La información sobre desigualdad de acceso abierto, transparente y confiable es un bien público mundial que contribuye a fortalecer la democracia. Y no es un bien abundante, pese a que vivimos en un mundo inundado de datos. Para revertir esta situación, el Laboratorio Mundial de Desigualdad (WID por sus siglas en inglés) trabaja conjuntamente con una amplia red de instituciones estadísticas, autoridades fiscales, universidades y organizaciones internacionales para armonizar, analizar y difundir información sobre la dinámica de las desigualdades globales.1

La foto al día de hoy

Según su último informe, divulgado esta semana, el 10% más rico del mundo captura actualmente 52% del ingreso mundial, mientras que la mitad más pobre de la población se queda con 8,5%. Estas diferencias son más pronunciadas en el caso de la riqueza, dado que la porción que le corresponde al tramo superior asciende a 76% de la riqueza total.

A nivel geográfico, la desigualdad varía significativamente. En un extremo, la participación del 10% más rico en Europa se ubica en torno a 36%, casi el doble respecto de la participación de la mitad inferior de la distribución del ingreso. En el otro extremo, en Oriente Medio y África del Norte, el 10% de mayores ingresos captura 58% del ingreso total, 50 puntos porcentuales más que la mitad inferior de la distribución. En el caso de América Latina la brecha es menor, pero no muy distinta: el 10% superior captura 55% de la renta nacional (mientras que el 50% de menores ingresos se apropia de 10%).

Obviamente, como evidencia el gráfico 1, las disparidades son mucho más pronunciadas en el caso de la riqueza. En particular, en nuestra región el 10% más pudiente se corresponde con 77% de la riqueza total, al 40% del medio le toca 22% de ese total y al 50% restante le queda apenas 1%.

Foto del artículo 'Una nueva radiografía sobre la desigualdad global'

La película más larga

Pese a que la desigualdad viene creciendo en la mayoría de los países desde hace dos décadas, las diferencias entre países se han ido reduciendo. Al día de hoy, la brecha entre los ingresos medios del 10% de individuos más ricos y los ingresos medios del 50% de los individuos más pobres se redujo de alrededor de 50 veces (en 1980 era 53) a poco menos de 40 veces. Con este movimiento, las desigualdades globales se aproximan a los niveles observados durante los primeros compases del siglo XX (gráfico 2).

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En paralelo, las desigualdades se incrementaron marcadamente a la interna de los países. La brecha entre los ingresos promedio del 10% superior y el 50% inferior de las personas al interior de las economías casi se duplicó, pasando de 8,5 veces a 15 veces. Producto de estos dos fenómenos, las desigualdades dentro de los países superan actualmente las desigualdades observadas entre los países. A este respecto, el informe revela que la importancia de la desigualdad entre países en la desigualdad global general aumentó entre 1820 y 1980 y luego disminuyó fuertemente desde entonces.

Concretamente, en 1820 la desigualdad entre países representaba el 11% de la desigualdad mundial (el grueso de las inequidades se explicaba por las disparidades dentro de las fronteras nacionales). Ese porcentaje fue en constante ascenso hasta 1980, cuando las diferencias entre países llegaron a explicar el 57% de la desigualdad total. Desde entonces ha venido descendiendo hasta situarse, en 2020, en torno a 32%.

Como destaca el reporte, la proporción de ingresos que capta actualmente la mitad más pobre de la población mundial “es aproximadamente la mitad de lo que era en 1820, antes de la gran divergencia entre los países occidentales y sus colonias”. Dicho de otra manera, queda por recorrer un largo trayecto para revertir las inequidades globales que se generaron entre mediados del siglo XIX y mediados del XX producto de la forma en que se organizó la producción mundial.

Naciones más ricas, gobiernos más pobres

En el correr de las últimas cuatro décadas los países han incrementado su riqueza, pero sus gobiernos se han empobrecido, una tendencia que se acentuó luego de la irrupción de la pandemia: en los últimos veinte meses los gobiernos tomaron prestado el equivalente a 10-20% del PIB, esencialmente del sector privado. “La participación de la riqueza en manos de los actores públicos es cercana a cero o negativa en los países ricos”; la totalidad de la riqueza está en manos privadas.

Esto, naturalmente, restringe las capacidades estatales para abordar la dinámica de la desigualdad y el resto de los desafíos que tenemos por delante a nivel global, como el cambio climático.

En este marco, la expansión de la riqueza privada también ha sido desigual dentro de los países y a nivel mundial. En ese sentido, los multimillonarios han ido capturado una parte desproporcionada del incremento que experimentó la riqueza durante las últimas décadas: el 1% superior se quedó con 38% de toda la riqueza adicional acumulada desde mediados de los 90, mientras que el 50% inferior capturó apenas 2%.

