Las fechas patrias son hitos históricos acaecidos en momentos de forja de las naciones o sociedades que las componen en las que los sucesos o acontecimientos de esos días que entraron en la historia para siempre marcan el futuro de ese colectivo y el de las generaciones que le preceden.
El 16 de julio es una fecha patria aunque no reconocida por la nación, por lo que aconteció ese día de 1950 en el, en ese entonces recién inaugurado, estadio de Maracaná en Río de Janeiro, Brasil, cuando Uruguay se consagró como campeón del mundo impensadamente para los 200.000 brasileños que estaban en el más grande anfiteatro del universo, para los millones que seguían el partido al costado de una radio esperando por lo que ya habían anticipado las autoridades, por lo que decían los diarios, por lo que vociferaban los radialistas: Campeões do mundo.
16 de julio de 2025. 75 años después de aquella tarde, de aquel día que entraría en la historiografía de esta nación.
Cuatro generaciones de orientales cargando y disfrutando de aquella gesta que reforzó y eyectó el ser uruguayo en la vida, en el deporte, en el fútbol.
Todo a partir de Brasil, de Río de Janeiro, de Maracaná y de ese maravilloso triunfo conseguido a ley de juego, con una planificación, una aplicación y una belleza técnica que fue la que reforzó la épica de aquel día. Pero aquel equipo fue campeón del mundo ante la inmensidad de Brasil, porque jugaba al fútbol de la mejor manera que podía, optimizando en el colectivo todas las destrezas individuales.
Así lo habían hecho sus inmediatos y heroicos antecesores, los del 24, 28, y 30, que acumulaban destrezas para juntarse en una cancha con la seriedad y preparación de esos tiempos, y jugaron de la mejor manera posible ‒y de qué manera‒ para vencer a cuanto rival se le opusiera en las grandes decisiones.
Obdulio, Nasazzi y Artigas
Casi todos y todas sabemos que un 16 de julio de 1950 la selección uruguaya de fútbol, capitaneada por Obdulio Varela, derrotó a Brasil en Maracaná y una vez más se coronó como campeona del mundo. ¿Qué hay de esa marca en nuestra vida 75 años después?
Los de afuera son de palo, que no se aprende en el liceo ni en la escuela –aunque se debería incluir en la currícula regular, porque el deporte, y el fútbol en particular, han cimentado parte de la historia de nuestra sociedad- sabemos que lo dijo Jacinto. Obdulio Jacinto Varela.
No debe haber sido ni en los vestuarios de Maracaná, mientras el Mono Shubert Gambetta, y el Cato Eusebio Tejera optimizaban su futura tensión emocional echándose una siestita mientras esperaban el momento de su vida, ni tampoco el 16 de julio.
Debe haber pasado el 15 de julio en el modesto Hotel Paysandú, el lugar de estancia carioca, cuando Varela, descartó cualquier injerencia ajena a aquel pedacito de la aún fermental sociedad uruguaya. Aquellos criollos nietos de tanos, de gallegos, de la peonada, bisnietos de esclavos libertos, y de los nativos de estas tierras, pero ante todo hijos del avasallante desarrollo de la era de José Batlle y Ordoñez. Hermanos menores de la gloria que construyeron José Nasazzi, el Vasco Cea, Héctor Scarone, el Indio Arispe, José Leandro Andrade, el Gallego Fernández.
Pero Obdulio, fue más lejos aún y se auto juramentó, y lo hizo extensivo a sus compañeros, que eran el Uruguay, que “cumplidos sólo campeones”.
Por siempre y para siempre
Son 100 años entre que nacieron los gestores de la hazaña y este día. Cuatro generaciones de uruguayos y uruguayas haciendo de Maracaná un ejercicio de poder, de vitalidad, de desarrollo, pero también de rechazos, frustraciones y posiciones encontradas.
¿Hasta cuando con Maracaná? Hasta siempre.
No sé quién me lo contó, cómo lo aprendí y aprehendí. Creo que ya no lo sabré puntualmente pero poco importa porque a través de la oralidad de los cuentos, y los textos de libros y revistas, y las lecturas casi académicas tengo dentro mío la fortaleza y la necesidad ética y moral de honrar a aquella gente, a aquellos días legando un relato certero para las generaciones que vienen.
Es que ya hemos visto el cartel de alerta mal señalizado o despreciado y han pasado cosas. Una historia mal contada, ausencia de recambios generacionales que mantuvieran compensadas y en competencia a las selecciones uruguayas, y la masificación por las vías interesadas y poderosas de un discurso vulgar y primitivo, e interesado, fue lo que hizo que por tres o cuatro décadas primara el discurso de que acá tenemos que ganar, porque somos uruguayos, tenemos la celeste, metemos pata y los cagamos a patadas a todos.
