Aunque lo diga desde la perspectiva de un analista y no como un actor político en actividad, el economista Javier de Haedo recuerda las críticas que recibió durante la campaña electoral cuando advertía que era imposible un recorte presupuestal como el que planteaban las actuales autoridades. “Tengo una confusión enorme, porque creo que sobreestimaron su capacidad de enfrentarlo mediante recortes de gasto”, razona De Haedo, confiando en que la realidad le dará la razón en pocos meses.
Respecto de los planes para bajar el déficit fiscal, en la hipótesis de llegar al 2,5% del PIB al que aspiraba el anterior gobierno, De Haedo opina que no se puede hacer sin aumentar impuestos, y en particular menciona al IVA como el “mejor impuesto”. El economista pide ser “muy cuidadosos” con las proyecciones de PIB, defiende las estadísticas públicas (“ni siquiera en la dictadura se discutían”) y estima que el agro y la agroindustria exportadora serán sectores clave para una reactivación económica. También opina que la regla fiscal aprobada en la ley de urgente consideración (LUC) es un “saludo a la bandera”, afirma que las críticas a la inclusión financiera “no tienen nada que ver con la libertad” y se muestra pesimista con la situación económica de Argentina. “Eso es un problema para nosotros”, advirtió.
¿Cómo encontró la pandemia la economía uruguaya?
Con ajustes pendientes, con vulnerabilidades y también con fortalezas. Las fortalezas van por el lado de la deuda, que tiene un perfil adecuado de vencimientos, moneda y tasa. También por el lado de los préstamos contingentes de los que se disponía, que se empezaron a utilizar por parte de este gobierno. Eso era una especie de seguro, de fortaleza que se tenía.
Al mismo tiempo, también había vulnerabilidades muy grandes, como un déficit fiscal de más de 5% del PIB, que hacía la deuda insostenible. En los últimos cinco o seis años la deuda había crecido mucho y era evidente que iba a tener que hacerse un ajuste fiscal. También un ajuste de precios relativos, porque se arranca con un atraso cambiario importante.
Después también, si bien había números que son indiscutibles, y yo soy un defensor de los números oficiales, es notorio que cuando se mide la pobreza por ingresos hay un montón de hogares que se acumulan en torno a la línea de pobreza. Cuando la situación cambia, sea por una recesión o por una circunstancia como esta, hay un montón de gente que salta por encima de esa línea. También encontró una economía que tenía 25% de informalidad, lo que también era público y notorio. Eso es el tipo de cosas que empiezan a tallar ante circunstancias como estas, porque esas personas no tienen seguro de paro ni cobertura de la seguridad social.
Evidentemente no tenemos la espalda que tienen los países avanzados, y si bien entre los emergentes estamos mejor que algunos, no estábamos en condiciones, como otros, de hacer algunas cosas. Perú y Chile, por ejemplo, tenían fondos anticíclicos para usar ante este tipo de circunstancias. Uruguay no los tenía. Tampoco tenía una situación tan precaria como la de Argentina. Entonces, ni estábamos en condiciones de hacer mucho más de lo que se ha estado haciendo por no estar en situaciones como los países que mencionaba, ni tampoco tenemos que hacer tanto como otros que estaban mucho peor.
Considerando esas fortalezas y debilidades, ¿fue adecuada la respuesta de Uruguay ante la crisis?
Sí, fue razonable, porque además no fue una respuesta por una sola vez, sino que es dinámica. En el caso del seguro de desempleo, se ha ido evolucionando y seguramente se va a tener que seguir evolucionando, porque hay áreas y sectores que van a tardar mucho en volver a la normalidad. Para esos sectores se va a tener que buscar soluciones específicas.
El uso de la red de protección social, que es tradicional de nuestro país, también se aprovechó. Donde menos uso hubo quizás fue en el Siga [Sistema Nacional de Garantías]. Ahí el primer día se habló de un monto de 2.500 millones de dólares como potencialidad de asistencia, y hasta hace unas semanas las cifras que se han manejado eran muy exiguas. Ahora eso se va a extender hacia empresas más grandes, pero quizás por ese lado fue donde vi que no hubo un uso mayor.
