Otra vez el fútbol de Nueva Palmira amaneció distinto: Polancos se quedó con la Copa Nacional de Clubes B de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) 2025 y lo hizo a lo grande: invicto, conquistó por primera vez un título nacional.

La copa no sólo engorda la vitrina del club; es también un mojón histórico para toda la ciudad, que se asomó con gloria entre las ciudades, pueblos, villas y parajes, que ponen a sus clubes en la cancha y allá atrás van sus vecinos e hinchas del cuadro. Artigas, Baltasar Brum, Atlántida, Estación Atlántida, Barros Blancos, Juanicó, San Bautista, Tala, Río Branco, Melo, Juan Lacaze, La Paz (Colonia), Colonia del Sacramento, La Horqueta, Nueva Helvecia, Cardona, Durazno, Trinidad, Ismael Cortinas, Florida, Casupá, Sarandí Grande, Minas, San Carlos, Punta del Este, Pueblo Gerona, Piriápolis, Maldonado, Aiguá, Pan de Azúcar, Paysandú, Guichón, Fray Bentos, Young, Nuevo Berlín, Rocha, Castillos, Punta del Diablo, Rivera, Salto, Albisu, Granja Santana, San José de Mayo, Libertad, Colonia Alonso Montaño, Rafael Perazza, Dolores, Tacuarembó, Paso de los Toros, Treinta y Tres, José Pedro Varela, Sarandí del Yi y Mercedes.

Nueva Palmira ya sabe lo que es ser campeona del fútbol del interior. Lo aprendió en 2016 con su selección. En menos de una década, el mismo pueblo portuario y vecino de los fondos de Buenos Aires, la misma ciudad que se acurruca al borde donde empieza el Río de la Plata multiplicó su sueño en dos gestas diferentes pero hermanadas.

En 2016 la albiceleste palmirense se coronó campeona de la Copa Nacional de Selecciones del Interior. Ahora, en 2025, Polancos escribió el segundo capítulo de la saga imposible: salió campeón de la Copa B de la OFI, algo inédito para el club, pero gloriosamente conocido para el fútbol de Palmira.

Pasaron nueve años, pero la película parece correr sobre el mismo celuloide. El mismo estadio Evelio Isnardi –ese que supo vestirse de teatro de los sueños gracias al cemento fresco y las manos callosas de sus propios jugadores– volvió a ser escenario de una consagración que no se mide sólo en goles, sino en épica y pertenencia.

Cuando la gloria tenía olor a cemento

En 2016, antes de la final contra Durazno, la cancha fue reformada a contrarreloj: máquinas, palas, vecinos y hasta jugadores se arremangaron para cargar baldes y levantar tribunas. Entre ellos estaba Joaquín Rovetta, quien esa misma noche firmaría con un gol el campeonato más grande de la historia del pueblo. Rovetta no sólo fue héroe entonces: también lo fue ahora, nueve años más tarde, al volver a marcar en la final contra San Carlos. Es difícil encontrar un guion más cinematográfico: el mismo director, el mismo protagonista, el mismo escenario, la misma camiseta del corazón, el mismo grito inmortal de “¡Palmira nomá!”.

El entrenador que soñaba con Palmira

El otro hilo invisible que cose ambas epopeyas se llama Patricio Urán. En 2016 era el joven director técnico que estuvo al frente de la selección en su camino hacia el título, cumpliendo un juramento de infancia: un día levantaría una copa con la albiceleste. En el departamental del 90, en aquel partido imposible en el que aquel gurí, sentadito en la tribuna, recibió el mensaje de sus mayores de que algún día le tocaría a él guionar la hazaña, se disparó ese deseo, esa vocación, ese gusto que dinamita las noches en vela pensando el próximo partido. En 2025, Urán volvió a demostrar que los sueños jurados ante la niñez no caducan: ahora fue con Polancos, el club que llevó la bandera del pueblo chico al podio grande del fútbol del interior.