Fue diez o quince años después de una de las fechas más icónicas del fútbol uruguayo y mundial, la del 16 de julio de 1950, cuando Uruguay en el Maracaná se consagró una vez más campeón mundial, cuando comenzó el desvío, y el relato de formas y estilo, que lindando con el realismo mágico pretendía explicar cómo repetir aquellos éxitos.
Los que debían escribir aquellas historias, José Nasazzi, Obdulio Varela, Héctor Scarone, Juan Alberto Schiaffino, José Leandro Andrade, Víctor Rodríguez Andrade, quedaron en segundo o tercer plano ante el estridente y reluciente discurso del periodismo, de los dirigentes, que multiplicaban la idea en la afición, y terminó permeando en los futuros futbolistas, los que de niños no concebíamos no meter y levantar en la pata a alguien, y también en aquellos tardíos herederos de la gloria que se enfundaban la celeste.
En cada aniversario de una de las más grandes hazañas deportivas de la historia, en una sociedad que felizmente no tiene héroes de guerra sino futboleros, no hesitamos en cuestionar la validez de aquella victoria, ya sea por lo que aparentemente pudo haber deformado (¿?) para el futuro, o hasta por una excesiva cuota de azar, que, sin embargo, no se desprende de un razonamiento lógico y necesario.
¿Por qué iba a ser milagro que un inmaculado equipo que venía invicto en el Mundial, que un par de meses atrás le había ganado como visitante al mismísimo Brasil, volviera a ganarle a esos mismos 11?
¿Por qué iba a ser irrealizable una empresa que venía empujada por un invicto olímpico y mundial, regada con triunfos y vueltas olímpicas?
¿Por qué se iban a doblegar ante la presión de 200.000 personas? Cuenta Duilio de Feo que cuando Friaça hizo el gol brasileño, Obdulio pisó la pelota dentro del arco y con el dedo índice señalando le dijo a sus compañeros: “Acá no pasa nada, este partido lo vamos a ganar”. Aquel preseleccionado que apenas 4 meses antes había perdido en el estadio ante el Pelotas, que había sido dirigido por Enrique Fernández, que venía de entrenar al Barcelona FC, que había intentado después que el húngaro Emerico Hirsch que hacía años estaba en el Río de la Plata escapando de la guerra fuese su entrenador y que finalmente terminó teniendo entrenador apenas un mes antes del debut ante Bolivia en Belo Horizonte: Juan López acompañaría a Romeo Vázquez, que como preparador estaba desde la primera práctica.
Foto de El Gráfico.
Um desconsolo inerte e gelado
Paulo Perdigão, el filósofo futbolero, que debió escribir un inolvidable libro para exorcizar los dolores que Maracaná le había tatuado en su alma, nos muestra en el espejo de la vida como nuestra deidad pagana es un hongo atómico del otro lado del vidrio: Nos corredores e nas rampas do Maracanã, a multidão movia-se lentamente, agora sim, praticamente calada, a ponto de ouvir-se o arrastar dos passos no piso do concreto, (...) Quase ninguém falava (...) Lembro-me bem da caminhada: todos se deixaram levar irrefletidamente, como um batalhão de mortos-vivos que me cercavam por todos os lados e em cuja alma repousava um desconsolo inerte e gelado”.
Pasado, presente y futuro
¿Me lo contaron mis padres, mis tíos, mis abuelos? ¿Lo leí en 100 años de Fútbol? ¿Lo discutí con compañeros de liceo? ¿Lo estudié? Debe ser un poco de todo eso.
La selección de Juan López llegó a Río de Janeiro al empezar el Mundial, se fueron a Belo Horizonte para jugar ante Bolivia a quien golearon por 8–0, volvieron a Río, para irse a São Paulo, para jugar los dos primeros partidos de la ronda final en el estadio de Pacaembú: empate 2–2 con España, y triunfo 3–2 ante Suecia.
El 16 de julio de 1950 llega por primera vez al novel e imponente Maracaná.
Los uruguayos llegan 3 horas antes. La embajada uruguaya les ha conseguido colchones para tirar en el vestuario y descansar antes del partido. Varios se acuestan, piensan, duermen, tienen ensoñaciones.
A miles de kilómetros están mis abuelos que se conocen pero no saben que serán mis abuelos dado que sus hijos Justino, y Flor de Lis no sé si se conocen pero son niños adolescentes.
Conozco ese reloj, es el de mi abuelo Martínez a quien tal vez se lo regaló su padre, para que él después se lo regale a mi padre, que tal vez me lo regale a mí, y ahí pierda la pista de aquellas horas.
Un domingo de la vida
Son más de las 3 de la tarde. Es un domingo frío.
Mi abuelo está en su casa escuchando el partido. En 1950 los únicos que veían el partido eran quienes estaban en el estadio. En algunos lugares del mundo había televisión, pero en ningún lugar del universo se había visto un partido de fútbol por televisión.
A muchísimas cuadras de allí, en el mismo departamento, y casi en la misma ciudad en el casco viejo de una quinta, en una amplísima cocina está mi abuelo Chenlo, Rómulo que no sabe que no me lo podrá contar.
Son sus hijas Chiquita, y Teresa, y Juan quienes atraviesan el tiempo 75 años a través de su memoria para decirme cómo estaba acodado aquel Rómulo junto a la radio.
La cocina de la quinta de la tía Aída era enorme y cálida, y Rómulo Chenlo con sus cuñados, hijos y sobrinos estaba como enloquecido, el primero junto a la enorme radio de madera desde donde salía la voz de Solé.
A 30 cuadras de ahí abuelo Martínez mira el reloj. Sobre el dorado que aprieta su muñeca izquierda, sale una pulsera de cuero negro que lo ata al tiempo. Mira la esfera y las agujas le dicen que son las 4 y 20 de la tarde.
La radio Philips, modelo 1948, fuerte como un roble, preside la situación desde su mesa de luz, la que ocupa casi por completo. Desde ahí se escucha la voz de Lalo Pelliciari, o Solé o Duilio de Feo, según el abuelo vaya moviendo la enorme perilla de la derecha.
La voz llega lejana pero audible. Audible para aquellos oídos educados a vivir al son de la radio.
La única radio de la casa está en el cuarto. El abuelo está clavado ahí desde antes de las 3. ¿Estará la abuela? Mi padre y sus hermanos no están ahí.
Mirar el reloj, escuchar lo que otros cuentan, imaginar lo que uno quiere, pensar. Abuelo Rómulo quedó aturdido tras el gol de Friaça. Iban apenas 2 minutos del segundo tiempo. Miró el reloj y registró las 16.03. Le hizo una seña a su cuñado el francés, trajo consigo a sus hijos y los abrazó. Parecía más frío aún, mientras el sol chiquito y escuálido de aquella tarde se escondía y daba paso a la grisura.
El reloj, la radio, la cocina
Juan Francisco, el juez de paz de Isla Mala, vuelve a mirar el reloj, que ahora descansa sobre el mármol de la mesa de luz, con su pulsera estirada, tanto como la esperanza que no desvanece. La voz se pierde un poco, y el abuelo trabaja la motricidad fina de su mano izquierda, para, con la perilla de ese lado, encontrar la sintonía mejor de la la CX 8. Un pitido que suena a sonido del tiempo de otro tiempo, y vuelve don Carlos Solé. “Se corre Gambetta. Cruza la pelota en dirección a Julio Pérez. Julio Pérez arremete de frente a Danilo. Lleva la pelota Pérez. Le traba la pelota Danilo. Con todo la vuelve a tomar Pérez. Se repliega. Elude a Bauer. Apoya a Obdulio Varela. Varela al puntero Ghiggia. Avanza Ghiggia perseguido por Bigode”. Cuando la segunda hamacada de Ghiggia contra Bigode, presagio de engaño y sprint del 7, abuelo sentado en la cama, se aprieta el cinturón del robe de chambre, y se tensa. La perilla derecha, con la mano derecha , alza la voz de don Carlos. “Lo anula Ghiggia a Bigode. Se corre al arco. Coloca el centro. Toma Schiaffino. Tira. Goool, goool uruguayo. Gol de Schiaffino. Schiaffino a los 21 minutos. Se le escapó Ghiggia al jugador Bigode. Colocó el centro y el jugador Juan Alberto Schiaffino la tomó de media vuelta. Colocó un violento remate alto dejando sin chances a Barboza a los 21 minutos. Schiaffino autor del tanto. Uruguay 1 Brasil 1”.
Valeria, -dice Martinez hablándole a mi abuela, que entonces está en el cuarto, tal vez acostada intentando una siesta imposible de domingo 16 de julio- ¡gol de los uruguayos!
