Peñarol recibió a Flamengo por cuartos de final de la Copa Libertadores de América en su casa, como quizás lo soñaron quienes pusieron los ladrillos del Campeón del Siglo. Poca gente del rubro nero, una multitud de Peñarol, soñando todos y todas con lo mismo. Vestigios del Peñarol de los negros, estelas del Peñarol de América, del Peñarol de los Milagros. El Peñarol de La Fiera, conmovido ante el estruendo del recibimiento, empató en su casa frente al poderoso mengao y clasificó a semifinales de la Copa Libertadores de América.

Por la ruta 8, el éxodo. Los sueños como fueguitos al costado del camino. Toda una idiosincrasia, toda una cultura. ¡Peñarol nomá’! En la devenida avenida en ruta, medio pueblo atravesó la ciudad para el ritual. La ansiedad llegó al campo de juego como una infección, pobló los campos centimetrados alrededor y se ahogó con el humo quemado de las bombas de estruendo. Bombas nunca brasileras, bombas uruguayas de una navidad inédita.

A los dos minutos Gonzalo Plata, tras centro de Gerson, avisó que por algo le chorrean los símbolos de dólares alrededor del sudor como moscas insoportables. Fue un asedio del mengao, una serie de pinturas como el caño del mismo ecuatoriano sobre el cuarto de hora de juego. Otro caño minutos después subió a medio pueblo en Brasil al televisor. Gerson probó de la misma pieza, Flamengo era más y Peñarol sostenía con su gente, con su ilusión.

Hinchas de Peñarol, el 26 de setiembre, en el Campeón del Siglo.

Hinchas de Peñarol, el 26 de setiembre, en el Campeón del Siglo.

Foto: Alessandro Maradei

Peñarol ensayó triángulos conocidos entre Maxi Silvera, Leo Fernández, Eduardo Darias, Javier Cabrera, la Chinita Báez. Silvera pateó de lejos para hacer bajar los aplausos y subir los decibeles. Leo Fernández arrastró con una contra a todos “Los barrios unidos”, como dice una bandera tras el arco. Afuera, el mundo desconectado, un manto negro de noche extendido sobre la penillanura, como la camiseta de un hincha sobre la cama de Dios.

Aguerre tapó pasados los 20 minutos otra de Plata, que para eso lo trajeron. Junto a Gerson, Giorgian y Nico de la Cruz jugaron a un alto nivel. Como en una tómbola, una bandera rezó, 60, 61, 66, 82, 87. A los 25, el mismo Aguerre tuvo que salir despavorido: Alguien cayó lesionado y Peñarol respiró. En la tribuna dejaron las piernas quietas, que tejían como abuelas un telar de esperanza.

Plata tiró un tercer caño. Sobre los 30, cuando en el cine las películas viran, se levantó nuevamente la hinchada aurinegra, que fue una fiesta todo el partido, aunque por momentos era una pintura de Daniel Supervielle. Floridense, artiguense, pedrense, así se armaron los triángulos. Así se armaron las mesas en las casas de cualquier santo punto del país. Darias cerró el primer tiempo y levantó a la hinchada con un quite extremo. Giorgian pateó por encima del travesaño cuando todos se iban y los brasileros abrían los brazos como cristos redentores.

Peñarol jugó atado a las verticales de tela que colgaban como serpentinas. Jugó con bengalas en las manos Peñarol, con los boletos del bondi como estampitas, con las entradas del Campeón del Siglo como ostias mordidas. Tité movió el banco, sacó a Plata, que era de los mejores para poner a Gabigol y cambiar la estrategia. Sobre los 60 minutos, sin embargo, fue Bruno Henrique quien conectó en barrio uruguayo. Pero Darias volvió a levantar a su gente contra la raya. La hinchada hizo sentir aquello de la obsesión por la Copa Libertadores de América, santa Copa Libertadores de todos los tiempos, que ni los gobiernos más nefastos opacan tu verdadera gloria, la fiesta de cada pueblo. Maxi Silvera se retiró del campo y los aplausos sonaron como aguacero en techo de cante. Así resistió el aurinegro, como en el barrio profundo.

Gonzalo Plata, de Flamengo, Maximiliano Olivera, de Peñarol.

Gonzalo Plata, de Flamengo, Maximiliano Olivera, de Peñarol.

Foto: Alessandro Maradei

Darias y su familia dejaron todo para que este partido existiera. Con los botines colgando del cogote, en los primeros llantos por perder, o en los primeros trofeos de jugadores dorados quietos por la gloria. Fue superlativo, el mejor de los locales. Los de Tité no soltaron nunca los santos. Ni en las casas de Río, donde llegó el eco de los silbidos de Montevideo por un viento que apenas se llevó eso. Todo el resto quedará para siempre en Montevideo. Washington Aguerre, sobre los 90 minutos, se erigió como figura, escribió su nombre en la historia. Cuando dieron cinco de descuento, nadie volvió a sentarse.

Volvieron las bengalas, y con el fuego, el espesor del humo. Del buen humo, del humo de la suerte, del humo de lo contenedores y de las almas, de todos los asados de todos los viernes de obra. Peñarol y La Fiera escribieron otra página inolvidable, en la rica historia de Peñarol, en la rica historia del fútbol de nuestro país. El que veneran, el que desprecian, el que marca nuestra cultura.

Estadio: Campeón del Siglo
Árbitros: Facundo Tello, Juan Belatti y Gabriel Chade (argentinos)

Peñarol (0): Washington Aguerre; Pedro Milans, Javier Méndez, Guzmán Rodríguez, Maximiliano Olivera; Damián García, Eduardo Darias (90' Gastón Ramírez); Javier Cabrera (65' Lucas Hernández), Jaime Báez (65' Leonardo Sequeira) Leonardo Fernández; y Maximiliano Silvera (76' Facundo Batista). Entrenador: Diego Aguirre.

Flamengo (0): Agustín Rossi, Guillermo Varela (58′ Wesley), Fabricio Bruno (82' David Luiz), Léo Pereira, Alex Sandro (73' Ayrton Lucas); Léo Ortiz (82' Matheus Gonçalves), Nicolás de la Cruz; Gerson, Giorgian de Arrascaeta, Gonzalo Plata (58' Gabriel Barbosa) y Bruno Henrique. Entrenador: Tité.

Goles: como no hubo, Peñarol se clasificó por haber ganado en Río de Janeiro.