El Banco Central (BCU) señaló que el piso de actividad habría sido en abril y que la economía retomaría los niveles precrisis a comienzos de 2021, ¿comparte esa evaluación?
Ahí hay dos cosas. Primero, todos los indicadores apuntan a que abril fue el piso. Es más, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística publicados el lunes 27, el indicador de ocupados ausentes se estabilizó en mayo en torno a 15%, luego de alcanzar el pico a mediados de abril. Coincido con esa aseveración del BCU.
Respecto de lo otro, yo creo que tenemos que ser muy cuidadosos con las proyecciones de PIB porque vamos a tener un cambio de base en los próximos meses. Si yo te dijera, con el PIB actual, qué es lo que pienso, tengo un escenario por delante que imagino. Pero si pienso en el nuevo PIB, que desconozco, entonces puede ser otro. Presumo que va a dar tasas de crecimiento menores de 2016 para acá. Menores a las que hemos tenido y menores respecto de las que pensamos tener con la base vieja. Si dejamos las cosas con la base actual, quizás el PIB en algún momento del segundo trimestre del año que viene pueda volver al nivel que tenía en el cuarto trimestre de 2019. O sea que no tengo una diferencia sustancial con lo que dice el BCU.
Sobre el cambio de base, y teniendo en cuenta la discusión que se ha dado en torno al peso de las telecomunicaciones durante los últimos años, ¿cuáles son sus presunciones?
A mí nunca me convenció mucho cuando algunos colegas ponían énfasis en el tema de las comunicaciones, si bien aritméticamente es correcto lo que ellos decían. Pero era un ceteris paribus, digamos. También hay otros sectores que podían estar teniendo comportamientos de signo opuesto a ese.
A su vez, lo que no me gustaba mucho es que los economistas metiéramos ruido sobre las estadísticas públicas cuando la gente no especializada puede empezar a perder confianza en ellas. Eso a mí no me convence porque yo creo en las estadísticas públicas, que ni siquiera en la dictadura se discutían. Cuando yo era director de la OPP [Oficina de Planeamiento y Presupuesto] hace 25 años algún político notorio las criticó y yo salí a defenderlas enfáticamente.
Estuve haciendo algunos cálculos. No tienen rigor científico, pero son una pauta de lo que puede haber pasado en los últimos años. Lo que hago es el mismo PIB, pero sacando telecomunicaciones, refinería y electricidad, gas y agua, básicamente los servicios públicos. Lo que me queda, que es un proxy del PIB privado, creció cada año 1,5 puntos menos que el PIB headline durante los últimos seis años. Si veo el acumulado desde fines de 2014, la variación de este proxy da -1% aproximadamente. Eso es más parecido a la evolución de la recaudación del IVA y del empleo durante ese período. En cambio, el otro PIB, que da un crecimiento acumulado de más o menos 6%, no explica mucho lo que pasó con esas dos variables. Entonces, diría que a priori el PIB relevante del punto de vista de la recaudación y el empleo ha estado 1,5 por debajo de lo que lo hemos visto. Pero no digo más que eso. No critico la estadística oficial con eso. Estoy agregando información con base en análisis, no es una sutileza la diferencia.
Desde un punto de vista más cualitativo, ¿por dónde podría venir la recuperación?
El presidente ha hablado del “malla oro”, y es una imagen bien clara para transmitir lo que se quiere. ¿Quiénes son los “malla oro” después de esto? Dependerá de lo que sea haga. A priori pensaría que los sectores agropecuario y agroindustrial tendrían que estar allí. Pienso, no en lo inmediato, pero sí más adelante, cuando se reestablezcan las cosas y exista una vacuna, que el turismo debería serlo. Antes que eso, la industria del conocimiento y el Uruguay Hub Logístico podrían serlo también. Pero la piedra de toque serían el agro y la agroindustria exportadora, pero para eso se requiere un tipo de cambio más alto del que tenemos.
