Cuando supe que el segundo amistoso de Uruguay en esta fecha FIFA sería en Lens me vino una sensación grata. Asocié aquella ciudad francesa con la pronunciación que me repitió decenas de veces Venancio Ariel Ramos a su regreso desde Europa, en su casa de Portones de Carrasco, con la camiseta aurirroja y con la maravilla del fútbol en muchas de nuestras vidas.

Me crie en el más fenomenal epicentro del fútbol montevideano, en un lugar casi único del parque Batlle: a una cuadra del Parque Palermo, a dos del Méndez Piana y a tres del Centenario. Una gloria para cualquier jovencito emancipado en el fútbol, que nos permitía estar todos los días en una cancha, en los entrenamientos, en los partidos, desde el más copetudo internacional hasta el más barrial y forastero de la D.

Les juro que era una gloria y también un poco una escuela del camino a seguir cuando, a veces, me encontraba, en ignotos 128 (Rojo) Nuevo París o 185 Frigorífico Nacional, a otros muchachotes yendo a ver partidos en los que jugaba un fulano que por ese fin de semana no paraba en nuestras canchas. Ubico claramente a varios de ellos, pero seguramente el primero fue el Copa Ruben Morales, el Rafa Perrone, Denis Milar.

Ya después, con carné de periodista, lo volví a hacer con Juan Ramón Carrasco, con Petete Correa y –obvio– con Fabián O’Neill y Ruben Paz, pero con ninguno con tanta intensidad como con Venancio. Incluso en tiempos en que uno organizaba un viaje a Buenos Aires casi como si se fuera a vivir a Europa, lo fui a ver al estadio de la Doble Visera jugando con la camiseta de Independiente.

A Venancio lo conocí desde la tribuna bastante antes que los cientos de miles que lo idolatraron, porque fue rival de Florida en el campeonato nacional juvenil de 1976. Hasta la aparición de la Copa Uruguay, aquel fue el campeonato más integrador con la participación de los clubes de la AUF y las selecciones departamentales. Artigas, con Venancio, Paz, Mario Saralegui y Manuel Anzorena, fue finalista de aquel gran torneo junto con Florida, y este bandido y sus compañeros fueron un infierno como locales, se quedaron con el título y a la vuelta de la esquina se vinieron todos a Montevideo.

Venancio fue artífice de la obtención del Sudamericano juvenil de 1977 en el que Uruguay fue campeón en Venezuela, también en el Mundial de la categoría en Túnez. Fue figura en la Copa de Oro, ganó la Libertadores y la Intercontinental con Peñarol, y se fue al Racing de Lens: Lans, parece decirme otra vez el Chicharra en aquella casa de Carrasco.

Chicharra en francés

Cuando Venancio llegó a Lens para la temporada 1984-1985, los franceses del norte, cerca del paso de Calais, empezaron a quedar maravillados y ya para cuando se fue volviendo a Sudamérica lo consideraban uno de los mejores futbolistas que se ha puesto la aurirroja del Racing.

Varios de sus compañeros de aquellos años no dudan en definirlo como el mejor futbolista con el que han jugado, y los hinchas creen que es sin dudas el mejor de los futbolistas que han participado en los últimos 40 años.

Chicharra hizo 18 goles en 70 partidos, y en tiempos de no contar asistencias seguramente puede haber dado claramente otro tanto. También Daniel Carreño estuvo por esos tiempos al norte de Francia y fue figura en Racing.

Venancio volvió y fui una mañana a Portones de Carrasco a entrevistarlo para La Hora. Lans, me decía Chicharra, y gesticulaba con sus hijos.

¡Qué jugador!