede dar el sol que muestra dónde está la luz de la salida.

En Capurro había esa temperatura para el partido entre Miramar y Deportivo Maldonado, con los maldonadenses absolutamente involucrados en tener que aprovechar sí o sí cada uno de estos últimos partidos para evitar la pérdida de categoría, mientras que los monos, también hundidos allá abajo, jugaban con la misma presión, pero con más aire, porque los triunfos de Miramar multiplican y eso genera mejores promedios.

Hay una energía que los que apretamos el culo contra el cemento, los que tenemos nuestras huellas digitales con óxido de tanto estrangular alambrados, sentimos que te chupa para abajo, que te mete en el horno, y, entonces, quedás ahí en medio de un cemento ajeno, o propio, como en una pesadilla en la que te querés mover, patear, gritar y no podés.

Lo peor es que la pesadilla es despierto, que has pagado un fangote para estar ahí, que has quitado tres o cuatro horas de tu laburo, de tus estudios o de tu familia para estar con el corazón apretado, con la presión baja, pero con el indicador de tu smartwatch anunciándote que estás en un alto nivel de estrés.

En los partidos por el descenso no hay cafetero ni cocacolero posible, no podés ir con los gurises o acaso uno lleva a los guachos a la sala de espera del CTI, o estás pensando en clavarte un helado de súper dulce de leche. Te digo más, en los partidos por el descenso yo creo que ni un amargo podés tomar, porque inexorablemente el primer mate ya parece un mate lavado, el agua fría, la bombilla tapada.

El juego

El inicio del partido tuvo un par de oportunidades casi simultáneas de Deportivo Maldonado, que en una secuencia de segundos armó un contragolpe por derecha y Renato César dio el pase justo que debía ser para la definición de Gonzalo Larrazábal, que finalmente no fue gol por una intervención estupenda del arquero Lucas Giossa, y en la secuencia de esa jugada la pelota volvió a cruzar de lado a lado en el área chica y la definición de cabeza de Pablo González se fue por encima del travesaño.

En el sopor del descenso, que es peor que el sopor de los 33 grados de octubre y que los mil del campo de juego donde los jugadores se derriten por lo que se está jugando, los partidos nunca son chispeantes ni hay un franco y neto predominio de una de las formaciones. Lento, sin ese test rápido que indique quién está mejor para ganar, el Depor fue construyendo una mínima y disimulada superioridad, aunque sin llegar a la acumulación de jugadas que permitieran por repetición llegar a una diferencia. Miramar probó establecerse en campo contrario, pero sus acciones fueron desarmadas.

El segundo tiempo fue mucho más movido. Los gritos y las puteadas de los vestuarios, la ducha helada para salir de la inmovilidad, y entonces aparecieron algunos ataques de los monos que empezaron a preocupar a Guillermo Reyes y a los fernandinos que estaban a 130 kilómetros del Capurro, pero a un par de metros de las pantallas que transmitían el creciente desasosiego del descenso.

Una, dos, tres veces Miramar avisó que sus formas ya eran otras, y después de un par de ataques de Maicol Cabrera, de un eslalon de un apagado Nicolás Schiappacasse y de un tiro que dio en el caño, apareció el gol cebrita cuando Silvera la metió en el ángulo fruto de un enorme tiro, o de un pésimo centro que se terminó clavando en el ángulo del segundo caño de Reyes.

Ahí se liberó Miramar, como un suspiro masivo que le permitió tomar aire y pasar a imponerse en el campo de la desesperación en el que fue quedando sumido Deportivo Maldonado.

Walter Pandiani, del otro lado de la línea, había propiciado cambios de jugadores y cambio de juego porque con el ingreso del colombiano Ignacio Yepez y Mathías Rodríguez pudo recostar el juego de rápida respuesta por izquierda.

Deportivo respondió con el argumento del ollazo que en los programas deportivos los comunicadores de saco y camisa llaman “juego directo”, y ahí se volvió a destacar como un postre chajá fresquito el sanducero Giossa, impecable en su accionar, y con dos o tres atajadas salvadoras fue llave de la victoria cebrita, aún en zona de descenso, pero mirando que hay una luz que puede iluminar el futuro inmediato.