Siempre hemos salido de situaciones críticas con un tipo de cambio muy alto. En las situaciones críticas anteriores, 1982 y 2002, hubo crisis financieras y había reglas cambiarias fijas que no se tocaron hasta muy tarde. Hubo una sobrerreacción del tipo de cambio que fue un impulso para esos sectores.
Ahora no tenemos al sistema financiero como parte del problema. Por lo tanto, no vamos a tener esa sobrerreacción. Entonces, lo ideal sería que llegáramos a un tipo de cambio más alto con un mix de políticas distinto al que hemos tenido. Hemos tenido una política fiscal expansiva, una política salarial con indexación y también expansiva, y una política monetaria a la cual se le puso todo el énfasis.
Al comienzo mencionaba el déficit fiscal como una de las principales debilidades. ¿Cómo llega el gobierno a la discusión presupuestal?
Tengo una confusión enorme, porque creo que sobreestimaron su capacidad de enfrentarlo mediante recortes de gasto. Basta analizar el presupuesto para darse cuenta de que más de 70% está indexado, y la mitad de eso está indexado con reglas muy rígidas, como son la indexación constitucional de las pasividades o los contratos de deuda que significan pago de intereses.
Después hay otras reglas un poco más flexibles, como la de los salarios públicos, que se pueden cambiar por ley, y creo que eso lo van a tener que hacer. Hay algunas otras cosas, pero el gasto tiene una vida propia que lo hace crecer endógenamente. Entonces, si no hacen cambios muy importantes para quitarle endogeneidad no veo dónde van a cortar el gasto. Creo que han sobreestimado el instrumento recorte de gasto, recorte de gordura o mayor eficiencia del sector público.
Por eso el otro día en la primera plana de Búsqueda nos encontramos con una fuente oficial que dice que están encontrando muy difícil hacer algo que mueva la aguja a nivel del presupuesto total. Es exactamente lo mismo que dije durante los últimos dos años y desde las campañas oficiales de quienes hoy están en el gobierno me criticaban. La realidad es esa, no se puede recortar 900 millones de dólares el primer año, y eso es así con o sin pandemia. Porque obviamente nadie le va a exigir al gobierno que este año cumpla una meta fiscal que ni siquiera sabemos cuál es todavía.
¿Parece difícil evitar innovaciones por el lado de los ingresos?
Por más que insistan, y el presidente ha sido enfático en mantener esa línea de política, si el objetivo es ir a un déficit fiscal menor, digamos incluso menor que el objetivo que se planteó el gobierno anterior de 2,5% del PIB, porque entre otras cosas quieren una inflación más baja, yo no sé cómo llegás sin subir algún impuesto.
¿Cuáles serían los impuestos más adecuados?
El IVA es el mejor impuesto. Se recauda inmediatamente al mes siguiente. Para los que dicen que eso es regresivo, ya hay un sistema tributario que tiene otros impuestos que le dan progresividad, y la progresividad se tiene que dar a través del presupuesto. El instrumento ideal para recaudar son los impuestos. El instrumento ideal para hacer progresividad y distribución del ingreso es el presupuesto, el gasto público. Entonces, no se puede usar todos los instrumentos con el mismo objetivo, porque hay que ser eficientes en su uso.
Danilo Astori dijo en el primer número de la diaria Economía que sobre esa discusión “domina una cerrada visión económica que emana especialmente desde la OPP”. ¿Qué opina de esa apreciación?
No tengo tanta información. Quizás Astori la tenga por estar en el Senado. Yo creo que hay un equipo armónico. Las distintas oficinas son instrumentos, y los distintos cargos de confianza también son instrumentos. Cada gobierno puede tener un arreglo distinto a los anteriores. Puede haber un equipo económico en el que claramente el líder es el ministro de Economía, o en el que se sienta o no se sienta el presidente del BCU. También el reparto del trabajo presupuestal entre el Ministerio de Economía y la OPP es un tema que se puede arreglar en cada caso, según las características de quienes trabajen allí. O sea, no tengo elementos como para decir que aquí hay halcones y palomas, que es un poco lo que se desprende de la pregunta. Creo que hay un equipo armónico, no he visto disonancias públicas entre ellos; también es cierto que el tema económico no ha estado en el tapete como lo habría estado si no hubiera venido la pandemia.
