Dentro de la biblioteca de fetiches que coleccionamos los economistas, Robinson Crusoe ocupa un lugar destacado. La novela de Daniel Defoe, publicada en 1719, ofrece un marco sencillo para introducir los primeros conceptos económicos asumiendo una economía con un solo productor, un solo consumidor y unos pocos bienes. Su personaje, un audaz marinero inglés que naufraga en una isla desierta, representa además el paradigma del hombre económico (Homo economicus): una persona autosuficiente que, despojada de todo encuadre social y normativo, debe sobrevivir sin arreglo a más nada.
De cuando Robinson Crusoe quiso calcular la marcha de su economía
Si hay algo que he aprendido de incontables horas frente al televisor es que siempre es útil contar con protocolos y manuales básicos de supervivencia para situaciones que parecerían tener nula probabilidad de ocurrencia. Un apocalipsis zombi, una invasión alienígena o un ataque coordinado de tarántulas gigantes podrían ser tres ejemplos concretos. También, por qué no, un naufragio en una isla remota. Infinidad de dificultades, zozobras y disgustos podrían evitarse de tener héroes y antihéroes previsores capaces de anticiparse a cada uno de esos escenarios catastróficos. En el caso particular de un naufragio, bautizar una pelota de vóley ensangrentada y humanizarla parece ser una estrategia de probada efectividad para matar el tedio y transitar el día a día de nuestra aislada existencia. Pero no la única. Desarrollar un incipiente sistema que oficie como marco metodológico para medir y describir las actividades y los procesos económicos puede ser otra. Si Tom Hanks se inclinó por la primera, probemos qué pasa si ponemos a Robinson Crusoe a trabajar en la segunda. A partes iguales, la novela de Daniel Defoe se reparte entre pequeñas historias de ingenio, superación y explotación.
En un principio, nuestro personaje la tenía medianamente fácil. Su economía, que era también la economía de una isla por descubrir, constaba de dos bienes: cocos y leche de cabra. Por eso, no tardaba más de dos minutos en dejar registro de su producción anual: cinco cocos y diez litros de leche el primer año (1719). En su vida no había complejidad, tampoco en su registro estadístico. Hasta que un buen día llegaron los caníbales y le exigieron el pago recurrente de una cuota de su producción. Como la otra opción era ser devorado, Robinson tuvo que adaptar su sistema de contabilidad para cumplir con esas exigencias, que además demandaban el uso de una unidad común para facilitar el pago: los caracoles (no puedo sumar cosas tan heterogéneas como litros de leche y cocos). Así, las cosas pasaron a tener un precio y la producción, un valor. En concreto, la producción del año 1719 valía 250 caracoles.
Ni lento ni perezoso, nuestro célebre náufrago se propuso estimar la marcha de su economía minimalista en el tiempo, dado que el uso forzoso de una moneda (caracoles) lo obligó a sofisticar su marco estadístico. Un año después, en 1720, parte de la isla fue arrasada por un huracán. Las palmeras y las cabras escaseaban. Su capacidad de producción cayó, porque había menos palmeras que escalar y menos cabras que ordeñar. Pudo sacar dos cocos y cinco litros de leche. Además de contar su producción, ahora también podía valuarla, dado que había tenido que adecuarse al sistema de precios que usaban los caníbales. ¿Qué notó? Que se había generado un aumento sostenido y generalizado de los precios. Sí, la inflación había llegado a este rincón del planeta en la forma de un desajuste entre la demanda y la oferta. La primera había aumentado (ante el aumento poblacional de los caníbales), pero la segunda había caído (producto del desastre natural). Los cocos, que costaban 20 caracoles, pasaron a costar 25. Lo mismo sucedió con la leche, que pasó de valer 15 caracoles a valer 20. El sistema estadístico de Robinson Crusoe comenzó a tener vida propia; sus componentes ya no variaban solamente en términos de cantidad o volumen (Q), sino que también se movían dentro de una dimensión adicional, la de los precios (P). El volumen de cocos y leche había caído (60% y 50%, respectivamente), pero no así sus precios (que aumentaron 25% y 33%, respectivamente). El resultado de la interacción entre estas dos dimensiones implicó una caída del valor equivalente a 40% (cayó de 250 a 150 caracoles); el aumento de los precios no fue suficiente para compensar la caída del volumen (valor = P x Q).