Por un lado, las tasas de crecimiento de la riqueza entre la mitad más pobre de la población se ubicaron entre 3% y 4% anual entre 1995 y 2021. Obviamente, ese crecimiento operó sobre niveles de riqueza muy bajos, porque el salto de nivel no fue muy significativo (en términos absolutos). Por otro lado, las tasas de crecimiento observadas para el 1% más rico fueron más elevadas, y crecen significativamente hacia el extremo más alto de la población (gráfico 3).

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En este contexto, durante el último cuarto de siglo la participación de la riqueza mundial propiedad del 0,01% más rico creció de 7% a 11%. La pandemia también apuntaló la porción de riqueza en manos de los multimillonarios, que pasó de 1% a 3% durante esa ventana de tiempo. En efecto, “2020 marcó el aumento más pronunciado registrado en la participación de los multimillonarios en la riqueza del mundo”.

La proporción de la riqueza correspondiente a los multimillonarios aumentó de 1% de la riqueza total de los hogares en 1995 a casi 3,5% en la actualidad. “El umbral de 0,01% superior, compuesto por 520.000 adultos, pasó de 693.000 euros en 1995 a 16.666.000 euros en la actualidad”.

Desigualdades de género

Esta edición del informe proporciona las primeras estimaciones de la desigualdad de género en los ingresos globales: la participación de las mujeres en los ingresos laborales totales se acercó a 30% en 1990 y se sitúa en menos de 35% en la actualidad; los hombres representan el 64% de los ingresos laborales totales. En ese sentido, los avances registrados durante las últimas décadas fueron menores y con una dinámica bien diferenciada entre países que pautó retrocesos en varias regiones.

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La participación de los ingresos femeninos en los ingresos laborales mundiales fue de 31% en 1990 y se acerca a 35% en 2015-2020

La desigualdad en las emisiones de carbono

Como alerta el informe, las desigualdades mundiales de ingresos y riqueza están estrechamente relacionadas con las desigualdades ecológicas y las desigualdades en las contribuciones al cambio climático. Según los cálculos del WID, “los seres humanos emiten 6,6 toneladas de dióxido de carbono equivalente (CO2) per cápita por año”. Detrás de esta cifra las realidades son muy heterogéneas: el 10% superior de los emisores es responsable de cerca de 50% de todas las emisiones, mientras que el 50% inferior produce 12% del total.

Un dato interesante es que estas desigualdades no pueden simplificarse al contrastar la situación de los países pobres y los países ricos, dado que hay grandes emisores en países de ingresos bajos y medianos y bajos emisores dentro del universo de países más desarrollados. A modo ilustrativo, “en Europa el 50% más pobre de la población emite alrededor de cinco toneladas al año por persona; el 50% inferior en el este de Asia emite alrededor de tres toneladas y el 50% inferior en América del Norte alrededor de 10 toneladas”. Esto difiere significativamente con las emisiones del 10% superior en estas tres regiones: 29 toneladas en Europa, 39 en Asia Oriental y 73 en América del Norte.

Según los investigadores, la mitad más pobre de la población en los países ricos ya se encuentra alineada con las metas climáticas de cara a 2030 establecidas por los países ricos (si estas metas se expresan en términos per cápita). Sin embargo, esto no ocurre con la mitad superior de la población, por lo que las políticas climáticas deberían apuntar más a los contaminadores ricos. Al momento, “las políticas climáticas, como los impuestos al carbono, a menudo han impactado de manera desproporcionada a los grupos de ingresos bajos y medianos, sin modificar los hábitos de consumo de los grupos más ricos”.

”Redistribuir la riqueza para invertir en el futuro”

En función de todo lo anterior, esta edición del informe despliega varias opciones de políticas para redistribuir la riqueza pensando en los desafíos que se abren más allá de 2021 y revisten un horizonte temporal de largo plazo.

Dado el alto grado de concentración de la riqueza, es posible generar importantes ingresos a partir de impuestos progresivos poco ambiciosos. En ausencia de cambios en este sentido, parece difícil lograr un abordaje exitoso de las problemáticas que se acumulan hacia las próximas décadas (problemáticas preexistentes a la pandemia, pero exacerbadas por esta).

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El cuadro 1 ilustra las ganancias de ingresos que provendrían de un modesto impuesto progresivo sobre el patrimonio de los multimillonarios globales. “En nuestro escenario, encontramos que el 1,6% de los ingresos globales podría generarse y reinvertirse en educación, salud y transición ecológica”.

Como señalan los investigadores, el surgimiento de los estados de bienestar modernos en el siglo XX permitió importantes progresos en materia de salud, educación y generación de oportunidades para contingentes mucho más amplios de la población. Y ese surgimiento estuvo vinculado al “aumento de tasas impositivas progresivas y pronunciadas”, por lo que “será necesaria una evolución similar para abordar los desafíos del siglo XXI”. Por el momento, los movimientos recientes en el frente de la fiscalidad internacional van en ese sentido.


  1. El autor principal del reporte es Lucas Chancel, que fue coordinado por Thomas Piketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman.