La historia y los aportes de los nobeles de economía 2020, Paul Milgrom y Robert Wilson, que cambiaron la forma de asignar frecuencias en Estados Unidos e influyeron con sus ideas en todo el mundo.

Más de medio siglo antes del nacimiento de Cristo, en el Imperio babilónico, se cree que se hicieron las primeras subastas como método de venta al mejor postor. En esa época y las posteriores, principalmente se usaba para el tráfico de esclavos, aunque también hay antecedentes de venta de concesiones de minas en la antigua Grecia mediante subastas. El término deriva del latín y refiere a que se clavaban lanzas (hastas en latín) en el lugar donde ocurriría la puja comercial, es decir que el remate sería debajo de las hastas (subhasta).

Varios cientos de años después, en 1994, la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC por sus siglas en inglés) de Estados Unidos convocó a los economistas Robert Wilson y Paul Milgrom, destacados por sus investigaciones sobre diseño de mercados y teoría de juegos, para generar un sistema de subasta eficiente para las asignaciones de las frecuencias radioeléctricas para compañías de celulares. Se buscaba dejar atrás un esquema que premiaba a aquellas empresas con mayor poder de lobby, y con ese paso la FCC dio el puntapié inicial para que Wilson y Milgrom no sólo probaran sus teorías en la práctica, sino también para que todos empezaran a observar los beneficios de utilizarlas.

Por esos estudios, derivados de la teoría de juegos –rama de la economía centrada en la decisión de los individuos cuando dependen de lo que hagan otros agentes–, los dos investigadores estadounidenses fueron distinguidos días atrás con el Nobel de economía 2020. “Las subastas están en todas partes y afectan nuestra vida cotidiana. Los galardonados de ciencias económicas de este año han mejorado la teoría de las subastas e inventado nuevos formatos, beneficiando a vendedores, compradores y contribuyentes de todo el mundo”, señaló la Real Academia Sueca de Ciencias junto con el anuncio.

El economista uruguayo Juan Dubra –director de la Maestría en Economía de la Universidad de Montevideo y fellow de The Econometric Society– trabajó y publicó papers sobre teoría de juegos y de subastas, e incluso en 2006 llegó a realizar correcciones a un trabajo de Milgrom e interactuar con él. En diálogo con la diaria, Dubra explicó que “el diseño y la forma del remate pueden favorecer más una asignación que otra”, y la elaboración de esa estrategia resulta clave para el resultado, en términos tanto de eficiencia como de lograr los mayores beneficios. Comentó que las teorías de los nobeles se aplicaron para subastas públicas en todo el mundo y que las pruebas contrafácticas han demostrado que permitieron “ganancias de cientos de millones de dólares” para los gobiernos.

Por su parte, el economista Sebastián Fleitas –profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Lovaina, en Bélgica– detalló los factores claves dentro de una subasta y las implicancias que tienen los aportes de los ganadores del Nobel. El resultado de un remate depende de tres cosas: las reglas de juego, o sea el formato del remate, quién puede participar y cuánto se pagará al ganador; el objeto que se subasta, y si tiene un valor público (común para todos los participantes) o privado; y la información que poseen quienes van a pujar (si es la misma para todos o no).

“Usando la teoría podemos entender cómo esos tres factores determinan el resultado de un remate y cómo los gobiernos pueden usar las subastas para obtener el mayor valor social posible, maximizando el beneficio. Eso fue lo que hicieron los nobeles: se involucraron en el diseño de mejores formatos de remates en función de la teoría”, señaló Fleitas en su columna en el programa No toquen nada de FM Del Sol.

Los colegas de Stanford que influyeron en el mundo

En épocas de redes sociales y videos virales, quizás Wilson y Milgrom protagonizaron la escena más recordada –y no precisamente por lo sofisticada– de aviso de triunfo de un premio Nobel. Era la madrugada del lunes en la ciudad californiana de Stanford, donde ambos residen, y Wilson ya había recibido la noticia por un llamado desde Suecia, pero su colega estaba dormido y no respondía el teléfono. Tampoco escuchó el timbre las primeras veces que Wilson y su esposa tocaron a la puerta, hasta que oyó del otro lado del portero eléctrico el mensaje: “Has ganado el premio Nobel. Están tratando de contactarte, pero no pueden”, le dijo y Milgrom apenas alcanzó a balbucear algo.

