El fútbol es parte de mi vida. Le he dado casi todo al fútbol y a la celeste. He viajado mucho con el fútbol, he trabajado mucho con el fútbol, le he puesto el cuerpo al fútbol.

Cada vez que la selección uruguaya ha participado en eventos internacionales, a lo largo de mi vida he procurado estar allí para hacer mi trabajo. Así lo aprendí y así entendí cómo se debe realizar la tarea de seguimiento periodístico: estando allí, viviéndolo en el lugar, con los protagonistas principales y con todos los secundarios que pasan a ser el gran elenco de estos espectáculos.

La primera vez que viajé a cubrir a Uruguay fue en la Copa América de Argentina en 1987, y la última -hasta ahora, che, que tengo hojas en pila en el pasaporte todavía- fue en el Mundial sub 20, donde por fin nuestros juveniles pudieron alzar la copa. En el medio, mundiales en cuatro continentes y copas América que me fueron afinando en una metodología de trabajo que no me obligaba a perderme nada de los nuestros -para eso estoy acá, pensaba-, que me hacía seguir tangencial pero profesionalmente la competencia en la que Uruguay estaba participando respecto a los demás partidos, y me fui marcando un camino que era mío, pero a su vez sentí que debía y me pedían enseñarlo aguzando mis oídos, abriendo bien los ojos, caminando las calles de las ciudades donde estuviera y siendo intermediario de lo que decían y vivían esos habitantes de sus tierras donde éramos forasteros.

Lo hice desde 1987 en La Hora primero y en La República después, pero fundamentalmente desde la aparición de la diaria ya empezó siendo una pieza insustituible cada vez que alguien agarraba el bolsito.

Miradas cruzadas y compartidas

El cuerpo de entregas diarias, fuera de donde fuera, primero debía tener información precisa y certera de lo que estaba haciendo Uruguay y cómo sería su posible formación, el estado sanitario del plantel, los lugares donde entrenaría o directamente una crónica o análisis del partido que jugara, y conjuntamente con ello aquella entrega epistolar de las vivencias en el extranjero, transmitiéndolas desde la percepción de un uruguayo promedio que se pudiera corporizar en las y los compatriotas: no quiero ser más que tus ojos mirando lo que querés ver. En la diaria se solían llamar “Tienes un e-mail”.

Esto implica una serie de cambio de hábitos, de movimientos, de tensiones, de responsabilidades exageradas por uno mismo, que año tras año, viaje tras viaje, se repiten, se viven y nunca se resuelven, pero además significan un cambio de paradigma importantísimo cuando, después, esa decena de eventos cubiertos in situ en los últimos 18 años, que empezaron con comunicaciones en sms y ahora ya vamos en streaming, cambiando de ciudades, de idiomas, conociendo hoteles, pensiones y apartamentos compartidos, acertando al transporte público o negociando taxis colectivos para llegar al lugar de entrenamiento, explicando el mate, encontrando socios de bizcochos que junto a la fruta ayudaran a olvidar el almuerzo en la calle, consiguiendo colarse a la práctica o entregar a tiempo la crónica porque hay una enorme cadena de compañeras y compañeros que esperan que mande esos 4.500 caracteres que me encomendaron a sabiendas de que nunca mandaré menos de 6.000 pero al mismo tiempo enojándose porque al final llega una nota de 8.000.

Todo ese vívido en secuencia hace que tenga una ausencia remarcada por la familia, las amistades, los vecinos, los conocidos. ¿Cuándo te vas?, ¿no te fuiste todavía?, ¿no habrá un lugarcito en esa valija?, que una y otra vez, en la puerta de casa, en Whatsapp, en el ómnibus, en la cola de la fiambrería, me han hecho saber que esta vez no estoy ahí, pero quisiera trabajar -porque de eso se trata realizar la tarea- como lo hago cada vez que acompaño a la celeste, y entonces…

El espejo

No es precisamente la idea de Lewis Carroll. Se me ocurrió que una vez que me adaptara a la nueva situación, no estoy ni en las ciudades, ni en los estadios, ni cerca de donde se prepara Uruguay, estoy frente a pantallas que me ofrecen otra visualización y desde una posición en la que debo ser emisor pero sin embargo soy receptor a la distancia de otros buenos recortes de realidad, podía buscarle una vuelta y seguir contando e informando en espejo.