Por la fuerza, Robinson había tenido que aprender a dominar el arte de administrar la escasez. Sin darse cuenta, se había diplomado como economista. Y advirtió una cosa: la variación de los precios dificultaba el análisis de la marcha de la economía en términos de volumen. En otras palabras, lo que importaba era saber si la economía estaba produciendo más o menos, no si el valor de lo que producía era mayor o menor porque se movían los precios; importa cómo evoluciona el volumen de lo producido y no el valor (que surge de considerar volumen, pero también precio). Para evaluar el desempeño de su economía, Robinson tenía que aislar el efecto de los precios. ¿Cómo? Dejando los precios fijos de uno de los dos años y midiendo solamente los cambios en el volumen producido. Es acá donde se inscribe la noción del “año base”, que surge de la necesidad de contar con un punto de comparación temporal. Como es el eje de referencia, el año base es de capital importancia para todo lo que surge del sistema estadístico. ¿Está cayendo o se está expandiendo la economía de Robinson Crusoe? Si dejamos fijos los precios del año 1719, nuestro año base, la caída de la economía es de 54% y no de 40%: la producción, valorada a la misma constelación de precios para cocos y leche (la del año base), pasó de 250 a 115 caracoles. Efectivamente, el efecto de la inflación contaminaba la medición del desempeño económico real (que es lo que importa si quiero saber si la economía va bien o mal).
De cuando Robinson Crusoe impulsó el desarrollo económico de la isla
Pero además de consagrarse como economista, Robinson se consagró como salvador, dado que logró rescatar a un salvaje de las ollas de los caníbales. Ese salvaje, al que bautizó Viernes, devolvió su gratitud en forma de trabajo no remunerado (como advertimos, la novela se reparte entre pequeñas historias de superación y explotación). Año tras año la isla fue revelando su abundancia y él, sus dotes de ingenio. Comenzó a implementar herramientas y métodos más sofisticados para ordeñar, cultivar y recolectar. Gracias a ello, logró derivar productos más elaborados y hacerlo de forma más eficiente. Como buen economista, había notado que la única manera de apuntalar el crecimiento de su economía en el mediano plazo era encontrando mejores formas de combinar el trabajo (el pobre Viernes) y el capital (herramientas, silos y fraguas); Robinson había descubierto las bondades de la productividad.
Décadas después, la economía de nuestro explorador inglés, inicialmente estructurada en torno a cocos y leche, experimentó un incremento significativo de su desarrollo. Entre él y Viernes pasaron a desempeñar un conjunto más amplio de actividades y expandieron la matriz productiva más allá de aquellos dos bienes. Usando el viento y el mar, generaron energía para alimentar una pequeña fábrica de manufacturas. También profesionalizaron el cultivo y la recolección, y hasta ingeniaron distintos servicios para cubrir parte del tributo a los caníbales. De hecho, crearon una compleja red de comunicaciones para conectar los puntos más remotos de la isla. Al principio, el desembolso de caracoles para enviar un mensaje era casi prohibitivo. Requería sacrificar el acceso a una canasta enorme de productos: no había una cantidad razonable de leche o de cocos que pudiera costear semejante lujo. Sin embargo, el progreso alimentó más progreso y las innovaciones útiles proliferaron. Luego de muchos años, la comunicación dejó de ser un bien suntuario para los habitantes del lugar y su precio, medido en relación al resto de los productos, cayó estrepitosamente. El avance tecnológico había implicado un cambio dramático de los precios relativos.
