“Actualmente, la igualdad de condiciones es más bien escasa. Son muy contados los espacios públicos que reúnen a las personas por encima de las diferencias de clase, raza… Cuatro décadas de globalización impulsadas por el mercado han comportado unas desigualdades de renta y riqueza tan pronunciadas que nos han conducido a llevar estilos de vida separados. Los adinerados y los humildes rara vez se encuentran en el transcurso del día. Vivimos, trabajamos, compramos y jugamos en lugares diferentes; nuestros hijos van a escuelas también distintas. Y, cuando la máquina clasificadora meritocrática ha hecho su trabajo, a aquellos a quienes ha dejado en la cima les cuesta mucho no pensar que merecen su éxito...” La tiranía del Mérito, Michael Sandel.
Hace unos días el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) presentó su informe regional para el desarrollo humano 2021, un amplio análisis que tituló: “Atrapados: Alta Desigualdad y Bajo Crecimiento en América Latina” y en el que destaca que nuestro continente se encuentra en una trampa de desarrollo. A pesar de décadas de progreso, mucho que podría desaparecer con la pandemia de covid-19, dos características de la región se han mantenido en gran medida inalteradas: la alta desigualdad y el bajo crecimiento. Estos dos factores están cercanamente relacionados e interactúan entre sí para crear una trampa de la que la región no ha podido escapar. La interrelación es notoria, se precisa crecer para sostener y financiar políticas que promuevan no sólo la erosión de las desigualdades, sino también el abordaje de la desintegración social. Nótese que el crecimiento entonces es condición necesaria, pero no suficiente para tales fines. Hacen falta políticas activas, decisiones y ejecución.
Estos patrones de desigualdad están fundamentalmente vinculados a los patrones de crecimiento de la región, caracterizados por la alta volatilidad y un desempeño mediocre. La acumulación de años con crecimiento negativo desde 1980 es una foto bien gráfica. Argentina acumula 18 años con caídas, Paraguay 10, y Uruguay y México 9 años. Además el citado informe identifican la concentración de poder, la violencia y sistemas de protección social que no funcionan bien como sustento de esa trampa al desarrollo. En cuanto a la concentración de poder, 77% cree que el sistema político gobierna para los interés de una minoría, en Uruguay ese guarismo alcanzó 58%. Además los índices de violencia son elocuentes. La región alberga sólo al 9 % de la población mundial, pero actualmente representa 34% del total de muertes violentas. Nuestros países también luchan contra formas de violencia no letales, incluida la violencia sexual, los robos y la trata de personas.
Si bien Uruguay tiene desempeños relativamente mejores versus el resto de los países de América Latina, vinculados a desigualdad y pobreza, tiene un amplio rango de materias pendientes. Sin reiterarnos sobre los elevadísimos niveles de deserción, el último informe del Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEEd) resalta el crecimiento en los niveles de segregación socioeconómica de nuestro sistema educativo a nivel de primaria y constante en secundaria, que a su vez inciden en los resultados académicos de los alumnos. En las escuelas privadas no hay niños de contexto muy desfavorable, y sólo 4,3% de los que concurren a este tipo de centros son de contexto desfavorable, mientras que 80% de los alumnos provienen de hogares en situación muy favorable. Por ello, más allá de centrar la discusión pública sobre los índices de pobreza medida por el ingreso, como fenómeno multidimensional y multifactorial, debemos avanzar sobre los estresores que nos desintegran como sociedad y reproducen brechas a posteriori insalvables.
Atrapados, la mayoría de nuestro tiempo, en nuestras rutinas y día a día, aceptando ese transcurrir, sin pausas. Atrapados inconscientes en nuestros círculos y circuitos, hasta que te encontrás identificado con genuinas descripciones de una realidad fragmentada. El desafío de la integración social es demasiado complejo, y parece ser un rasgo distintivo de nuestro tiempo a nivel global.
La selección del texto del comienzo no pretende de modo alguno señalar con el dedo o transferir responsabilidades a terceros. En esta última columna del año creí necesaria la autorreferencia, compartir mi sentimiento, como simple integrante de esta sociedad, de responsabilidad y mea culpa. En el mes de los deseos, ojalá estas líneas sirvan de disparador reflexivo, para en conjunto encontrar caminos de reencuentro.