En un partido de gran tensión y muchísima emoción por lo que estaba en juego, por quiénes lo jugaban y por la paridad actual de los oponentes, Uruguay y Brasil empataron 0-0 en su juego de cuartos de final y debieron definir al semifinalista en la tanda de penales.

Fede Valverde la cruzó con calidad y puso el 1-0, y el Chino Rochet, con una maravillosa atajada del tiro de Éder Militão, dejó la ventaja para el lado de los celestes. El Lolo Rodrigo Bentancur colocó el segundo y Andreas Pereira puso para Brasil el 2-1. El Cocho Giorgian de Arrascaeta lo pateó fuerte y arriba, con clase, y estiró la ventaja a dos. Luego, Douglas Luiz dio la pelota contra el caño.

Con el 3-1, Josema Giménez no pudo liquidar porque atajó Alisson. Martinelli fue quien colocó el 3-2 para Brasil, pero Manuel Ugarte, con calidad, le dio por fin la victoria y el pase a semifinales a Uruguay.

4-2 ganó la celeste en los penales. El miércoles, en Charlotte, enfrentará en la semifinal a Colombia, que derrotó a Panamá 5-0.

Facundo Pellistri, de Uruguay,  Nahitan Nandez, de Uruguay y Rodrygo, de Brasil, el 6 de julio en Las Vegas Foto: Frederic J. Brown, AFP

Facundo Pellistri, de Uruguay, Nahitan Nandez, de Uruguay y Rodrygo, de Brasil, el 6 de julio en Las Vegas Foto: Frederic J. Brown, AFP

El acceso a la felicidad

“¡Uruguay nomá, Uruguay nomá!”, se escucha de Las Vegas a Bella Unión. “¡Soy celeste!”, suena en el estadio. Los gritos ahogados por el frío y la emoción en las casas de todo Uruguay. Un momento inolvidable.

Dice Marcelo Bielsa, y con razón, que el fútbol da acceso a la felicidad, y que es felicidad gratuita y popular. También ha dicho Bielsa que la celeste es el signo de identificación más significativo que tiene el pueblo.

Bielsa ha dicho que está muy contento de pertenecer al fútbol uruguayo y que está contento de interactuar con el pueblo. Si el público se siente orgulloso de quienes lo representan, esa articulación empodera al colectivo. Este es el punto de conjunción de esas ideas y sentimientos del director técnico y el pueblo, el de los pobres y también el de los malla oro, que celebran el pase a las semifinales. El fútbol es felicidad.

Intensidad brutal

La primera parte fue intensa y también tensa por el despliegue inmenso y sin pausa, con predominio de las intenciones de juego de los uruguayos y la latencia y presencia, en todo momento, del despliegue en carrera de la selección brasileña, que, a pesar de que no atacó más de tres veces, estuvo cerca del gol. Los celestes atacaron e intentaron congeniar en campo adversario de manera casi permanente.

La salida por lesión de Ronald Araújo, de impecable y dominante labor, modificó ligeramente el final del primer tiempo, pero no el marcador, que se mantuvo en 0-0.

Uruguay, con la misma alineación y la misma disposición de sus futbolistas, empezó generando una fuertísima presión en el campo brasileño y sobre los futbolistas rivales. De hecho, en los primeros minutos no llegó a generar jugadas de extremo peligro, pero sí hizo que Alisson repusiera varias veces desde el arco.

El comienzo fue intenso, con mucho roce y un despliegue físico, en particular de los uruguayos, que iba limando las expectativas de juego brasileñas.

Las formas de juego limitaron los espacios, y la dinámica era de Uruguay presionando en todo el campo brasileño, que era donde se jugaba, y la selección verdeamarela sin ceder en su intención de salir jugando.

La primera vez que vimos a Sergio Rochet fue a los 14 minutos, cuando una infracción permitió un tiro libre de Raphinha, que la barrera mandó al córner.

Pasado el cuarto de hora, Uruguay generó dos tiros de esquina en los que demostró su potencial para ganar en el juego aéreo. Fue la primera vez que hubo real peligro sobre el arco de Alisson.

