En su momento, Diego Armando Maradona, la máxima expresión mundial del fútbol, conoció a Estela de Carlotto. En 1977, una de las hijas de Estela fue secuestrada por la durísima dictadura argentina, en tiempos de dictaduras que azotaron al Río de la Plata y tanto tuvieron que ver entre ellas. Laura Estela Carlotto fue desaparecida cuando se encontraba embarazada, por lo que el nieto de Estela también fue desaparecido. Tal fue la lucha de la presidenta de la Asociación de Abuelas de Plaza de Mayo, que el 4 de agosto de 2014, tras una comprobación de ADN hecha voluntariamente, su nieto fue identificado, siendo el número 114 de la lista de nietos recuperados. En aquel momento, Lionel Messi, quien también conoció a Estela, escribió: “Feliz e ilusionado por la aparición del nieto de Estela de Carlotto. ¡Hay que continuar con la lucha, quedan muchos más! Cuentan con todo nuestro apoyo”.

En aquel encuentro entre Diego y Estela, fechado en 2010 y situado en Sudáfrica, enmarcado en el Mundial de fútbol, Estela dijo que “en el Mundial del 78, con cada gol que se hacía los papás de los desaparecidos llorábamos”. Diego, que se aferró a las manos de Estela para siempre, sentenció que “todos los argentinos queremos saber la verdad”. En cierta manera, estos tres emblemas han producido que la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) se manifieste año a año, marzo a marzo, por la lucha de las queridas Abuelas. En marzo de 2024, la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino elevó un pedido a la AFA y al sindicato de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA) para que les hagan un homenaje a los futbolistas detenidos desaparecidos y asesinados durante la última dictadura cívico-militar. Se trata de 27 jugadores.

En Uruguay siempre pasó que, para ver las películas que se estrenaban en Argentina, había que esperar a que crucen el charco más estuario que nunca. Algo similar pasa con la lluvia, aunque lo de las películas dejó de pasar con la tecnología y lo de la lluvia es una muletilla que inspiró a Los Terapeutas para escribir “Es fácil desviarse”. En Argentina son miles, en Uruguay son cientos, los desaparecidos y las desaparecidas. Cada hallazgo es un gol agarrados al pañuelo. Cada marzo, una hermandad explícita, cada mayo, un silencio que habla. Lo cierto es que a la Asociación Uruguaya de Fútbol le llegó tarde la película y públicamente le cuesta aceptar que la lucha de Familiares es una causa noble y no una cuestión partidaria. Parecen inmersos en una pecera musgosa. Algo parecido pasa en los clubes, incluso Nacional y Deportivo Maldonado jugaron el mismo 20 de mayo, día de la Marcha del Silencio.

En nuestro país, por suerte tenemos al Maestro Óscar Tabárez. Un emblema criollo, un ídolo de mate y sopladitas, de mocasines con bigotes, un ídolo cotidiano sin sobresaltos, un mantra necesario que nos baja de la estratósfera de los peinados y las joyas. Óscar Washington es el ideólogo de un cambio de paradigma: lo cambió todo. Permitió la aparición de astros y más astros, y nos colocó a todos y todas en el lugar donde la palabra esperanza arraiga su concepto. El entrenador más importante de la historia de la camiseta celeste apareció en un video junto a otros y otras deportistas, y aquello de costado lo fumaron Luis Suárez y todo el plantel de Peñarol.

Incluso la aparición en el mismo video del Cebolla Christian Rodríguez también está enmarcada en que primero el Maestro dijo que sí. Pero no como un mesías –no precisamos mesías–, como un maestro.

El pasado jueves los jugadores de Peñarol entraron a la cancha para jugar con Progreso, el penúltimo partido del Apertura que ganaron, con camisetas que decían “Todos somos familiares”. Sí, muy emocionante. A aquellos y aquellas que hicieron la primera Marcha del Silencio en el 96, ayer los aplaudió un estadio. A aquellos niños perdidos en la playa de los derechos, los aplaudió el Campeón del Siglo. Más que nunca, los jugadores entraron con la camiseta puesta. Quizás hayan marcado un precedente. Precedente, presente, todo un símbolo estar o no estar en la causa de Familiares, en la causa de, a decir del poeta Hernán Poloni Gruler, “los desaparecidos que estamos”.