“Se alborotó el avispero
Dieciséis (37) años es mucho
Cuando te da como un chucho
Y la vida pide cuero”1

El 26 de febrero de 2023 uno de los diarios de mayor circulación de Estados Unidos, Los Angeles Times, a través de uno de sus columnistas, el periodista de deportes Dylan Hernández, publicó en una de sus columnas que “en algún momento, Inter Miami tendrá que lidiar con la realidad que se descubrió el domingo por la noche. Messi es viejo. Luis Suárez está viejo. [...] Messi y Suárez, de 37 años, fueron básicamente espectadores cuando el Galaxy tenía el balón, lo que obligó al Inter Miami a defender con ocho jugadores de campo”.

Dejé escapar alguna de mis muchas miserias humanas y pensé, armando un explosivo paquetito prejuicioso con desprecio y malicia, qué tanto puede afirmar un especialista estadounidense en relación a la sabiduría en el fútbol.

Ahí fue que de inmediato apareció en mi mente Diego Lucero, Santa Beatriz 1935, la vuelta de una final de los mejores del mundo, Uruguay-Argentina, cinco años después del último partido por los puntos que habían jugado definiendo la Copa del Mundo en Montevideo, y con mucha fuerza pensé en el concepto de viejo como descalificación y la anécdota de José Nasazzi y Lorenzo Fernández cuando el eje central no podía más y el Terrible le estiró la mano y le dijo: “Levántese, Gallego, si no, ¿qué van a decir en Montevideo cuando se enteren que aflojó?”.

Estrellas deportivas

A Lucero lo debo haber conocido desde la lectura, sin saberlo, en la época de la escuela o el liceo. Tal vez lo pude leer en 100 años de fútbol, o seguro unos años más tarde en un libro que se llama Siento ruido de pelota que ahora reviso y veo que es de 1975, por lo que concluyo que o bien me lo trajo mi tío Mario o mi viejo de Buenos Aires, o me lo compré en los anaqueles frente a la rambla en Piriápolis o en lo del Vasco Echarte en Florida.

A Luis Alfredo Sciutto, que después fue Wing y remató su vida de leyenda como Diego Lucero, lo conocí personalmente ya muy mayor, nonagenario, cuando había cumplido el hito de haber sido el único testigo de todas las Copas del Mundo que se habían jugado desde 1930 a 1994, pero mucho antes ya se había convertido para mí en un maestro del que me enganchaba a sus modismos, su prosa callejera y pegada al alambrado, su observación punzante y certera de la cotidianeidad. Lo hice a través de Atilio Garrido, una persona con la que he tenido diferencias en la vida, pero que no me impide ver y aprender, que ha puesto todo de sí para el rescate de la maravillosa historia del fútbol uruguayo de tal forma que a través de sus publicaciones y recuerdos se pueda extender para siempre la zaga de gloria de nuestros deportistas.

En las publicaciones que dirigió Garrido, en sus espacios audiovisuales y en cada lugar que estuvo vinculado al periodismo deportivo, se ha encargado de dejar la marca de aquellos que fueron e hicieron en nuestra vida futbolera.

Sciutto fue futbolista primero de Nacional y también vistió dos veces la celeste, y después, cuando la rodilla no le dejó más, a los 27 años, en Bella Vista, pasó a ser parte de las redacciones firmando como Wing.

“Primero le prestó su cuerpo al instinto para que el juego se convirtiera en una posibilidad de disfrute. Cuando terminó de entenderlo con los pies, pasó al terreno de la reflexión, donde logró que la pasión fuera cómplice de la poesía”, escribió Jorge Valdano de Diego Lucero.

No me hable de fútbol

¿Y qué tiene que ver Wing con esto? Tiene que ver con el maravilloso desarrollo de la dupla rioplatense futbolera más grande del siglo XXI, y tal vez la más grande de un uruguayo y un argentino de la historia del fútbol, y con su presente de futbolistas de 37 años y con mucho más de la mitad de sus vidas dedicadas a la alta competencia.

Agregaré también, lejos de la visión del periodista nacido en Pasadena, pero cerca del análisis en Argentina, a Edinson Cavani, otro viejo de 37 años. Tanto la dupla Suárez-Messi en Estados Unidos como Cavani en Argentina han tapado bocas nada más que siguiendo el natural desarrollo de sus evoluciones en la cancha.

Al experto estadounidense, el salteño Suárez y el rosarino Messi le han respondido con goles y asistencias cuadruplicadas a medida que se han sumado partidos en marzo para los rosaditos, y Cavani ha puesto goles de calidad y su infernal despliegue en cada uno de los últimos partidos de los xeneizes.

Diego Lucero dejó escrito en el fascículo 136 de Estrellas deportivas que publicaba El Diario, “Santa Beatriz 1935: cuando la garra entró en la historia”, que en ese campeonato, en el que jugaban oficialmente por primera vez como selección uruguaya los campeones del mundo de 1930, el público y los especialistas los veían como viejos, que ya no podían y que no ganarían a los jóvenes argentinos que deslumbraban goleando, mientras los nuestros lo hacían apenas por un gol. “¿Estos son los campeones?”, decían los aficionados en Lima mientras se burlaban de los viejos Nasazzi, que tenía 34 años, Fernández (35), Héctor Manco Castro (31) y Juan Anselmo (33).

El día de la final Diego Lucero fue con su sombrero, al que le puso un papel en su parte frontal que decía “no me hable de fútbol”, y ahí en primera fila del escenario limeño vio la conquista de aquellos viejos que derrotaron 3-0 a Argentina y se quedaron con una copa más.

Eran los primeros viejos del fútbol en el Río de la Plata, donde la globa había empezado a ser domada con clase y jerarquía a principios del siglo.

Casi 100 años después, otra vez, ahí están los nuevos viejos rompiendo redes, sacudiendo tribunas, embobeciendo multitudes.

¡Anda p’allá, bobo, andá p’allá!


  1. “La hermana de la Coneja” - Letra: Raúl Castro / Música: Jaime Roos.