De cuando Robinson Crusoe tuvo que perfeccionar su sistema estadístico
Pero en el tránsito hacia el desarrollo, el rudimentario sistema estadístico perdió utilidad. Había que perfeccionarlo para que captara adecuadamente la nueva realidad. Esa es la función principal de las estadísticas. “Lo que medimos afecta lo que hacemos, y si medimos la cosa equivocada, haremos algo equivocado”, dijo una vez un premio Nobel. Ya no había cocos y leche, ahora había sectores de actividad. Además, por distintos motivos, el dragón de la inflación asediaba año tras año la isla. Por ejemplo, un buen día la marea trajo una enorme cantidad de caracoles, nada más y nada menos que la moneda del lugar. De golpe, muchos más caracoles perseguían la misma cantidad de bienes. Los precios se dispararon. Otro año fueron las pujas distributivas entre las facciones de caníbales lo que hizo saltar la inflación, y otro fueron las malas políticas que estos desplegaron para administrar esa tensión. No importa si era por h o por b, la dinámica inflacionaria complejizaba el análisis del desempeño de esta nueva economía. Con matices, este era un problema conocido por Robinson Crusoe, que años atrás ya había logrado aislar el efecto de los precios en su medición. Con eso como faro, el itinerante aventurero y su compañero esclavizado comenzaron la cruzada para readaptar su escueto marco metodológico a las necesidades de su nueva realidad. La base de 1719 ya no servía para nada, porque las estructuras productivas en los dos momentos del tiempo eran muy distintas (ya no había sólo leche y cocos). Sin embargo, el procedimiento era el mismo: fijar los precios en un año base para valor la producción, y luego dejar que varíe sólo el volumen producido. ¿Pero qué año base tomar? Ahí estaba el corazón del asunto, dado que esa elección sería la piedra angular del nuevo sistema estadístico, al que denominaron Sistema de Cuentas Nacionales. Este sistema constituiría el marco metodológico en el que convivirían un sinfín de agentes y actividades productivas, bajo una misma lógica y bajo un mismo conjunto de supuestos y definiciones. Obviamente, no parecía adecuado tomar como año base el año del huracán. Tampoco el de la guerra entre facciones caníbales ni el de la marea de caracoles. Mucho menos el año en que empezó a funcionar la infraestructura de las comunicaciones, que permitió dar un salto productivo considerable. Había que encontrar un año normal que cumpliera ciertas características de estabilidad entre las variables que hacen al sistema (un año sin excepcionalidades), y que además no estuviera muy alejado en el tiempo. Eligieron 1739. Ahora lo que había que hacer era sacar una foto de la estructura productiva ese año y determinar el peso de cada sector en el valor de la producción total (usando los precios de ese año). Desde ahí, lo único que cambiaría serían los volúmenes de cada actividad. Adiós a la distorsión de precios.
De cuando Robinson Crusoe tuvo que cambiar el año base
En 1754, 15 años después de inaugurado, el Sistema de Cuentas Nacionales comenzó a dar señales de fatiga como informante fiel de la realidad. La estructura productiva había quedado vieja y las mediciones estaban distorsionadas. En particular, el sector de comunicaciones de la isla, que era el más productivo de todos, se había potenciado. El precio de la comunicación ahora era despreciable. Todos los caníbales tenían un plan ilimitado de minutos y miles de números amigos para llamar. ¿Cuál era el problema? Que en la base original de 1739 esos precios eran muy altos. Esto implicaba que la ponderación del sector comunicaciones en el valor de la producción total ahora estaba sobredimensionada. En otras palabras, su peso relativo en la economía se calculó con base en precios mucho más elevados. Además, el progreso económico en la isla siguió su curso y muchas otras actividades pasaron a engrosar la matriz productiva, ninguna de ellas recogida por el marco anterior. El marco medía bien, pero había quedado desactualizado; le costaba reflejar la realidad. Había que volver a empezar, y así lo hizo. Como tenía más herramientas, Robinson no sólo mejoró sus mediciones viejas, sino que además pudo medir otras cosas que antes le resultaban imposibles. ¿Qué encontró? Que el nivel de actividad saltaba un escalón: la economía era más grande de lo que reflejaba el marco anterior.