¿Qué similitudes o diferencias hay entre la situación actual y la que había a comienzos de los 90, cuando también fue necesario introducir un ajuste fiscal importante?
Son situaciones muy distintas. En aquel momento tenías a Argentina con una hiperinflación que sacó a [Raúl] Alfonsín de la presidencia antes de plazo, venías de cinco años con sucesivos planes fracasados de estabilización en los dos vecinos. Apenas asumimos el gobierno, se vino la guerra del Golfo y el petróleo se multiplicó varias veces. Son situaciones incomparables. También había otra inflación que te daba otros recursos, y se había votado el plebiscito de los jubilados que subía, dejando todo constante, dos puntos del producto el gasto público. Lo único en común es que se hereda un déficit muy alto, pero son situaciones incomparables.
La LUC establece un marco general para abordar desafíos económicos, ¿están debidamente recogidos?
En general, sí. Hay otros desafíos que no van en la ley, como es una inserción internacional más inteligente que nos permita pagar menos aranceles en destino. Ese sería un capítulo aparte.
Sobre la reforma de la seguridad social, la LUC apenas da una señal en el sentido de crear una comisión de expertos, que debería instalarse y empezar a trabajar rápidamente. Cuanto antes empiece mejor; aunque no genere recursos en el corto plazo, importa la intertemporalidad de las finanzas públicas. A la regla fiscal no le veo poder, creo que es más bien un saludo a la bandera. Es como una señal de autocontrol, pero que no tiene enforcement. Hay que ver la reglamentación, pero no me parece algo decisivo.
La LUC también recoge temas de educación, seguridad, laborales y de unidades regulatorias. Ahí creo que es una pena que haya quedado por el camino lo del uso de la red de Antel por parte de otros operadores. Es como que las carreteras sólo las pudieran usar los autos oficiales. Las carreteras las usamos todos, y pagamos peaje por usarlas. No tiene sentido duplicar o triplicar una inversión en una red, porque no es rentable. Si uno la tiene, en todo caso que le saque una renta alquilándosela a los demás. Pero incluso en la coalición hubo quienes se opusieron a ese tipo de reforma. Ese es otro tema relevante de economía política. De esta coalición, ¿cuál es el común denominador de políticas que surge? Evidentemente no va a ser todo lo que el presidente quiere, y en algunos temas sería una pena que así fuera.
Ha manifestado que no le gusta la “desinclusión financiera”, ¿qué riesgos encierra?
Lo que me rechinaba era que se utilizara el argumento de la libertad, porque en definitiva no creo que vaya por ahí. Yo soy muy fiscalista, me pareció que la inclusión financiera es importante para controlar la evasión de impuestos. Si tenía algunos defectos, se podían corregir. Pero que me vengan con la bandera de la libertad no, no tiene nada que ver con esto. Dicen los expertos que el texto salió mejor que lo que entró en el Parlamento. De todos modos, creo que estaba bien con lo que se había hecho.
Mencionaba la reforma previsional, ¿imagina cambios sistémicos o terminará decantando por ajustes paramétricos?
Lo ideal sería que fuera total, incluso más amplia que la de hace 25 años. Pasó una generación y obviamente se requieren ajustes. Esto no debe sorprender a nadie, porque las variables sociodemográficas siguen evolucionando. Sería bueno que incluyera a todos los institutos previsionales, por lo menos los que dependen de las finanzas públicas. O sea, las cajas militar y policial. Eso es lo que yo creo que debería ser bueno que ocurriera. Ahora, hay que ver quiénes levantan la mano en el Parlamento para aprobarlo. Ahí es donde entran las dudas.
