Federico es de Montevideo, del barrio Buceo, y estudió en la Universidad de la República. Hizo una maestría en Economía y otra en Gestión Ambiental y Recursos Naturales en la Vrije Universiteit de Ámsterdam. También vivió en Ginebra y en Bruselas. Ahora vive en Washington DC.
¿Siempre tuviste vocación por la economía?
Creo que la vocación por la economía la fui desarrollando con el tiempo, a medida que me fui introduciendo en ese universo. En realidad, a los 16 años, que es cuando se nos “impone” definir hacia dónde vamos, poco sabía sobre la economía. Siempre tuve afinidad por las ciencias sociales, eso es indudable. Seguramente podría haber estudiado sociología o antropología, y no reniego de ello. Lo lindo de la economía es su versatilidad. Además, es por excelencia la lengua de las políticas públicas. Hoy siento una gran vocación por la economía, porque confío mucho en su potencial para contribuir al logro de una sociedad más próspera y justa. Aunque también pienso que, para ir en esa dirección, los jóvenes economistas tenemos la responsabilidad de promover un mayor pluralismo al interior de la disciplina y una profunda revisión de su enfoque y de sus prioridades, y ello debería comenzar en las aulas. Nuestra tarea es volver a ubicar a la economía al servicio de todos, recordando además que lejos de ser un sistema independiente, está inserta en el mundo natural y depende de su salud y de su bienestar para prosperar.
¿Cuándo empezaste a considerar la idea de irte a estudiar afuera?
En mi caso, la idea de salir a estudiar siempre estuvo asociada a lo que eso implicaba como aventura de vida, más allá de la parte académica y profesional. Si tengo que identificar un mojón, creo que es la experiencia que tuve con la visa working-holiday (trabajo-vacaciones) en Nueva Zelanda, cuando tenía 18 años. Yo ya había cursado el primer año de la carrera, y decidí poner una pausa y darme esa oportunidad. Después de semejante experiencia a una edad relativamente temprana, mi objetivo se transformó en terminar la carrera, tener una experiencia laboral en Uruguay y volver a irme. Abrí esa puerta y no pude cerrarla nunca más.
¿Qué consejos le darías a alguien que está pensando hacer lo mismo?
El principal consejo, que creo es en realidad un rasgo que me define, es darle para adelante. Tener el interés de irse a estudiar al exterior es ya razón suficiente para echar a andar la idea. Todos los que pasamos por eso sabemos que puede ser un proceso difícil (y frustrante) buscar programas en el exterior, posibilidades de becas y financiamiento, destinos y demás. Por ello, estar abierto a las alternativas, no encapricharse con una universidad o con un país en particular, es una ventaja. Golpear puertas, pedir ayuda y consejos a aquellos que ya transitamos ese camino, es una obligación.
¿En qué estás trabajando ahora?
Actualmente estoy trabajando en la oficina de evaluación y supervisión del Banco Interamericano de Desarrollo. Nuestra tarea es evaluar las actividades del banco y generar recomendaciones que puedan ser incorporadas en el diseño de las nuevas operaciones. Yo me enfoco principalmente en operaciones vinculadas al desarrollo rural, adaptación al cambio climático y gestión de riesgos de desastres naturales. Es una experiencia muy enriquecedora; el Banco es la principal fuente de financiamiento para el desarrollo en la región. Evaluar sus actividades implica un aprendizaje no sólo por el lado de cómo opera una institución de tal magnitud, sino también sobre la lógica detrás de las intervenciones y los contextos en los cuáles se aplican. Eventualmente aspiro a trabajar en el diseño e implementación de operaciones, siempre vinculado a la gestión ambiental y siempre enfocado en América Latina, por lo que estar de este lado del mostrador, con la posibilidad de viajar y visitar proyectos, me está aportando mucho.
¿Algo que hayas aprendido en todo ese proceso?
Si hay algo que este proceso me ha dejado son enseñanzas, de todo tipo. En el plano personal destaco la resiliencia, la apertura y la empatía. La resiliencia que vino asociada a tener que arreglármelas por mi cuenta, en países bien distintos de Uruguay, transitando procesos de crecimiento a veces muy dolorosos y lejos de mis vínculos afectivos. La apertura para tejer nuevos vínculos, tan profundos como los otros, con personas de orígenes bien distintos. Y la empatía que viene siempre con el reconocimiento de ser un privilegiado, porque más allá de mi esfuerzo y mis méritos, conté con las oportunidades y el apoyo de mi familia para materializarlo. Como economista, aprendí a reconocer los límites de la disciplina y a internalizar con entusiasmo que la mejor manera de hacer frente a los desafíos ambientales, sociales, y económicos de estos tiempos es trabajando en forma colaborativa e interdisciplinaria.
¿Pensás volver?
La idea de volver siempre está. Además, yo me formé en la Universidad de la República y siento esa responsabilidad de regresar a devolver algo de todo lo que me llevé, que supongo que es algo que le sucede a la mayoría de los que nos formamos allí y nos fuimos. Como sugería antes, la cuestión es que cuando uno “se abre al mundo”, de alguna manera empieza a perder el control sobre su destino. Claro que uno decide hacia dónde va, pero en ello hay un montón de variables que empiezan a aparecer e intervenir de forma dinámica, y cualquier oportunidad se transforma en una experiencia potencial a la cual puede ser difícil renunciar. Entonces, por el momento, el único horizonte sobre el que tengo relativo dominio es la idea de seguir haciendo camino en el exterior.
¿Un libro de economía apto para todo público?
Un libro que recomiendo mucho por su carácter inspiracional es Doughnut Economics (La economía de la rosquilla). Su escritora, Kate Raworth, es una economista de la Universidad de Oxford que articula su trabajo bajo la concepción de que el modelo económico vigente, divisivo y degenerativo por defecto, debe ceder su lugar a un nuevo modelo que sea redistributivo y regenerativo por diseño. Este año alcanzó un compromiso con la Municipalidad de Ámsterdam para trabajar en la planificación de la ciudad pensando en la recuperación pospandemia. Ahora estoy leyendo The Value of Everything, Making and Taking in the Global Economy (El valor de las cosas: quién produce y quién gana en la economía global), de Mariana Mazzucato, que pone encima de la mesa la discusión sobre el significado de “valor” en la economía y la necesidad de distinguir claramente lo que es “extracción” de lo que es “creación” de valor. El desdibujamiento de ese límite, dice Mazzucato, ha permitido a muchos actores promoverse como generadores de valor, cuando en realidad sólo se limitan a movilizarlo, extraerlo o incluso destruirlo. Las implicancias de eso están a la vista de todos.