De cuando Robinson Crusoe experimentó problemas financieros
El año del huracán Robinson lo perdió todo y no pudo cumplir con el tributo a los caníbales, así que se endeudó. Llegó a deber 1.200.256.087 caracoles. A golpe de ojo, parecen ser muchos. Por eso, los caníbales empujaron para endurecer las condiciones del endeudamiento futuro. Exigirían más intereses y menores plazos de repago. Nuevamente, el ingenio del náufrago devenido economista se activó. “Poco nos dicen esos números sobre la gravedad de mi situación”, advirtió Robinson. “En términos absolutos (cantidad de caracoles) no es mucho lo que pueden inferir sobre mi capacidad de honrar el compromiso. Para saber eso tienen que evaluarme en términos relativos, o sea, en relación a lo que puedo producir para pagarla. Si puedo producir 1.200 caracoles estoy en un aprieto, pero como puedo producir 3.500.000.000 no lo estoy tanto”. La deuda por sí sola no dice mucho, hay que referirla a algo. Ese algo, habitualmente, es el PIB (importa más el cociente Deuda/PIB que la deuda a secas). Cuando actualizó la base de sus estadísticas y recalculó la carga de aquella deuda, el problema era aún menor.
Epilogo
Robinson Crusoe no vota. No forma parte del proceso electoral caníbal y no representa ningún interés político particular; Robinson Crusoe es una institución. Sus sucesivas modificaciones al sistema estadístico de la isla no estuvieron contaminadas por nada. Su único objetivo era recoger de la forma más fiel la realidad. Cuando las bases cambiaron, y se reponderaron los pesos de los sectores, la medición cambió. Se midió más y mejor, y quedó en evidencia que la isla era más rica de lo que había estimado inicialmente. Nadie dijo nada, ni los caníbales de una facción ni los de la otra. Había otros desafíos de envergadura que enfrentar, como la esclavitud o las disputas nocivas que restringían los avances adicionales del desarrollo. Pero no las estadísticas de Robinson Crusoe. Eso se respetaba, porque era institucionalidad.
Nota final: de cuando Robinson Crusoe visitó Uruguay
El jueves el Banco Central del Uruguay presentó la nueva base para las Cuentas Nacionales. De 2005 pasamos a 2016, tomando como año de referencia 2012. Como la isla de Robinson, éramos más ricos de lo que pensábamos. ¿Cuánto? Aproximadamente 8,6%. ¿Por qué? Porque estamos midiendo más y mejor. Ojo, lo que salta es el nivel. Para saber qué pasa con las variaciones (el crecimiento/decrecimiento) vamos a tener que esperar hasta diciembre. También, como Robinson Crusoe, debemos menos de lo que pensábamos. No en términos absolutos, sino en relación con lo que es relevante, que es el esfuerzo productivo que tenemos que hacer para pagar la deuda. En otras palabras, el cociente Deuda/PIB cae porque se infla el denominador. Lo mismo pasa con el déficit fiscal, que medido en relación con el nuevo PIB es aproximadamente cuatro décimas más bajo. Además, estas transformaciones están sucediendo, de forma articulada, en el resto de los rincones de nuestro sistema estadístico. El plan estratégico del Instituto Nacional de Estadística va a permitir mejorar los mecanismos y las herramientas que usamos para hisopar nuestra realidad periódicamente. Muchos de los índices que tenemos están viejos y dan un panorama pobre de la actualidad. Por ejemplo, el Índice de Precios al Consumo, que es el que se usa para calcular la inflación, está construido en torno a la estructura de gasto de un hogar de 2006. Acá pasa lo mismo que con los pesos de los sectores en la estructura productiva: una familia promedio del año 2020 consume una canasta de productos muy distinta a la que consumía una familia 14 años atrás. En otras palabras, la inflación, calculada como hasta ahora, mide la variación de precios relevante para una familia que ya no existe más. 14 años atrás no existían las cosas que existen hoy y muchas de las cosas que sí existían ya no existen más; ¿cuánto pesa la suscripción a Netflix?