En relación con nuestro país, Iglesias entiende que, aunque no lo parezca, “hoy hay más coincidencias que disidencias” y que “vale la pena reflexionar sobre la posibilidad de un gran programa de inversiones económicas y sociales del sector público aprovechando los bajos costos del dinero y la posibilidad de asociar el programa al capital privado”; “ojalá que, enfrentados a una crisis histórica como la que estamos viviendo, podamos acordar visiones compartidas” para “asegurar la vitalidad de una sociedad fiel a sus valores democráticos y a la justicia social”.
Previo a la irrupción de la pandemia, ¿estábamos asistiendo a un quiebre del orden económico vigente desde la posguerra en materia de cooperación e integración?
Para simplificarle la respuesta, le diría que al final de la guerra en 1945 las potencias dominantes, y en especial Estados Unidos, apostaron a tres grandes políticas: la democracia como forma de gobierno, el mercado como instrumento de desarrollo económico y social, y un orden internacional multilateralmente acordado. Estos tres pilares funcionaron en los últimos 75 años con distinta suerte. Hoy los tres están crujiendo.
Las democracias ven un resurgimiento de gobiernos autoritarios, el mercado está cada vez más interferido por las políticas públicas y el multilateralismo está haciendo agua. La Organización Mundial del Comercio es un ejemplo. No sé cómo evolucionarán estos tres pilares, pero sí creo que se inicia un cambio de época con fuertes tensiones que habrá que administrar para reducir sus costos, tanto económicos como sociales. Es así como lo veo.
¿Qué procesos fueron responsables de la emergencia de líderes como Donald Trump o de fenómenos como el brexit?
El origen de esos problemas que usted señala tiene raíces profundas en la sociedad contemporánea. Mi visión es la de trabajar en el área económica. Como decía, ese orden está siendo desafiado desde distintos ángulos. Como siempre, reaparecen los grandes factores que han dividido a la humanidad desde siempre: los problemas de raza, religiones y nacionalismos.
El nuevo orden internacional ayudó a reducir la pobreza, pero no redujo la desigualdad. Y esta desigualdad está alimentando la desconfianza de las clases medias en la democracia. Los sectores que han ascendido temen retroceder y los más avanzados temen no seguir avanzando y miran con desconfianza a las clases altas. Esto lleva a los desbordes políticos que hemos conocido últimamente.
¿Estamos ante una transición hegemónica entre Estados Unidos y China?
El crecimiento de China es un éxito notable. El producto nacional superará pronto al americano. Por supuesto, con casi cinco veces más de población. Son dos modelos en competencia política con los mismos instrumentos económicos. Ambos apuestan al mercado y a la inversión privada.
El caso chino es un gran ejemplo del potencial del mercado para crecer, pero se distancian en el papel del Estado: uno apuesta a la autoridad de las fuerzas del mercado y el otro, a la autoridad de las políticas públicas. Estoy simplificando, por supuesto. Pero esto lleva potencialmente a conflictos en las relaciones económicas y competencias en el liderazgo político en el mundo. Lo ideal sería convivir con una sana competencia económica y tecnológica en beneficio de ambos países y del mundo. Un enfrentamiento siempre sería negativo para todos. Dependerá de la sabiduría política de las dirigencias de ambos países para administrar la competencia. Las experiencias históricas demuestran que esto no será fácil.
A un año de comenzada la pandemia, ¿cómo evalúa su impacto a la luz de otros episodios históricos?
Yo no soy científico para darle una respuesta fundamentada, pero veo que hemos vivido con pandemias a lo largo de la historia de la especie humana. Los costos de esta pandemia son bajos relativamente en materia de decesos, pero lamentablemente son crecientes los afectados y hasta ahora muy concentrados en mi grupo social, el de los mayores. Pero también le destaco que la gran diferencia es que nunca en la historia de las pandemias la comunidad científica fue capaz de responder en pocos meses a la generación de vacunas. Eso deja un espacio para el optimismo prudente.
¿Deja alguna lección a futuro?
Por cierto. La gran lección de esta pandemia, por su extensión y profundidad, es el haber generado complicados fenómenos sociales y económicos. Se constituye en una forma de guerra contra la economía y contra la sociedad. Como en todas las guerras, las sociedades deben enfrentarlas unidas. Esa es la primera lección de la historia. La otra es que debemos respetar mucho más a la naturaleza, recordar que somos una especie más conviviendo con miles de especies. Y para sobrevivir, eso obliga a respetar a la naturaleza, como nos recuerdan los científicos.
2019 fue un año de turbulencia regional, con varios episodios de inestabilidad política y social que tuvieron derivadas violentas. Sobre esa base, la irrupción de la covid-19 generó un deterioro adicional con especial impacto sobre los segmentos más vulnerables de la población. ¿Hay un tronco común detrás de esos episodios, además del precio de las materias primas?
