En el fútbol sueco hay un programa que se transmite por Youtube que premia al mejor gol del año en todas las divisiones. En 2024, hay uno de un uruguayo que juega, en el ocaso de su carrera, en la División 7, más precisamente en el Uruguayanska, un club social sobre todas las cosas, donde ayudan a los uruguayos o latinos a integrarse a la nueva sociedad cuando llegan a Suecia, a conseguir trabajo y vivienda, y a tener un amparo en el fútbol, vaya amparo. En el gol que puede verse en Youtube, Claudio Pereyra Suárez recibe en el área un centro desde la izquierda, controla a la perfección y le hace un sombrero al defensa que sale a cortar despavorido. Sin dejar que la pelota conozca el suelo, Claudio ensaya una rabona que culmina con la pelota en el ángulo.

Cuando lo conocí, sus padres, amigos de los míos, habían resuelto volver del exilio en Estocolmo donde nació el chiquilín. En la casa, atrás del Parque Forno, colgaba una camiseta de la Federación Sueca de Fútbol, donde ahora Claudio trabaja como entrenador. En el patio de la misma casa, el joven sueco había pintado en la pared una grilla con números para afinar el golpe a la pelota y pegarle cada vez mejor.

Su periplo por el fútbol tuvo de todo. Primero, como una religión, el fútbol infantil en Uruguay, un paso por el Nuevo Amanecer, las primeras armas en la Universidad del Fútbol de Danubio, donde lo echaron por primera vez. En Central Español hizo goles casi todos los partidos y un contratista le mostró el camino. Se fue al Derby County de Inglaterra con 15 años, su viejo lo acompañó y le dieron laburo en el restaurante del Pride Park Stadium. El desarraigo quizás forjó su personalidad; se fue al Bologna de Italia, esta vez solo. Fue de club en club y de país en país, “Me echaron de todos lados”, dice. Recaló en Boca Juniors de Argentina, vivía en un hotel y entrenaba en Casa Amarilla. Los sueños andaban ahí rondando, al mismo tiempo, la cabeza hacía otras jugadas: “Era delantero y en mi cabeza tenía que definir los partidos. Cuando las cosas no salían bien, como persona perdía valor. Me echaron de tantos lados que me quedaron secuelas. Hoy en día lo entiendo, y eso también me permitió ser líder cuando tengo que serlo, y además poder ayudar en ese sentido a los jugadores con los que trabajo”, define.

En Suecia y en casi cualquier país, ser uruguayo es casi ser futbolista. Aquello de la garra, la estirpe renovada con el maestro, y la globalización de la celeste por gente como Luis Suárez o Edinson Cavani, forjaron en el afuera la sujeción de ese imaginario. Claudio soñó con ser futbolista, con jugar en Nacional para que su viejo festeje sus goles. En el camino entendió que faltaban llaves en la caja de herramientas. Buscó respuestas, leyó, estudió. Cuando quiso acordar se estaba transformando en un entrenador. Quiso darles a esos jóvenes, las herramientas que a él le faltaron, cuando todavía no se hablaba de psicología en el deporte ni de salud mental. El oficio de futbolista, la búsqueda de explicaciones y la curiosidad por entender su personalidad, el estudio de la materia y el amor por el fútbol, forjaron en Claudio un entrenador integral, apasionado y preparado, que lo llevó a la Federación Sueca de Fútbol como entrenador y scout de jugadores y jugadoras de Estocolmo y Gottland.

En el bar Dublín hay una pared tapizada por banderines. Claudio señala uno del Club Stockolmo de Básquetbol, mientras Gonzalo, el dueño del bar, cuelga uno nuevo de Liverpool, que le trajeron. Claudio dice que el restaurante del Derby County donde trabajaba su padre, que lo acompañó a jugar, tenía una pared parecida. Su hijo lo acompaña ahora en la entrevista, son como amigos, un buen síntoma para saber cómo está alguien que querés mucho y no ves hace tiempo.

¿Cómo fue irse de tu Suecia natal al Uruguay de tus padres y volver a emigrar por el fútbol?

Llegué hablando a lo chileno. En la guardería y en la escuela en Suecia eran todos chilenos, hasta la maestra. Llegué a Uruguay en el 93, a la escuela Vicman, cuando nos vinimos del todo. Hice medio año de baby fútbol en el Nuevo Amanecer en Mesa 1, que estaba cerca de casa, y después mi viejo me llevó a Danubio porque vivíamos atrás del Parque Forno. Jugué medio en séptima, me echaron, me fui a Central Español y antes de irme a Inglaterra estuve un tiempo en Huracán Buceo. El vínculo surgió porque en Suecia tenía un entrenador de fútbol que se hizo contratista, y le preguntó a mi viejo si seguía jugando al fútbol, le dijo que sí, y volví a Suecia, donde jugué tres o cuatro partidos en una filial del Inter, y me fui al Derby County. Tenía 15 años. Me echaron de todos lados, me echaron del Derby, del Bologna, de Boca, de Nacional. En el Derby ya me habían dicho en un momento que era de los mejores jugadores técnica y tácticamente, pero que me faltaba fuerza mental. De grande, con 27, me puse a estudiar psicología en el deporte y hoy en día hago cátedras de entrenamiento mental; me marcó mucho.

¿De qué manera se fueron transformando los sueños de futbolista?