El presidente del BCU manifestó la intención de converger hacia una inflación más baja y se insinúa que podría haber cambios en el régimen de política monetaria. El cambio de régimen anterior ocurrió en un contexto similar al de hoy, con abundancia de liquidez internacional y tasas de interés domésticas altas que incentivaban el ingreso de capitales y presionaban a la baja el tipo de cambio. ¿Cómo evalúa ese tema?
Cuando se hizo el cambio de régimen, en el otoño de 2013, la lectura fue que lo hacían para tener más grados de libertad, porque la tasa es un instrumento muy rígido y es inequívoco en la información que transmite. En cambio, el régimen de agregados es mucho más difuso, no se lo sigue diariamente, e incluso puede haber desvíos que después se explican, como ahora, por el aumento de la propensión a la liquidez. Entonces, en este momento quizás ceder un grado de libertad puede no ser oportuno. Sin embargo, como política de mediano plazo coincido en que tendríamos que abandonar el verdadero rango en el que estamos, que es de 7%-9%, e ir a una inflación más parecida a la de México, Chile o Brasil.
Pero con tasas nominales altas se alienta el carry trade. El BCU viene bajando las tasas de corte de las letras de regulación monetaria en las últimas semanas. Desde ese punto de vista se nota un activismo. Pero si fijara una tasa de política monetaria, ¿cuál sería? Capaz que sería inconsistente con seguir bajando las tasas de las letras, no sé. Quizás no sea el momento de hacerlo. Sin embargo, está bueno que un nuevo gobierno se plantee en serio ir a una inflación en la primera mitad de la decena.
¿Cómo evalúa el panorama regional y sus perspectivas?
No soy optimista. Argentina lleva básicamente 70 años en torno a la misma tendencia, más allá de que en algún momento se alejó un poco. Tiene un gobierno que es un poco rehén de las corporaciones, muy poco liberal, con folletines muy atrasados en materia de comercio exterior, y que recurre permanentemente a los controles de cambios y restricciones al comercio. Además, tiene un Estado totalmente sobredimensionado. Por ahora se licúa el gasto con inflación. Pero eso no es una reducción, es una represión transitoria. Entonces no veo a Argentina saliendo de esto. Creo que Argentina va a seguir pasando por un período muy complicado, de muy poco crecimiento, y alternado inflaciones altas y defaults. En definitiva, eso es lo que ha pasado desde el Rodrigazo de 1975. De hecho, fue lo que pronostiqué a poco de asumir [Mauricio] Macri y fue lo que pasó. No veo que haya nada que lo cambie sustancialmente. En lo inmediato, el riesgo es que la inflación se acelere mucho. Por ahora está reprimida con un tipo de cambio oficial que va reptando muy despacio, con subsidios a la energía y servicios públicos, precios cuidados y cepos y restricciones que impiden que parte del dinero emitido se vaya al dólar.
Soy bastante pesimista con Argentina. Eso es un problema para nosotros. Tenemos al lado una fuente de shock externos que nos complica enormemente. Somos muy dependientes en turismo y compras, y si hoy se levantaran las fronteras y no hubiera pandemia, acá no quedaba nadie. Argentina es un vecino muy complicado y seguirá siéndolo.
Brasil es distinto. Es un imperio, y por ende tiene cierto grado de autarquía que lo hace distinto. Tiene una profundidad en los mercados de capitales domésticos que le permite emitir deuda, incluso en moneda nacional. Por eso el riesgo de un default es mucho más bajo o casi nulo, por más que la situación fiscal este año sea horrible. Tiene además un sector externo muy favorable, con una inversión extranjera directa que excede el déficit de cuenta corriente, una inflación controlada, tasas muy bajas y una moneda propia que permite que la política monetaria funcione. Pero tiene otros problemas. Es una economía muy cerrada y que crece muy poco. Ahora parece que van a retomar algunas de las reformas de [Paulo] Guedes, pero también enfrenta problemas políticos muy serios y tiene un presidente que corre riesgo de impeachment. Igual, me da mucho más miedo Argentina que Brasil.