El episodio, aparte de dar cuenta de la cotidianeidad con la que los académicos recibieron el galardón, muestra su relación cercana. Hoy ambos son afamados profesores de la Universidad de Stanford, pero sus caminos se cruzaron bastante antes en ese mismo lugar. Milgrom tiene 11 años menos que su hoy compañero y en 1979, cuando cursaba un posgrado en Stanford, tuvo a Wilson como asesor de tesis. De ese trabajo surgió el primero de varios artículos de relevancia que realizó sobre la teoría de subastas.

Más allá de lo académico, se volvieron a juntar cuando la FCC encomendó a Milgrom la conformación de un equipo para diseñar el modelo de subasta de las frecuencias radioeléctricas para el incipiente mercado de celulares, y este convocó a Wilson como su colaborador. Fleitas recordó que hasta el momento se denominaban irónicamente “concursos de belleza” a los remates que hacía el organismo estadounidense, porque el lobby empresarial y los favores se imponían sobre cualquier criterio técnico. ¿Cuál fue el resultado? Una asignación más eficiente y mayor recaudación para el Estado.

Fleitas indicó que Milgrom y Wilson vieron que en términos generales los potenciales compradores que van a pujar “tienen información diferente sobre el objeto, y entonces no tienen iguales expectativas o percepciones sobre cuál es el valor común”, lo que distorsiona lo que están dispuestos a ofertar. Su aporte fundamental fue “entender cómo funcionan los diferentes tipos de remate cuando los objetos tienen un mix de valores públicos y privados”, agregó.

Por ejemplo, cuando se subasta una casa que tiene un valor público (ya sea de una tasación o por su precio de mercado) conocido por todos los oferentes, lo mejor es el modelo inglés de subasta –el tradicional, donde se van subiendo las ofertas hasta llegar a la más alta–. Sin embargo, en otros casos donde es mayor la asimetría de información entre los participantes, pueden adoptarse otras estrategias para maximizar los beneficios.

En esa línea, Dubra ejemplificó: “Se remata un terreno y yo soy propietario del que está al lado y sé que el mío tiene petróleo; pero quizás otro contrató geólogos y le dijeron que en ese terreno a subastarse hay tantos barriles. Cada persona tiene información distinta sobre lo que se vende, y después en la puja de ofertas puedo verlo. Si aquel que conoce perfectamente lo que se vende se baja rápido, podés saber que el negocio no sirve”.

Ante situaciones así, quien realiza la subasta podría pensar diseños alternativos que lleven al mejor resultado posible. “Si hay un participante que valora más el objeto a rematar o que tiene mejor información, puedo anticiparme y decir que los demás tendrán una ventaja de precio de 10%, así hacés que sea más agresivo” a la hora de pujar, señaló el académico local.

El trabajo en este sentido de Milgrom y Wilson sirvió para innumerables subastas alrededor del mundo, ya sea de forma directa, dado que participaron como asesores de distintos gobiernos y empresas, o como insumos teóricos para elaborar el diseño. La Real Academia Sueca de Ciencias destacó las mejoras logradas en las subastas para espectros de radio, cuotas de pesca, franjas horarias de aterrizaje de aeronaves y derechos de emisión.

Para el caso de las frecuencias de telefonía celular en Estados Unidos, Dubra explicó que las empresas interesadas debían pensar en un valor similar del espectro en función de los estudios realizados. “Eso hace que sean más cautas al hacer ofertas” para evitar la llamada “maldición del ganador”, que ocurre cuando la puja lleva a que quien se adjudica el bien termina pagando más de su valor real. “Distintos procesos de subasta revelan más o menos información de los contrincantes. Si todos tenemos que tener la mano levantada [ofertando a la vez por el objeto], el precio empieza a subir y la gente no se baja, entonces entiendo que eso vale y pierdo el miedo”, expresó como un modelo de diseño alternativo.

Un debate económico que trasciende: premiar ideas abstractas o prácticas

Para la academia sueca “los nuevos formatos de subasta” que pensaron Milgrom y Wilson “son un hermoso ejemplo de cómo la investigación básica puede generar posteriormente invenciones que beneficien a la sociedad”. Esto en línea con que los mejores resultados de las subastas públicas posibilitan una recaudación incremental, lo que por ejemplo podría evitar “un aumento de los impuestos, que es distorsivo para una economía”, dijo Dubra.

