En el litoral del país, un tipo canoso, trabajador férreo de la construcción, se paseaba con un bolso atravesado. Entre tantas cuestiones, lo abría y de allí sacaba unos botines de fútbol, modernosos, casi nuevos. Eran aquellos con los que Luis Suárez comenzó a construir la leyenda, con el gol de zurda a Bolivia en el Estadio Centenario en 2007 rumbo a las Eliminatorias de Sudáfrica. Suárez había decidido regalárselos a ese hombre, que se presentaba como el tío, Óscar, y tuvo en manos y pies la búsqueda de gloria que el joven Suárez demostraba en cada zapatazo de gol.

Luis Alberto Suarez Díaz, de Salto, pero luego bien capitalino y ciudadano del mundo, hizo baby fútbol en el Deportivo Artigas de Salto hasta 1994 y pasó al Urreta hasta su primer encuentro con Nacional. Su amor por el equipo de La Blanqueada no se apagó nunca: volvió luego de una riquísima carrera internacional para ser campeón uruguayo en 2022.

Comenzar, explotar y seguir vigente

A Suárez le tocó entrar al Parque Central el 10 de setiembre de 2005; saltó al césped tricolor por el Gabriel Buitre Álvez y marcó el quinto gol para la goleada ante Paysandú Fútbol Club. El gol también refleja un poco su forma de moverse en cancha: entreverado, pícaro, efectivo. Mandó una chilena que dejó dudas si había entrado o no, pero lo remató al golero con el rebote y salió disparado a festejar. Era Martín Lasarte quien dirigía el timón bolsilludo y lo mandó al campo con el dorsal 13. El debut oficial se dio ese año el 3 de mayo por Copa Libertadores ante Junior en Barranquilla. Ingresó a los 25 del segundo tiempo por Sebastián Vázquez.

En aquel arranque convirtió 12 goles y festejó títulos. Luego vino el pase al exterior. Nada se sabía, podía quedar en una carrera a medias, pero Suárez tenía su propia pluma para escribir lo que no imaginó pero creó.

Se fue a una liga de menor fuste en Europa. Llegó al Groningen de Holanda. Dejó 15 goles en 37 partidos y despertó el interés del Ajax. De repente, se convirtió en referencia, pasó a ser capitán. Levantó la liga local -Eredivisie- y la Copa de Países Bajos. Hizo 111 goles en 159 encuentros, una manera efectiva y voraz de mandar el balón contra la red. En frío, dejó el promedio de 1,5 goles por partido, muy similar a los que más adelante conseguiría en el lujoso Barcelona.

En el pasaje demoledor en Holanda llamó la atención de Óscar Tabárez, quien empezaba con su segundo ciclo al frente de la selección. Cada vez tuvo más minutos con la celeste por Eliminatorias y vino la experiencia Mundial en Sudáfrica, aquel grupo que se convertiría en una marca propia. La primera imagen en el colectivo, en ese clip revulsivo donde tapa con las manos un gol de Ghana en los cuartos de final y segundos después festeja el marrado penal que aún suena en el fierro horizontal. Nunca desesperanzado, aguantó en la boca del túnel, casi con el presagio que eso podría pasar y lo celebró.

Allí le sentó muy bien la competencia, con goles de calidad, como aquella combada pegada al segundo palo para llevarse el partido ante Corea del Sur. A su vez, había convertido el primero ante los asiáticos en una definición sin ángulo, pero por Suárez. El Pistolero fue protagonista y quedó a un costado porque la celeste disfruto también a un superlativo Diego Forlán. El cuarto puesto de Uruguay fue gran cosa.

Con gloria y con penas

Con un plantel trabajado sutilmente por la cabeza del maestro, llegó la Copa América 2011 en Argentina. Una vez más, la épica. Uruguay dejó afuera a los locales en Santa Fe con aquella definición por penales con el último a un ángulo de Martín Cáceres.

Perú fue su víctima. Le convirtió en fase de grupos y luego le sumó dos más en la semifinal disputada en La Plata. Seguía con su pluma y su historia. En la final le convirtió el primer gol a Paraguay en el Monumental de Núñez. Hay que volver al archivo y comparar su primer gol ante Bolivia y ese: el engaño como herramienta, el espacio creado y la ejecución de zurda, como si se tratase de su profesión. Campeón de América, Suárez.

Entre un Mundial y otro reforzó lo mostrado y lo llevó más allá. Con un filo puesto a punto en el Ajax, llegó al Liverpool inglés. Goles extraordinarios por cantidad, se llevó la bota de otro tras ser el goleador. En ese pasaje hizo 82 goles en 133 partidos. En resumen, superó lo redactado en Ajax y lo también extraordinario que consiguió posteriormente en Barcelona.

Pero en las buenas actuaciones, registradas en aquellos que lo vieron en directo y otros que volverán al archivo, también tuvo episodios de desencuentros. El cruce con el lateral francés Patrick Evra que le valió la suspensión por ocho partidos. Volvió y siguió repitiendo nivel, incluso con varios hat-tricks en manga. Pero otro capítulo lo envolvió en una suspensión mayor, de diez partidos, cuando pegó un mordisco al zaguero serbio Branislav Ivanovic en un partido frente a Chelsea.

Vino Brasil 2014 y Suárez estuvo. Podría no haber estado tras sufrir una grave lesión de rodilla. De manera poco lógica, se operó, recuperó y volvió a jugar. Suárez se lo agradecerá hasta la eternidad a Walter Ferreira.

La celeste había comenzado mal tras perder en el debut ante Costa Rica. Tenía que salir a ganar, y a quiénes: Inglaterra e Italia. Ante los ingleses marcó su carrera: le hizo los dos goles y sentenció estar en otra plataforma, deportiva, anímica, un lugar de pocos. Tampoco fue un buen final, quizá el más oscuro en su carrera, cuando en un tiro de esquina forcejeó con el italiano Giorgio Chiellini y mandó dientes al hombro del zaguero. No había VAR ni evidencia cercana que lo pudiera sacar de partido. Pero lo posterior fue inimaginable. Expulsado de la competencia, y luego sin siquiera compartir con sus compañeros, le valió una persecución pocas veces vista.

La sanción significó cuatro meses y nueve partidos. Pudo volver en octubre jugando para Barcelona, lugar que disfrutó con Lionel Messi y Neymar al obtener una Champions League, un Mundial de Clubes y cuatro ligas, en un despliegue futbolístico sensacional. Llegó a convertir 195 goles y 113 asistencias en un total de 283 partidos.

Su carrera continuó a gran nivel en Atlético de Madrid, donde mandó 34 goles en 83 partidos con otra Liga bajo el brazo y luego desembarcó en Nacional, donde volvió a alzar la copa. Pasó a Gremio de Porto Alegre. En el equipo gaúcho llegó a 26 conversiones en 53 presentaciones, volviendo a reforzar su condición ante las dudas; las dificultades no le inquietan.

Con la celeste jugó dos mundiales más, Rusia 2018 y Qatar 2022. En el primero, vigente pero desde otro lugar, convirtió dos goles ante Arabia Saudita y los locales por fase de grupos. Ya metido más en el banco, en el último certamen mundialista de Qatar no convirtió goles. El grito final fue ante Canadá en la pasada Copa América. Este último como si fuera hoy, aquel primero en el Centenario como ayer.

El viernes escribirá el punto final de su rica historia.