Cuando me fui me sentía muy lejos de Nacional, que era mi sueño porque mi viejo es enfermo de Nacional. Después que estuve en Boca y me trajeron a Nacional, estaba tan bien entrenado con la base de Europa, que no paraba de correr, llegaba a todas las pelotas. Felipe Revelez fue lo primero que vio. Yo era el sueco, el que venía de Europa, tenía un español medio limitado. En una de las primeras prácticas, iba corriendo una pelota y vi que Pablo Andrich se frenó un poco, pero igual me estiré para llegar, y me levantó en la pata, quedé en el aire. “Bienvenido a Nacional”, me dijo, después nos hicimos amigos.

“Del psicólogo en ese momento ni se hablaba. Hoy en día voy a terapia”.

Estuve hasta la tercera división donde estaba el Chicha, Juan Pablo, el hijo de Venancio Ramos, el Chory Castro, Angwa Benoit, Alberto Silva, Diego Lugano, Juan Pablo Molina, el Rata Mentaste, Joel Sarli, el Rafa Cánovas, con quien hablamos hasta el día de hoy. Había buenos jugadores. Nos descubrieron una vez que fuimos a un baile, nos suspendieron unos días, fui a Miramar, pero me llamó el mismo contratista y me volví a Suecia a jugar en el Vasalunds, a esa altura ya junto con la madre de mis hijos. Jugué en casi todas las divisiones, hasta la División 7 que juego ahora en el Uruguayanksa, un equipo uruguayo, un proyecto social. Llegan los uruguayos o latinos y se los ayuda a conseguir vivienda, trabajo, a integrarse, y jugamos al fútbol.

¿De qué manera pudo haber influido el desarraigo en la personalidad de ese futbolista?

Era delantero y en mi cabeza tenía que definir los partidos. Cuando las cosas no salían bien sentía que como persona perdía valor. Me echaron de tantos lados que me quedaron secuelas. Hoy en día lo entiendo, y eso también me permitió ser líder cuando tengo que serlo, y además poder ayudar en ese sentido a los jugadores con los que trabajo. En aquel momento no tenía herramientas, me fui a los 15 años, no tenés la familia cerca, el barrio, el grupo de amigos. Aunque el primer año mi viejo se fue conmigo, le dieron un trabajo en el restaurante del Park Pride [Estadio del Derby]. En Bologna, en Boca, cuando volví a Suecia y cuando me fui a Libia a lo último, a ver si podía ganar un poco de plata, estaba solo, y parte de las soluciones siempre es hablar. Del psicólogo en ese momento ni se hablaba, hoy en día voy a terapia, una terapia más en línea con el diagnóstico que tengo. Pero hay herramientas que sirven para el entrenamiento mental de los futbolistas como la visualización, meditación, concentración. Eso me ha cambiado la vida mucho más que la medicina que en algún momento me dieron.

“Gran parte de lo que viví es un poco nuestra cultura también. Crecés en una violencia, si te tira un túnel, no pasa el jugador”.

¿Esa experiencia puede aplicarse al rol de entrenador hoy en día?

Hoy trabajo con las selecciones juveniles suecas tanto femenina como masculina, te puedo hablar horas sobre táctica, sobre técnica, sobre fundamentos, pero me interesa la parte mental que fue lo que me faltó a mí, he leído todos los libros para trabajar sobre eso. No tenía claros los obstáculos, las emociones, podía caminar en la cancha, echarle la culpa siempre a algo, nunca pude jugar con la adrenalina a tope sin pasarme de la raya. Me diagnosticaron en 2018 TDAH [trastorno por déficit de atención e hiperactividad], problemas de impulso, de concentración, de hiperactividad, me dieron medicina un año, no me funcionó muy bien, pero no le echo la culpa a eso. Gran parte de lo que viví es un poco nuestra cultura también. Crecés en una violencia, si te tira un túnel, no pasa el jugador. Nunca supe no pasarme de la raya, de pegar cabezazos a los contrarios. En el ambiente donde yo me movía, si se te paraban cerca, tenías que pegarle un cabezazo. En el Derby me podrían haber ayudado, pero al año siguiente me dieron salida y vino otro, hacían cola para estar ahí, y así fue en todos lados. A los 27 años empecé a buscar yo mismo una ayuda.

¿Qué características tiene tu oficio de entrenador en la Federación Sueca?

Ser entrenador te lleva mucho tiempo. Empecé siendo entrenador en el club Hässelby, un club de mil jugadores, en el lugar donde vivo, donde dirigía a mis hijos, a los categoría 95, 98, 2003, 2006. Me terminaron contratando como jefe deportivo. Trabajé diez años y fui encontrando el oficio, empecé a hacer cursos para hacer cátedras de entrenador, y entré en la Federación de Fútbol de Estocolmo a dar clases. Ahí empecé a ser entrenador de la selección de Estocolmo, de donde salen los jugadores para la selección del país. Ahí me vieron de la Federación Sueca, donde valoraron hacer las cosas bien, pero también venir de un país con tradición futbolera, además de los cursos, el conocimiento, la estadística. Laburo muchas horas, me ha costado tiempo de familia, viajo mucho a ver jugadores para la selección. Trabajaba como vendedor, vendía centralitas telefónicas, así que esto es un sueño. Se trabaja muy bien en Suecia, vienen de otros países a ver cómo trabajamos, y en la parte femenina, sobre todo, tenemos muchas chances a nivel internacional. Ahora tengo que ver los nacidos en 2010, pero también viendo jugadores y jugadoras de 2009, 2008. Entre Estocolmo y la isla Gottland, tengo que elegir los mejores para llevarlos a una concentración, para ver quiénes juegan contra Noruega, Dinamarca y Finlandia, eso es el primer año. Trabajo como scouting, hasta que viajamos a jugar y formo parte del cuerpo técnico.