Rómulo salta y grita cerca de la cocina económica ya bien cargada por los leños que calientan el alma y les grita a sus cuatro, cinco hijos, mucho más que don Carlos, el gol del empate de Juan Alberto Schiaffino.
En Gallinal y Rodó Juan Francisco se estira en la cama, y al mismo tiempo vuelve a atarse al tiempo poniéndose el reloj enchapado en oro, con iniciales y una fecha. Escucha mirando el techo que en aquel cuarto, como en toda la casa parece inalcanzable.
Levanta su brazo izquierdo, gira su muñeca para hacer foco en la esfera. El reloj, ahora más grande, más cerca, dice que son casi las cinco menos veinticinco. El silencio sólo comparte aquel cuarto con el relato que sale desde la radio. Martínez vuelve a pensar en los decibeles de la multitud, pero cree sentir una voz, un grito inaudible en el zumbido de 200.000 personas, que grita, indica, señala, pide ¡Ñato! Se incorpora, mira para la radio para escuchar mejor. Solé inicia su carreteo hacia lo inesperado. El Ñato es Alcides Edgardo Ghiggia, y el grito que Martínez escuchó parece ser del Pata Loca, Julio Pérez, a quien abuelo nunca ha escuchado, ni visto en su vida.
La felicidad
Rómulo avanza en la amplia cocina de la quinta, ha salido caracoleando por entre la radio y camina por entre las vigas verticales de madera que sirven para hacer volar el quinchado a dos aguas de aquella enorme habitación que se llama cocina porque tiene el fogón y la cocina económica. Chenlo tiene la vitalidad y los sueños cargados de sus 36 años, corre hasta la cantora enanca sus cejas y se frota las manos al tiempo que pide silencio.
Las lámparas de aquella enorme radio, un mueble, de madera, marca Royal, parecen fallar, y se hacen silencios angustiosos que no son los de Solé que dejan a los niños y jóvenes paralizados como en una mancha hielo, Juan, Mario, Chiquita, Teresa, Perla, Chorola, Roberto Carlitos, miran a la radio, a Rómulo y quieren mirar a Solé, al Maracaná, a los uruguayos.
La historia coloca los cimientos. La planchada ya está pronta. Los uruguayos, Ghiggia, Obdulio, la celeste colocan otra piedra fundamental en la escalera al cielo. Lo cuenta Solé, lo escucha el abuelo, lo sabemos, lo queremos todos:
La para Míguez y apoya Julio Pérez. Se va delante Julio Pérez con la pelota esperando que se cruce Ghiggia. Julio Pérez sigue atacando. Pérez a Ghiggia. Ghiggia a Pérez. Pérez avanza, le cruza la pelota a Ghiggia. Ghiggia se le escapa a Bigode. Avanza el veloz puntero uruguayo. Va a tirar. Tira. Goool, goool, goooool, goooooool uruguayo. Ghiggia tiró violentamente y la pelota escapó al contralor de Barboza. A los 34 minutos, anotando el segundo tanto para el equipo uruguayo. Ya decíamos que el gran puntero derecho del conjunto oriental estaba resultando la mejor figura de los uruguayos. Se escapó de la defensa brasileña. Tiró en acción violenta. La pelota rasante al poste escapó al contralor de Barboza y anotó a los 34 minutos Ghiggia el segundo tanto para Uruguay. Uruguay 2 Brasil 1. Autor del tanto Ghiggia a los 34 minutos.
Rómulo salta, grita, se enloquece de alegría mientras sus hijos guardan una imagen que nunca perderán, ni siquiera hoy 75 años después: es la felicidad, es la gloria, de ese hombre colgado de una viga de madera y gritando ¡Uruguay! como tal vez también lo habría hecho su padre que vino de Euskadi.
En la otra punta de Florida, tan lejos pero tan cerca de Maracaná y la gloria el juez Martínez se levanta estremecido de la cama y de la siesta que nunca iba a ser y sale con sus hijos a la calle tomada por el pueblo, por la alegría, por la esperanza.
Por los cielos pasa una avioneta con una bandera uruguaya atada a la cola.
Los uruguayos atesoran en sus corazones ese momento sagrado del fuego de la vida.
Maracaná es un mito nacional, propiedad y orgullo de nuestra sociedad que debe ser recordado siempre.
Hoy, 75 años después y mañana, y pasado y dentro de 16 años y después de 1.200 meses Maracaná seguirá siendo un hito único e irrepetible pero por siempre y para siempre.
Felíz día de los uruguayos y de quienes se sientan así.