En Argentina, donde los hinchas de fútbol salieron a proteger de la represión estatal a los jubilados, hay una pregunta que, a pesar de cualquier pesar, tiene que ver con la esperanza:

–Che, ¿Messi está para jugar con Uruguay?

Se la hace un mozo a otro mozo, una piba a su papá en la entrada del colegio, una mamá a su hijo a la salida del colegio, un periodista que no tiene la menor idea a otro que tampoco tiene la menor idea pero igual habla del tema frente a una cámara de televisión. Tiene que ver con la esperanza porque a Messi, exactamente, siempre se lo espera y siempre se espera algo de él. Y con la dimensión estimulante que, en más de una ocasión, viaja con el fútbol, en el intento de matizar la vida brava. Pero el interrogante carga, además, con la inquietud: Messi, el mejor de los mejores, el campeón del mundo y de América en un equipo que continúa siendo el de los campeones de América y del mundo, arrastra una sobrecarga muscular, apila una vida de 37 calendarios y medio, jugó poquito recientemente en Inter Miami pero regresó en una noche de jueves y de alegría –extrañamente, en Jamaica– con casi un segundo tiempo de fútbol más un gol sobre la hora.

Messi invariablemente es centro de todo –o, al menos, de todo el fútbol– y resulta inevitable que los ojos se posen en la perspectiva de que se enfunde la celeste y blanca para pisar, desde el minuto uno, el césped de Montevideo. No hace eso en el costado este del Plata por un duelo de Eliminatorias desde 2017, en aquel 0-0 que mereció terminar con goles de ambos lados y que marcó el estreno de Jorge Sampaoli como conductor de la selección argentina. Ahora, las expectativas sobre Messi demarcan la cancha en la que Lionel Scaloni y su cuerpo técnico proyectan la cita del viernes 21 frente a Uruguay.

Porque, para asombro de los almanaques, casi todo lo demás funciona como una ruta de continuidades. Un ejemplo: hoy, con los ojos avizorando el próximo desafío, el encargado de anunciarle al público del estadio la formación argentina largaría así: Emiliano Martínez; Nahuel Molina, Nicolás Otamendi, Cristian Cuti Romero y Nicolás Tagliafico; Rodrigo de Paul, Enzo Fernández y Alexis Mac Allister. O sea que diría lo mismo, tal cual, que la voz de quien encadenó los primeros ocho nombres que eligió Scaloni para la final feliz del estadio Lusail de Qatar, delante de Francia, el 18 de diciembre de 2022. De los otros tres nombres, uno, si puede, es el de Lionel Messi, otro es el de Julián Álvarez y el que resta, que en aquel reto decisivo fue para Ángel Di María –hoy retirado de la selección– sería el de Lautaro Martínez (que jugó el rato de desenlace de esa final, que fue el goleador de la Copa América 2024, que es pieza fuerte de este grupo) o el de Nicolás González, zurdo, goleador, buen cabeceador, sustituto de Di María y ausente en la lista de buena fe de aquel Mundial de glorias por una lesión de última hora. O sea: más allá de las mutaciones que, con frecuencia, suscitan los límites del cuerpo o las novedades tácticas, el campeón de todo jugará con los recursos casi completos de campeón de todo en el Centenario.

En la comprensión del núcleo que conduce a Argentina, la doble fecha que enlaza los partidos con Uruguay y con Brasil representa varias cuestiones fundamentales. Primero, la oportunidad de terminar de picar el boleto para el Mundial que viene, aunque nadie duda en ninguna parte que eso acontecerá más pronto que tarde. Segundo, medir el estado real del conjunto luego de varios meses sin competición y atendiendo a cómo hacer para extender un ciclo triunfal de una longitud poco común. Tercero, cerrar esa doble fecha con la suficiente calma, asumiendo que se puede sacar cualquier resultado contra rivales diversos, pero el único adversario es el tiempo, lo que supone que, a un año y monedas de la próxima Copa del Mundo, alguna renovación sucederá.

Si un apellido, por fuera de Messi, atraganta en estos minutos a Scaloni y a su gente, es De Paul. Una franja nada menor de la humanidad lo vio salir dolorido, masajeando su pierna izquierda, del enfrentamiento por la Champions entre su Atlético de Madrid y Real Madrid, en el que rindió alto. Un impacto recibido en el partido contra Getafe explicaría ese malestar. Se verá cómo evoluciona hasta el instante de competir. Si una zona trasluce cierta atención especial para la argentinidad, es el centro de su defensa. No por ninguna merma en el rendimiento –Otamendi, uno de los pilares, llega en ritmo pleno y hasta le convirtió con Benfica un gol a Barcelona por la Champions–, sino porque Romero acaba de retornar al pasto luego de un problema muscular que lo marginó tres meses y porque Lisandro Martínez, central y campeón mundial, tendrá una larga inactividad por una rotura de ligamentos sufrida mientras vestía la camiseta de Manchester United. Y, por último, si existe una precaución, se vincula a que nueve futbolistas acumulan cuatro amarillas, por lo que una tarjeta los marginaría del choque con Brasil, algo que explica que la lista inicial del entrenador para estos dos clásicos haya incluido 33 nombres.

Lo demás es el interrogante de Messi. Siempre Messi y siempre mucho, desde luego. Hasta un poco más si enfrente se planta Uruguay. Y, al mismo tiempo, un permiso: preocuparse por Messi es preocuparse por los beneficios de las magias del fútbol. Nada más aliviador que soñar magias de fútbol en un país en el que también parte del fútbol pone el cuerpo para frenar los golpes de la realidad.

Uruguay-Argentina. Viernes 21 a las 20.30 en el estadio Centenario.