Al principio pensé que vería más partidos y pasaría mucho menos tensión de andar por ciudades y barrios desconocidos e imaginé mate y bizcochos de verdad para ir espiando rivales o simplemente a la antigua y gozosa forma de mirar un partido exclusivamente por el gracioso placer que ello representa, más en una competencia de élite. Falla. Houston, tenemos un problema: el teletrabajo, la vida familiar y una sucesión de partidos que no sólo involucran la Copa América, sino que también tienen al Uruguayo, la B y la Copa Nacional de Clubes, no concilian debidamente, y entonces uno parece escuchar a quien comparte el hogar cosas como “¿otra vez partido?”, “te vas para allá atrás y parece que estás en otro mundo”, “¿otra vez con esa tonelada de bizcochos?”, “perdoná ¿pero a Jamaica también lo tenés que escribir?”.

De casa, símil el hotel o el Airbnb, no me van a salir cosas buenas. Probemos de la calle: no es narrable que tengo el puesto a dos cuadras, o el súper a siete, o que encontré (hace mil años) la mejor panadería. Pero, sin embargo, sí puede ser que descubra voces e ideas que estando allá las imagino pero no necesariamente conecto con la realidad. El verdulero y su cliente, el que pide manzanas Pink Ladie parece que están en posiciones antagónicas con relación a la muestra. Uno de ellos está bastante caracúlico, no le gusta Bielsa y repite un discurso ya escuchado: le erró, demora los cambios, no debería haber puesto a fulano, no debería haber sacado a tal, si seguimos así se vuelven en una semana. ¡Mirá lo que le pasó en el Preolímpico! Igualito, y después lo escuchás y el tipo mira para abajo. El despachante asiente en silencio, porque el cliente siempre tiene la razón, pero al final, después de que le ordena pin y verde, le dice: a mí me encantan Uruguay, Bielsa y las posibilidades que tenemos.

Te llevo tatuada en el pecho

Un rato después en la entrada de la escuela el guriserío y los mapapis o abuelos están encantados y hay ambiente jolgorio por el triunfo uruguayo, esperanzas y anhelos y Dárwines y Valverdes y Suárez en túnicas de niños y niñas que hacen del lunes un viernes después del 3-1.

Pasa el quinielero con su maquinita por la cuadra de enfrente, un crack de los de antes, campeón y ¡cómo le pegaba!; quisiera saber su opinión de entendido, pero yo ya voy camino a la sociedad médica, me siento en una sala llena de sillas como si fuese un anfiteatro y pongo en Youtube la conferencia de prensa de Bielsa y otra vez me viene esa tensión de levantar la mano mientras se me agudizan los latidos y preguntar con respeto y encuadre, mientras otros satirizan mi intervenciòn y alimentan la granja de haters.

No sé qué hubiera preguntado mientras Bielsa mira hacia abajo, pero sí sé que hubiese transcrito respuestas que promueven el pensamiento, la aprobación o la discusión.

“El resultado me parece que representa lo que sucedió en la cancha, creo que ganar por tres goles de diferencia no es muy propio del fútbol actual. Erramos cinco goles en el período que convertimos uno y en el segundo tiempo fallamos otros cinco y convertimos dos. Concedimos 15 minutos, pero eso no significa que Panamá haya jugado como para imaginar que su rendimiento le permite ponerlo a la altura del rival con el que perdió esta noche. Una cosa es pensar que Panamá le jugó de igual a igual a Uruguay, pero no es así. Creo que para hablar de los rivales lo conveniente es esperar y demostrar la relación que hay entre nosotros respecto a los rivales. Hay una presunción de superioridad y una posición imaginada previamente, por algo los sorteos se hacen como se hacen, categorizando a los equipos, pero después hay que demostrar en la cancha que esa categorización se convierte en real a través de los enfrentamientos, pero no siempre es así”, dijo Marcelo.

Tampoco siempre son así las crónicas de viaje, o de no viaje, según uno se mire en el espejo de la vida.