En un muy mal partido del equipo celeste, agravado por lo crucial de la coyuntura, dado que no podía perder para mantener chances dependiendo de sí mismo, Uruguay cayó con Paraguay 1-0 después de haberlo goleado en la serie 6-0. Por un rato la celeste quedó a la espera del resultado de Colombia ante Chile, porque si los colombianos empataban o perdían Uruguay seguía con chance de clasificación, pero eso no sucedió: Colombia venció 3-1 a Chile y a otra cosa mariposa: a la celeste se le cortó una racha sin faltar a un mundial de esta categoría desde 2005.
Uruguay con equipo, estructura táctica y hasta formato de juego modificado por imperio de la situación que hacía frontera con la angustia, empezó dominando el partido aunque sin progresar de manera continua, acercándose al arco paraguayo pero de manera absolutamente distinta a como había sucedido en el partido de la serie cuando los celestes arrollaron a los paraguayos.
Al igual que en el último partido contra Chile hubo cambios en todas las líneas a excepción del doble eje central de Mauro Zalazar y Thiago Helguera. Esta vez, entró Facundo González como lateral derecho y Lucas Agazzi pasó a jugar de puntero. Por delante de Zalazar y Helguera jugó Lucas Pino y como nueve apareció el carmelitano Gonzalo Petit, dado que el rochense Renzo Machado siguió fuera del plantel por un problema físico.
Esta vez al juego lo atravesaban otras variables, además de la intensidad de la temperatura caraqueña que a la tarde traspasaba los 30 grados: fundamentalmente eran variables emocionales apoyadas en situaciones de juego que habían conducido a la selección de Fabián Coito a una situación bastante angustiante de quedar con poco espacio para atentar la clasificación al Mundial de la categoría de la que Uruguay es campeón.
No pudo, el elenco celeste, durante todo el primer tiempo desembarazarse de esa incómoda situación de estar lejos de lo que quería hacer —con la urgencia de deber ser— y entonces se fueron al vestuario con un 0-0 que inclusive fue amenazado por los paraguayos sobre el cierre de la primera parte con un par de ataques que resultaron peligrosos.
No hubo combinaciones ni destellos individuales, se vio un equipo caído emocionalmente con un lastre que le impidió un desempeño acorde a la capacidad de este equipo y de cada uno de los jugadores que estaban en cancha. Lo emocional es determinante en todas las instancias, y en jóvenes que están desarrollando sus formas, en la cancha y en la vida, eso parece pesar mucho.
Todo empezó a ser peor cuando a los seis minutos del segundo tiempo, en una jugada muy fácil de neutralizar, Paraguay abrió el marcador a través de un cabezazo (solo frente al arquero) de Gadiel Paoli que colocó el 1-0.
Al agudizarse la situación Coito ensayo más cambios colocando a Alejandro Severo, Esteban Crucci, Mateo Peralta, Bruno Calcagno y Alfonso Montero. Hay algo que los futbolistas pueden transmitir a individuos que están acostumbrados a ver pasar partidos y experiencias propias del pasto, la pelota y su técnica, y en este caso transmitían una sensación de ilevantable, de irrecuperable. Fue así. Una pena.
Paraguay clasificó. Uruguay no pudo, no llegó a poder asumir con juego o con lances desesperados la necesidad de revertir ese resultado. El equipo colapsó. Eso pasa. No es para siempre, pero pasa. Y pasó.
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