Aquel César Luis Menotti era un tipo de palabras contentas. Contentas por Marcelo Bielsa. Empezaba a avanzar 2017 y, en cada una de las consonantes que sus certezas conceptuales y su arte expresivo volcaban en su columna del diario español Sports, había una esperanza de fútbol: “A mí me gusta que los buenos entrenadores estén trabajando. Bienvenido sea que Marcelo Bielsa vuelva a dirigir. Si eligió al Lille, es porque está feliz y va a aportar el fútbol que necesita. Prefiero a este Bielsa más que el que estaba cosechando soja. Y deseo que le duren las ganas. Cuando se aleja del fútbol es cuando se cansa de las cosas que pasan en el fútbol y fuera de él. Si volvió, es porque tiene ganas y es muy bueno porque siempre tiene cosas nuevas para aportar”.
Bielsa en la cancha, en el costado de la cancha, en el campito de entrenamiento, en la garganta y en los oídos vibrando próximos a un gol, siempre constituía una buena noticia para Menotti. Lo reafirma en este mayo, en Buenos Aires, una Buenos Aires que añora al Flaco Menotti, la periodista Verónica Brunati, con quien el mitológico entrenador argentino debatía, en esos años, cada foco para aquellos artículos, alguien que lo oyó reflexionar casi hasta el final. Igual que a Bielsa, a Menotti le encantaba poner en cuestión qué cosa es el éxito y, con frecuencia, lo hacía interactuando con textos del heterodoxo pensador argentino José Ingenieros (1877-1925). Brunati acaricia un ejemplar de El hombre mediocre, la más clásica de las obras de ese autor. Se lo regaló Menotti, en el contexto de alguna de esas charlas en las que Bielsa solía ser nombrado con ecos buenos. “Estaba muy contento de que Bielsa dirigiera a Uruguay –asegura– porque creía que Uruguay con Bielsa tenía grandes chances de ser protagonista en las competencias. Se sentía seguro de que Marcelo iba a dejar su huella ahí. De hecho, compartía que el partido con Argentina, ese que Uruguay ganó de visitante, era un poco una reivindicación. Si bien se vieron solo una vez, César respetaba mucho a Bielsa. Por su honestidad, por su amor por el fútbol y, sobre todo, por sus convicciones. Lamentaba que parte de la prensa argentina hubiera sido despiadada con él por la frustración en el Mundial de 2002. Recuerdo, incluso, haber hablado del Athletic y del Leeds. Bielsa hizo que Menotti viera al Leeds”.
En realidad, que aquellos ojos expertos en fútbol se posaran en un equipo de Bielsa venía a ser, en alguna dimensión, una devolución de atenciones. El actual entrenador de Uruguay definió al Flaco como “un pozo de sabiduría” futbolística, de acuerdo con la confidencia de uno de sus interlocutores históricos. Y, en edades que hoy parecen remotas, Bielsa modeló su condición de entrenador yendo detrás de cada trazo del conductor de la selección argentina que reinó en el mundo en 1978. Detalló eso el periodista Cristian Grosso, en el diario La Nación, al rescatar que el joven Bielsa se consiguió una changa como puestero de diarios en su Rosario de origen para que eso le permitiera cimentar su formación leyendo y leyendo lo que predicaban tanto Menotti como Carlos Bilardo, el segundo director técnico que impulsó a la camiseta celeste y blanca al título del mundo.
Ese cruce de caminos intelectuales llevó hacia algún rumbo. En Madrid, donde asume que César –su amigo, su compañero para entretejer el libro Fútbol sin trampas– murió, pero Menotti –el ideólogo, el sabio– no morirá nunca, Ángel Cappa, también entrenador curtido, sintetiza: “Lo que une a Menotti y a Bielsa es la honestidad en el juego. Sus equipos son honestos. No apelan a ninguna trampa para superar al adversario. Sus equipos buscan merecer ganar, no de otra manera. Sus equipos prefieren dominar el partido y no esperarlo”.
En sus retornos a la ciudad grande del otro margen del Río de la Plata, Cappa procuraba no faltar a una cumbre selecta de los miércoles a la noche en la que la conversación de fútbol gobernaba casi todo. Allí, la voz que Menotti esculpió cigarrillo a cigarrillo fluía suscitando las fascinaciones de los demás, en particular, por ejemplo, las de Mauro Navas, jugador del Espanyol y del Udinese, técnico ahora, quien evoca que, en más de una sobremesa, el apellido de Bielsa salía desde el fondo de esa voz grave con elogios. “El Flaco –recuerda Navas– decía que Bielsa era un tipo que dignificaba la profesión. Que podían tener diferencias futbolísticas, pero eso no reducía nada del respeto. Creo que Menotti nos contó que, una vez, lo llamó Jorge Griffa, otro gran referente, desde Newell’s para pedirle referencias por un técnico para la Primera. ‘¿Por qué no le das la oportunidad a alguno que sea capaz y que esté en las inferiores?’, le respondió el Flaco. Y Griffa se jugó por Bielsa”.