La decisión de otorgarles el Nobel de Economía junto con otras distinciones en los años previos, como en 2012 a Alvin Roth y Lloyd Shapley por la teoría de las asignaciones estables o en 2019 a tres investigadores (Abhijit Banerjee, Esther Duflo y Micheal Kremer) que realizaron estudios de constatación práctica sobre factores determinantes de la pobreza, abonaron un debate más de fondo sobre la disciplina: son más importantes las ideas económicas abstractas o aquellas que tienen un efecto en la práctica.

Esa discusión se trasladó a la red social Twitter, donde el influyente economista serbio-estadounidense Branko Milanovic se preguntó qué debería reconocer un premio como el Nobel e indicó que tendría que servir “como un dispositivo de señalización para que los jóvenes economistas estudien temas que son importantes para el bienestar de las personas en todo el mundo, y no temas menores”.

Milanovic mencionó distintos temas de peso del pasado, el presente y el futuro de la disciplina –desde la forma en que China acumuló cuatro décadas de crecimiento del ingreso hasta la “naturaleza monopolista” del capitalismo actual– “cuyo mejor conocimiento podría ayudar a reducir la pobreza para muchas personas”. Su sentencia es que la economía como “ciencia social” debe “hacernos comprender el mundo y enriquecer (materialmente) la vida de las personas; el trabajo que debe destacarse es el que lo hace y a lo grande”.

Uno de los que salieron al cruce de esas críticas fue el economista y columnista de Bloomberg Naoh Smith, quien también a través de Twitter recordó que Friedrich Hayek recibió el Nobel en 1974 por hacerse grandes preguntas; sin embargo, ha quedado demostrado que sus ideas principales fueron “incorrectas” y “no nos han ayudado”. Cuestionó la forma de decisión del galardón en el pasado y dijo que en los últimos años “el Nobel de economía avanza más en la dirección de ser un premio de ciencia”, por priorizar los componentes empíricos distinguiendo a “investigadores que desarrollaron teorías que tenían predicciones comprobables y aplicaciones de ingeniería del mundo real”.

Ahora resta esperar un año, para ver cuando en 2021 otro economista reciba un llamado desde Suecia con el anuncio, si se mantiene el camino de premiar los avances concretos y específicos en un área económica o se priorizan los conocimientos conceptuales.

Los remates en Uruguay: por sistema inglés y con peso en el agro

La vida de Mario Stefanoli está unida a los remates. Tras ir como niño junto a su padre a mirar las pujas que había en Durazno, en 1984 lo tomó como profesión y fue parte de la primera generación de egresados del curso de rematadores. Al año siguiente fundó una firma con su nombre que realiza subastas y tasaciones, a la que sigue dirigiendo 35 años después; además, fue cuatro veces presidente de la Asociación de Rematadores del Uruguay y hasta fue quien bajó el martillo para asignar los aviones de Pluna al “caballero de la derecha” en 2012. En diálogo con la diaria, dijo que “Uruguay tiene una fuerte presencia del remate como instrumento de venta de bienes”, e incluso los primeros antecedentes de subastas de restos de naufragios o mercadería de contrabando datan de “antes de ser un país independiente”.

Stefanoli explicó que los remates ganaderos “mueven la mayor parte de las existencias vacunas y ovinas”, que desde 2001 y por las restricciones que había por el foco de fiebre aftosa pasaron a hacerse por pantalla. También hay remates de salón donde pueden ofrecerse todo tipo de artículos, y subastas judiciales de bienes producto de conflictos legales o de ejecuciones por deudas. Señaló que “salvo algunas pocas excepciones”, se utiliza el sistema de “subasta al alza” o modelo inglés, donde se van tomando ofertas incrementales hasta decidir la adjudicación al que ofrezca un monto mayor.

Es tarea del rematador, luego de que un particular le solicitó la subasta de algún bien, conocer su valor potencial –por eso quienes se dedican al rubro también suelen ser tasadores–, y tiene la potestad de frenar la venta si considera que lo ofrecido es “un precio vil o que causa perjuicio” al vendedor. Hay una ley específica que regula la actividad, pero además Stefanoli contó que existen “costumbres” que se volvieron norma, como que “por un tema de cristalinidad, el rematador repite tres veces el último valor ofrecido antes de bajar el martillo”.