El árbitro Darío Herrera, saca tarjeta roja a Nahitan Nández, el 6 de julio en Las Vegas. Foto: Frederic J. Brown, AFP

El árbitro Darío Herrera, saca tarjeta roja a Nahitan Nández, el 6 de julio en Las Vegas. Foto: Frederic J. Brown, AFP

Fue muy aplomado el nivel de juego de los uruguayos, con acciones predominantes sobre los brasileños, sobre todo en la primera mitad del primer tiempo, cuando las acciones se sucedieron casi siempre en campo de Brasil.

La primera acción de riesgo que sufrió Uruguay fue un mal pase atrás de Matías Viña, que tomó el jovencito Endrick e intentó resolver con un pase que, felizmente, desconectó Nahitan Nández.

A Uruguay le costó imponer condiciones, pero no sólo controló a Brasil, sino que, por lo menos mientras estuvo Ronald Araújo en la cancha, demostró que podía. Había que esperar a ver qué pasaba sin el riverense.

El modelo con el que un país juega al fútbol es algo muy importante. No se debe ignorar, porque el estilo se transmite de generación en generación y, en un fútbol de tanta riqueza como el uruguayo, lo peor que se podría hacer es no mirar hacia atrás y valorar. Después están los matices y lo que se puede intentar con ellos. Nunca debe ignorarse la marca registrada del fútbol de un país. Uruguay la tiene y hay que crear a partir de eso.

La ilusión es un potenciador de los recursos. La ilusión es una simbiosis entre el público y el jugador y produce una fuerza que se alimenta, dijo Marcelo Bielsa unos meses atrás. Y la simbiosis seguía alimentando la esperanza.

La segunda mitad era una incógnita

El tema era cómo respondería el equipo después de la influyente salida de Ronald Araújo. El ingreso de Josema daba garantías, pero cambiaba la matriz de juego desde el fondo, porque Giménez no tiene las características del riverense con la pelota al pie.

El comienzo de la segunda parte mostró otra vez a un seleccionado uruguayo muy bien posicionado en el campo y con muchas ganas, aun cuando la línea de cuatro que había empezado el partido sólo mantenía a uno de sus futbolistas en su puesto.

Un par de pelotas cruzadas hacia la posición de Darwin Núñez, filtrándose en el área, generaron las primeras acciones peligrosas de los celestes en la segunda parte.

Sergio Rochet, arquero de Uruguay, ataja el disparo de Eder Militao, de Brasil. Foto: Frederic J. Brown, AFP

Sergio Rochet, arquero de Uruguay, ataja el disparo de Eder Militao, de Brasil. Foto: Frederic J. Brown, AFP

El cuarto de hora inicial del segundo tiempo fue el termómetro que marcaba la temperatura de juego de los uruguayos, que seguían con firmeza y procurando desequilibrar a la defensa brasileña.

La emoción y la atención se fueron apoderando cada vez más del partido a los 20 minutos del segundo tiempo. En un pico extremo de peligros y cuidados ingresó en Uruguay Rodrigo Bentancur para sustituir a Nico de la Cruz.

Después, definitivamente, todo cambió. Uruguay debió cambiar como consecuencia de la expulsión, a instancias del VAR, de Nahitan Nández, que terminó viendo la roja por una falta que, para el árbitro argentino Darío Herrera, fue juego brusco grave.

Bielsa hizo una variante con la lógica de cubrir el lateral derecho, colocando a Guillermo Varela, y otra sorprendente: entró Giorgian de Arrascaeta y salió nada menos que Darwin Núñez.

Ahí empezó a imponerse el desdoble de los medios uruguayos y fue muy importante Maximiliano Araújo. A Uruguay le costó mucho trabajo y máxima concentración mantener a raya a los brasileños, que, con la ventaja de un jugador más, se volcaron al ataque.

Aguantó Uruguay, bien y con temple, hasta los penales. Y de ahí hasta el triunfo, la alegría y la felicidad.