Entre historia y azar
De esos encuentros seguro hubiera querido participar Pep Guardiola, pero, claro, reside un poco lejos. De todos modos, las avenidas edificadas por Menotti y por Bielsa en las canchas también se unieron a través del catalán. En 2006, con los pies todavía poblados por sus calidades de mediocentro, el hombre que transportaría a la cúspide al Barcelona, al Bayern Múnich y al Manchester City meditaba sobre sus perspectivas en el oficio de armar equipos. Tomó una decisión rotunda. Acompañado de su amigo David Trueba, cruzó el Atlántico para testear si lo suyo era ser entrenador. Necesitaba refrendarlo con dos rosarinos a los que admiraba. Cantado: Menotti y Bielsa. Con ambos charló extenso. Sabios esos rosarinos: le confirmaron la fe profesional a un interlocutor que trastocó para siempre cómo se juega a la pelota. Guardiola retribuyó aquellas gentilezas con creces. De Bielsa sostuvo lo que no le dedicó a nadie: “Es probablemente la persona que más admiro en el mundo del fútbol”. De Menotti esparció ternuras: “Siento una gran tristeza porque se ha ido alguien con el que he compartido no menos de 30 horas de conversación maravillosas en las cuatro veces que visité Argentina. Para mí era un genio por su idea. Fue el más grande seductor del fútbol argentino”. Esta es una era de excesivas oscuridades, pero hay luces que no se agotan: mientras labra detalles finísimos de su Manchester City, Pep transcurre parte de su presente clavando los párpados en los mejores artículos que multiplican justicia homenajeando a ese seductor gigante.
La genealogía futbolera que va de Menotti hacia Bielsa no supone concepciones calcadas. Inclusive aceptando lo inconveniente que resulta cualquier esquematización, los eruditos de los estadios convergen en que Menotti instaló una comprensión paciente y horizontal del juego en tanto que Bielsa aparece como portador de una verticalidad y una intensidad muy propias. Y coinciden en que para Menotti los márgenes de previsibilidad del fútbol eran muchos menores que los que persigue Bielsa. Las deliberaciones, con el permiso de los entendidos, darían para largo. En todo caso, según la célebre clasificación del periodista Martí Perarnau, ambos serían entrenadores “arquitectos” –igual que Guardiola–, o sea refundadores de conjuntos, a diferencia de los entrenadores “administradores”, que sobresalen por su capacidad de gestionar lo que ya está construido. Quizás por esas diferencias (o por su reducción), el Flaco exhibió un entusiasmo singular por la última fase del Bielsa que orientaba a la selección argentina. En julio de 2004, entrevistado en Lima por Horacio Pagani, en plena Copa América, remarcaba: “Esta Argentina es mejor que la de las Eliminatorias [en las que se había impuesto arrasadoramente]. Ocupa mejor el ancho en defensa, en elaboración y en ataque. Los jugadores están más cerca entre sí”. Pero, por encima de los matices o hasta de más que matices, orbitaba otro foco: “Creo que a Bielsa la gente lo respeta. Como también lo respeto yo y quiero que le vaya bien”. Argentina fue subcampeón de ese torneo frente a Brasil, un episodio que Menotti anticipaba que no era sensato dramatizar: "En el fútbol se puede perder, pero quedar con el orgullo intacto”.
Esa es la ruta. Tal como lo abrevia, en Barcelona, el director técnico Pablo Rotchen, defensor de Independiente bajo la tutela del Flaco y estandarte del Espanyol desde cuando Bielsa migró de ese club a la selección: “Puedo interpretar que lo que los une es que el estilo de juego no se negocia. No es ganar de cualquier manera y eso es una línea difícil de torcer en ambos equipos, que valoran más la forma que el resultado”. O como postula el médico y periodista Juan Manuel Herbella, ahora profesor en la escuela de entrenadores César Luis Menotti y antes jugador dirigido por Bielsa: “Futbolísticamente, acaso no son tantos los nexos. El nexo es de principios y de valores: cómo ser un convencido de que las herramientas que usás son las mejores y que eso, a su vez, convenza a los jugadores. El penúltimo Menotti, con el achique tan ostensible, y ciertas miradas favorables de Bielsa a la defensa alta de la escuela holandesa también son un posible punto de contacto en cómo parar los equipos. Pero lo central es que, aun con distancia en el cómo, los aproxima mucho el qué”.
“Hablé una vez sola con Bielsa, que se portó muy bien conmigo: me regaló las obras completas de Roberto Arlt. Y yo no había hecho nada por él”, reveló Menotti en 2016. Arlt (1900-1942) no establece un punto más en la historia de la literatura argentina. Su pluma sacudió bastante más que las formas narrativas aunque abarcó poco al deporte. En ese obsequio, el Flaco habrá detectado alusiones potentes al boxeo, menciones sugerentes al billar, al ajedrez o a las carreras de caballos y algunas Aguafuertes (género entre los géneros de Arlt) con mención al fútbol. “Grito de alarma”, por caso, postal de una Buenos Aires con algunas vecindades a la Rosario en la que maduró Menotti, incluye una maravillosa secuencia de un picado en la vereda con la inquietante presencia policial como complicación. Pero fútbol, lo que se dice de verdad fútbol, sólo refulge en “Ayer vi ganar a los argentinos”. Hoy surge asombroso que eso ligue a Menotti con Bielsa. Ese texto se ocupa de un partido disputado en el estadio de San Lorenzo el 17 de noviembre de 1929. ¿Quiénes se enfrentaban? Argentina y Uruguay. Triunfaron los locales por 2-0 para quedarse con el Campeonato Sudamericano, una alegría en contra del adversario que los superó un año antes en la final de los Juegos Olímpicos y un año después en la final del primer Mundial.
Semejante sincronía argentino-uruguaya conforma apenas una curiosidad y no lo más importante. Lo importante es que algunos regalos son solamente regalos y otros representan muchísimo más. Arlt suscitó la adhesión y el rechazo pero, en lo suyo, en donde puso el alma, las ideas y el talento, marcó una época, marcó las épocas que siguieron a esa época y, en especial, no se traicionó ni un centímetro. Eso, justo eso, es lo que termina de atar el hilo emocionante que enlaza a Menotti y a Bielsa.
Ariel Scher, desde Argentina.