En un mal partido, Uruguay empató 0-0 en el Centenario con Ecuador, en el encuentro que para ambos abría la segunda ronda de las Eliminatorias en la que la celeste aún sigue en posición de clasificación, aunque con sensación de haber agarrado una bajada sin mucho control.

Fue el cuarto partido consecutivo sin marcar, y el séptimo sin poder conseguir una victoria en los 90, si sumamos a estos cuatro últimos de las Eliminatorias los encuentros de la Copa América ante Brasil, Colombia y Canadá, el último de los siete partidos en que Uruguay hizo goles.

Hay en este pobre momento futbolístico un alto componente emocional que no tiene respuesta adecuada por parte de Marcelo Bielsa, implicado por sus formas, las virtuosas cuando ganábamos y las viciosas cuando no lo hacemos, y por los futbolistas que salen al campo y no logran encontrarse como antes.

El partido, el resultado y la exhibición no sirvieron en absoluto como restañador de situaciones, y habrá que esperar de qué forma se encamina y se resuelve esta frustrante situación.

¿Y entonces?

No es fácil de esclarecer cuál es la expectativa con la que me senté en la Mesa 31 del Palco de Prensa de la tribuna América. ¿Estaba escribiendo la crónica de un partido de fútbol entre dos oncenas de las que deberé relatar el enfrentamiento entre un equipo de 11 celestes contra 11 amarillos? ¿O debería poner en contexto la situación de Uruguay, la de los últimos resultados deportivos y enfocar si hay mejoras en el rendimiento, decodificar la onda positiva o negativa, entender cómo está el vestuario, cuáles son los niveles de transferencia efectiva y afectiva de Marcelo Bielsa?

Esto es un todo: valen los antecedentes mediatos e inmediatos. Valen los jugadores elegidos, la táctica ejecutada, pero también el estado anímico, el grupo empujando o entreverado, las valencias técnicas, las expectativas. Las ganas no entran en la enumeración. Vienen por defecto, y si tenés un documento otorgado por la Dirección Nacional de Identificación Civil donde dice Nacionalidad: Uruguaya, las ganas, el esfuerzo y el dar todo —y más— están aseguradas.

Hay algo que no está funcionando. Tal vez sea el juego, tal vez el equipo, los jugadores o el cuerpo técnico. La energía positiva que generaba aquel plan ejecutado en el campo con la novedad impoluta de las ideas de Bielsa jugando en campo contrario y asfixiando a cuanto rival se le pusiera en el camino, se fue perdiendo y hemos quedado en un mate recontralavado que ojalá se pueda ensillar.

Incómodo

El primer tiempo fue frío, distante como un reencuentro buscado, pero incómodo y lleno de incertidumbre como aquel soneto de La Margarita:

Dejaba en el aire tal perturbación   que nadie hablaba ni con la mirada,   y era tan honda nuestra conmoción…

Fue incómodo el comienzo del partido para los celestes debido a que sus futbolistas no se podían conectar, combinar, encontrar en el campo y eso permitía que los ecuatorianos generaran acciones de ofensiva: tres en tres minutos.

Fue un incómodo periodo de tiempo en el que los celestes debieron lidiar con la frustración de perder la pelota, el territorio y sentir la peligrosidad de los ataques de los dominantes ecuatorianos.

La primera sensación de alivio de esto puede ser distinta. Llegó de un corte por derecha y una exquisita habilitación de Valverde que terminó en una doble chance con definición de Darwin. A la vuelta de la jugada hubo una falta sobre Maxi Araújo, que se resolvió con terrible bombazo de Federico Valverde que sacó volando el arquero Galíndez.

El equipo de Bielsa, que había alternado el lugar de la presión, sorprendiendo al no atacar directamente la salida de los ecuatorianos, empezó a dominar la situación y tuvo la más clara cerca del cuarto de hora, cuando una habilitación hacia Facundo Pellistri hizo que quedara solo frente al arquero Galíndez, pero sin embargo el delantero del Panathinaikos definió muy abierto y afuera.

Sobre los 25 otra vez, el equipo uruguayo estuvo por dos veces consecutivas muy cerca de abrir el marcador: cuando Fede Valverde empalmó un impresionante rechazo después de una jugada muy bien trabajada que terminó en córner, después del tiro de esquina, la pelota paseó por el área chica sin que nadie la pudiese empujar a las redes.

No había caso, ¿qué puede pasar? Una exquisita contra de Araújo con Darwin terminó en asistencia para el artiguense que hizo todo lo que indicaba el manual del centrodelantero perfecto, pero en su tercer movimiento, el de la media vuelta, la pelota dio en el caño de Galíndez y nadie de celeste pudo empujar la pelota al arco.

Frustración 

Para el segundo tiempo, la expectativa seguía en low batt, por ahí Nico de la Cruz, que desde los vestuarios salió en lugar de Giorgian, podría levantar un poco el plafón como los vientos de la Amsterdam que empujaban con la melodía de “Allá en el convento me siento bien”, sin que un coro de voces celestes pudieran subirse a esa ola.

Tuvo más swing el juego celeste y fue más parecido al conjunto que vimos o creímos ver. Así fue por diez o 15 minutos, pero después otra vez aquella sensación de omnipotencia, de juego veloz y certero, de vamos a poder se empezó a limar por las fallas asociadas al entorpecimiento del tiempo y de los aciertos que empezaron a ser espaciados y no determinantes.

El empuje se fue quedando; las fuerzas de la cancha y de la tribuna mermaban y algún córner, un ollazo deluxe, hizo mover, en vano, la expectativa que se iba agotando.

Bielsa no ensayó más cambios que el de Nicolás Fonseca por Manuel Ugarte -después a falta de cuatro minutos entró Marcelo Sarachi por Mathias Olivera, un cambio de lateral por lateral-, y los ecuatorianos no dejaron de tensar su juego ofensivo, ocupando huecos y espacios que ya Uruguay no podía ocupar.

El equipo celeste quedó sin fuerzas ni ingenio, ni nada. Sólo frustración y ni un ollazo.

Una silbatina generalizada fue la última pista musical de este episodio, cercano a lo dramático, que deja a la selección uruguaya en zona de clasificación, pero con un problema que no sólo se decodifica en los nueve puntos perdidos de los últimos 12 jugados en estos dos meses, sino en algo más profundo que tiene que ver con capacidades, decisiones, aciertos y desaciertos, y también con lo afectivo, con lo emocional, con el alma, y ahí es donde duele.