Los niños de los 60 y los 70 –a las niñas no las dejaban ni acercarse al fuego sagrado de la globa– sabíamos y no discutíamos que el soviético Lev Yashin, la Araña Negra, era el mejor golero del mundo, pero fin de semana tras fin de semana veíamos en el Centenario –los más afortunados–, en las contratapas de los diarios, en la revista de los deportes o en los relatos de Solé y Heber Pinto a Manga y Mazurka, y entonces nadie nos podrá decir que no vimos a los mejores arqueros del mundo, además campeones del mundo, Mazurkiewicz en Peñarol y Haílton Corrêa de Arruda en Nacional.

Venía en la ruta cuando me enteré de la muerte de Manga y pensé que su recuerdo no podía quedar prendido a lindos pero fríos números, a sentidos pero también protocolares comunicados, a su historia apurada con datos reales editados en Wikipedia, y pensé en los guachos y guachas de ahora que por fin pueden soñar con la guinda e ir a gritar a la tribuna, que ya mañana o pasado o dentro de un mes, si es que alguna vez se enteraban, olvidarían que Manga comenzó su carrera en el Sport Recife, que de ahí fue para el Botafogo de Garrincha, que fue el golero de la selección brasileña en el Mundial de Inglaterra y que en el segundo semestre de 1968 vino a Nacional para ganar y atajar absolutamente todo.

Otros veteranos querrán contar lo que atajó en Internacional de Porto Alegre, donde también fue campeón brasileño, en Coritiba o en Barcelona de Guayaquil, que cuarentón se transformó en el futbolista de mayor edad en ser campeón de Ecuador.

El recuerdo de Manga, como el de Mazurka y el de Yashin, no puede quedar restringido a un recorte en blanco y negro o a una suma de ceros y unos que aparecerán en un motor de búsqueda.

No hubo niños o muchachotes, de los que los sábados de tarde o domingos de mañana usaban el buzo con polifón en el pecho y en los codos comprado en Casa Sanz o en Covadonga, que no hayan volado alguna vez y para sus adentros, o para quien lo pudiera escuchar, hayan dicho: “¡Manga vuela y atrapa!”.

Carlitos Presto, el golero de primero H que creo era manya y cuando atajaba unos balazos bárbaros de los de primero I, ponele el Canario Díaz o el Negro Sangiovanni, repetía: “Ma-zur-kievi-chi, una barbaridad!”. Cuando volaba de palo a palo, o de buzo a buzo, o de piedra a piedra, con una elasticidad y una estética de golero extraordinario, exclamaba con su voz de niño que iba paso a la de hombre: “¡Manga vuela de palo a palo como un carabel!” (el Caravelle fue uno de los primeros aviones comerciales con propulsión a reacción).

Haílton Corrêa de Arruda pudo haber quedado en el ostracismo después de la temprana eliminación de Brasil en el Mundial de Inglaterra 1966, cuando Pelé no pudo cargar a su equipo, que venía de los títulos de 1952 y 1962, pero como fuese terminó en un Nacional que buscaba desesperadamente su primer título continental y que a partir de 1969, con Miguel Restuccia y el Pulpa Washington Etchamendi, logró todos los títulos que le faltaban. Fueron tiempos de Manga, Ancheta y Masnik, el triángulo final, como se usaba en la nomenclatura periodística de aquellos tiempo. Fueron tiempos en que Manga fue como manga, que, según el diccionario del español del Uruguay, es acción de manguear, mangar, ¡pedir, muchacho!

Manga fue un golero espectacular, elástico, como el de Los Invisibles, con gran potencia de piernas y brazos como tenazas.

No quisiera que los niños y niñas de hoy, las mujeres y hombres de mañana se quedaran sin poder saber lo que niños y muchachos vimos en Manga, uno de los mejores goleros del mundo con Mazurka y, claro, la Araña Negra Yashin, como escribió el poeta Roberto López Belloso en Íntima once: “[…] Yo me acuerdo de manga y también de mi padre de la mano de mi padre apretando la mano de manga más inmensa la mano de mi padre que las inmensas manos de manga y yo con cinco años o seis con la mano de manga sobre mis hombros como quedó en esa foto mi foto con manga que estiraba su cuerpo largo como un elástico como un extensible como una goma que se tensa […]”

Y no vi el gol de arco a arco porque estaba sentado en el banco de la escuela 83 con la maestra María Eugenia, ni debería ser la wild card para recordarlo, pero me parecía que sin su elasticidad, ni vuelo, debía hacer algo para extender la historia de Manga, que, aun desde la muerte, vuela y atrapa.