Jugando un mal partido sin luces ni aciertos, Uruguay cayó en Asunción 2-0 ante los paraguayos, que desde la tribuna terminaron ensayando oles y festejando que una victoria que los deja en la antesala de la clasificación.
El equipo de Gustavo Alfaro sumó su noveno partido imbatido, enganchando triunfo tras triunfo en el Defensores del Chaco, y progresa significativamente en la tabla desde que su tercer director técnico sustituyó a Daniel Garnero, quien antes había suplantado a Guillermo Barros Schelotto. Ayer le ganó con autoridad a la selección uruguaya, de pobre y baja actuación.
Los goles paraguayos fueron uno en cada tiempo. El primero lo hizo Matías Galarza y el segundo Julio Enciso, de penal, tras un escandaloso fallo en una salida de abajo del arco. Alcanzaron y sobraron para ganar y bien.
Es cierto que al equipo uruguayo le faltaron sus figuras más determinantes de los últimos meses, como Sergio Rochet, Rodrigo Bentancur, Federico Valverde y Darwin Núñez, pero también es cierto que después de la Copa América 2024 las prestaciones de la oncena han caído dramáticamente y que no se ha podido avizorar mejoras inmediatas o mediatas. Uruguay quedó quinto, el viernes puede quedar sexto y, lo peor, el martes ante Venezuela, si se dan una serie de resultados, podría quedar séptimo.
Entender el juego
Los cultores de la sobrada y el desprecio a propios y ajenos no han dejado de descalificar la competencia desde que se supo que el Mundial tendría 48 participantes y que habría seis selecciones de América del Sur que llegarían directamente a Estados Unidos, México y Canadá 2026. “No tiene gracia”, “es una competencia sin interés” y cosas por el estilo se fogonean desde hace años. Bueno, parece que no es tan así y que no era salir a la cancha y clasificar, o apoyarnos en el método Bielsa y hacer de la competencia un paseo de salud o...
En esta competencia se juega para clasificar, y una nación futbolera galvanizada con alegrías y tristezas en profundidad va pensando en lo que viene, en lo que vendrá. Hay que recomponer, trabajar y proyectar, pero está claro que no era jugar y cobrar. Empezó de muy buena manera la selección uruguaya, con cinco minutos arrolladores jugando en campo guaraní y con importantes desarrollos, fundamentalmente por el flanco izquierdo, con presencias en el área y un par de tiros de esquina que no tuvieron el final esperado.
El dominio se mantuvo hasta pasada la decena de minutos, pero en el minuto 12, en el segundo ataque de los paraguayos, llegó la apertura del marcador, que desnudó un problema defensivo. Tras el centro inicial de Julio Enciso por la derecha, con el área bastante deshabitada, Manuel Ugarte intentó cortar el envío, pero no hizo más que terminar habilitando y dejando solo en el segundo palo a Matías Galarza, que aplicó un cabezazo a placer y anotó el 1-0.
Fue un embrollo defensivo que pareció del momento, pero, advertiríamos después, se sucedería durante toda la primera parte. Después del gol paraguayo, la pelota siguió siendo de Uruguay, que avanzaba sobre campo contrario, pero no conseguía culminar las jugadas con peligro.
Los albirrojos, con juego directo y rápido adelante, empezaron a mostrar superioridad física y futbolística, mientras que el equipo de Bielsa, a otro ritmo, se fue quedando y perdía pelotas que en otro momento habrían permanecido bajo los botines celestes.
Desencajados
Aquel comienzo de buen protagonista fue mutando, después del gol, en una secuencia de pobre antagonista. En la media hora siguiente, fue un equipo timorato al lado de aquel que se había mostrado rápido y dinámico, sin conexiones determinantes éntrelos jugadores, que se mostraron desencajados en un estilo de juego que parece que les (nos) fuese ajeno, cuando el pase es en un segundo y no sólo no sorprende a los rivales sino que nos desarma.
En el segundo tiempo, ya con Joaquín Piquerez jugando por la banda izquierda en el lugar de Olivera, el equipo celeste volvió a aparecer rápidamente en campo contrario, pero, una vez más, sin conseguir precisión en las combinaciones hacia el arco paraguayo.
La historia no cambió tampoco con la movida del técnico rosarino, que puso a Rodrigo Zalazar por Guillermo Varela y bajó a Nández al lateral.
Desde el gol inicial de los paraguayos a Uruguay le faltó encontrar ritmo y combinaciones creativas. No hubo mejores posibilidades que centros al segundo palo, ya que se advertía que esas pelotas le costaban al Gatito Fernández. Para completar, después de que Gustavo Gómez había cabeceado una pelota al travesaño, en el saque de meta, un error de baby fútbol castigó a Uruguay con un casi inconcebible penal de Ronald Araújo que Enciso cambió por gol.
Después, qué importa ya el después. Sólo queda tratar de pararse y pensar en el próximo partido, el del martes, pero, antes de eso, vichar el juego de este viernes entre Venezuela y Bolivia: si ganan los caribeños, quedarán a tiro de los celestes justo antes del partido en el Centenario.
No está bueno. Hay que entender el juego, la competencia y las formas.
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