Fueron 16 partidos invictos, con diez victorias y seis empates, 30 goles a favor y 12 en contra, y con el goleador de la competencia, Marcos Zubizarreta, que hizo una docena de goles, tantos como le marcaron al tricolor palmirense. Una maravilla.

Granos, estibas y goles

La aventura comenzó en la serie D, con rivales conocidos y de la vuelta. El debut fue nada menos que frente a Juvenil, en el Parque Isnardi, la casa donde Polancos empezaría a fraguar su fortaleza. Después llegaron un empate trabajado en Mercedes ante Racing y un triunfo de visitante en Cardona que confirmó que este equipo sabía ganar en cualquier cancha.

Completó la serie con otro empate sin goles con Racing de Mercedes, nuevamente ganó 2-1 ante Santa Emilia de Cardona, mientras que con Juvenil, adversario palmirense de gran temporada, obtuvo el triunfo del debut 4-2 y luego un empate 2-2.

Superada la primera fase, Polancos entró a los cruces de eliminación directa. Primero, con La Granja de Juan Lacaze, que terminó goleado en el global 6-2 tras una revancha arrolladora. Luego, con Juventud de Colonia, en una serie que se cerró por la mínima: mostró que este equipo no sólo goleaba, también sabía sufrir y defender ventajas cortas. En cuartos apareció Artesano de Nueva Helvecia y Polancos puso un 4-0 global, con autoridad y solvencia. Y en semifinales enfrentó el reto mayor, Gladiador de Salto. Allí Polancos mostró su mejor versión: 3-0 en casa y 2-1 en el Dickinson para rubricar que lo suyo no era casualidad.

La final fue con San Carlos, otro coloniense de enorme campaña. En la ida, jugada en el Suppici de Colonia del Sacramento, Polancos golpeó con un 1-0 que pesó como oro. Y en la revancha, en un Evelio Isnardi colmado, se vivió una montaña rusa: 3-3 vibrante, con nervios, goles y sufrimiento hasta el último minuto. Cuando el árbitro pitó, la fiesta fue toda palmireña, en el mismo Isnardi donde aún está el corazón que hizo Joaquín Rovetta nueve años atrás.

Polancos no perdió en toda la campaña. Supo ganar con contundencia y también aguantar con madurez. Dejó en el camino a clubes de tradición y levantó una copa que hasta ayer parecía lejana. Hoy ya no: Polancos y Nueva Palmira tienen un título nacional para siempre, otro más.

El hilo de la gloria

Lo más increíble no son los resultados, sino los hilos que atan ambas epopeyas. Joaquín Rovetta fue goleador en 2016 con la selección y volvió a serlo en 2025 con Polancos. Patricio Urán fue el entrenador en ambas conquistas. Dos nombres que atraviesan casi una década y que, más que coincidencia, son testimonio de un proyecto vital: el de creer que un pueblo chico puede levantar trofeos grandes.

No es casualidad: es un pueblo chico que eligió soñar en grande.

Nueva Palmira volvió a desafiar la geografía, la historia y las estadísticas. Porque Palmira es el puerto de los sueños. Cada barco que parte deja la promesa del regreso; cada barco que llega trae el rumor de lo posible. El fútbol funciona igual: muchachos que crecen mirando el horizonte y se animan a creer que la orilla opuesta no es un límite, sino un comienzo.

Él, el Pato Urán, un Mister Peregrino Fernández oriental y millennial, ciudadano de todas las canchas del mundo, al empezar este año había anunciado: “Nos merecemos bellos milagros y ocurrirán”. Porque él conocía el tiempo y el lugar en donde la realidad hace esquina con el asombro, los sueños y la historia, fundiéndose en un torrente hacia la inmensidad, como ahí mismo lo hacen el Uruguay y el Plata.

Él, el Flaco Rovetta, ahora padre y con su hijo Felipe con su camisetita de Polancos; ellos, los que corrían detrás de la pelota y defendían como nadie; ellos y ellas, detrás del alambrado en cada partido en cada cancha, en cada sol, en cada lluvia, saben que un campeón es para siempre.