Tengo muchos años en contacto con las realidades de mi país y de la región, y quiero decirle que no recuerdo un momento tan complejo y confuso del panorama latinoamericano como el que estamos viendo. En todos los órdenes, tanto en el político como en el social y el económico. Y créame que lo que más siento es el silencio de América Latina en el mundo. Después de haber sido pioneros en el regionalismo y en el internacionalismo, hoy vamos a la zaga de Asia o África. Difícil de entender para los que siempre apostamos a la integración regional y a la acción conjunta de América Latina. Quizás faltó la respuesta de los sectores políticos a los nuevos desafíos o quizás fuimos muy ingenuos. Pero en lo personal, sigo creyendo que aquel esfuerzo valió la pena.
¿Se puede esperar nuevas olas de inestabilidad generalizada en el corto plazo?
Sí, se puede. Los recientes movimientos, la oscilación de los precios de las materias primas son un buen ejemplo. El hecho de que los países desarrollados hayan recurrido masivamente al crédito y a la emisión monetaria para hacer frente al gasto social deja abierta la situación a potenciales sorpresas en la conducta de los mercados. Es cierto que hicieron bien. No tenían otra alternativa frente a los impactos, la crisis en el empleo o en la sobrevivencia de las empresas, pero administrar estos procesos puede generar inestabilidades.
¿Cuál es su visión sobre las perspectivas de América Latina en los próximos años?
El futuro es preocupante, pero no debemos caer en un pesimismo paralizante. Todas las crisis han tenido costos sociales y económicos, pero también han abierto las puertas a nuevas oportunidades. El problema de esta crisis es que precipitó muchos cambios promovidos por la tecnología que normalmente se habrían producido en diez o 15 años, facilitando el ajuste. Ese es el problema.
Pero cuando veo a la región con su dotación de recursos, en alimentos, en energía, en tierras, en metales, en recursos forestales, en agua, con toda la variedad de climas, me viene a la mente el famoso dicho de la maldición de los recursos naturales en los países petroleros. En la mayoría de los casos la abundancia de la riqueza petrolera abortó un desarrollo equilibrado. A lo mejor algo de eso ocurre en nuestra región, donde la abundancia de recursos naturales paralizó la capacidad de innovación y de crecimiento en varios países.
Creo y se ha dicho que uno de los rasgos más positivos de nuestra estructura política es la adhesión generalizada de la sociedad al sistema democrático con instituciones y partidos y el sentirnos orgullosos de ello
Desde una perspectiva regional, ¿hay algo de excepcionalidad en Uruguay o es algo que nos gusta creer?
Yo creo que sí. Creo y se ha dicho que uno de los rasgos más positivos de nuestra estructura política es la adhesión generalizada de la sociedad al sistema democrático con instituciones y partidos y el sentirnos orgullosos de ello. Esto nos ha llevado a construir una sociedad muy apegada a los valores de clases medias, que valoran la igualdad y la democracia. Yo creo que eso es una excepcionalidad positiva. No ignoro problemas subyacentes, pero nos gusta creer y apoyar a nuestra democracia y a nuestra forma de vida.
Y comparados con nuestra propia historia, ¿hay algo de singularidad en el Uruguay pos 2002?
Le reitero que no quiero presumir de analista político, sólo de practicante de la economía, pero desde ese punto de vista, los años que siguieron al 2002 nos trajeron un activo político nada menor, a mi ver, y es que los grandes partidos políticos de la época han sido gobierno y oposición. Tuvieron que contrastar los grandes objetivos con las realidades del gobierno. Creo que eso debe ser un activo para un diálogo político para enfrentar con acuerdos básicos los grandes esfuerzos de gobernar que requiere la actual coyuntura.
¿Cómo nos encontró la pandemia?
Yo creo que el gobierno actuó bien ante la sorpresa de la pandemia apenas llegado al poder. El gobierno apeló a la responsabilidad de la sociedad y a la opinión de un excelente equipo de científicos. Y contó con un sistema sanitario que no es perfecto, pero está en la primera línea de seriedad de las experiencias regionales. Y además contamos con un conjunto de políticas sociales que es un buen activo para enfrentar los costos sociales de las clases más afectadas.
Lo que no pudimos anticipar es que era muy difícil permanecer aislados, estando rodeados por millones de personas con altos niveles de contagio. Fuimos mirados con admiración por la comunidad internacional y aún hoy los índices de mortalidad se comparan bien con relación al resto del mundo. Creo que es importante informar permanentemente a la opinión pública, seguir los consejos de los científicos y estimular la solidaridad social a la espera de la llegada de las vacunas.
Creo que es importante informar permanentemente a la opinión pública, seguir los consejos de los científicos y estimular la solidaridad social a la espera de la llegada de las vacunas
¿Cómo evalúa la respuesta de política económica ante la crisis?
Los efectos de la pandemia sobre la economía han sido administrados con la capacidad de respuesta del Presupuesto y de las políticas sociales, que son pioneras en la región. Pero me temo que esa situación no va a durar y que la gestión de los problemas sociales será más difícil, especialmente porque esta pandemia tiene impactos muy serios sobre el empleo y sobre la sobrevivencia de las pequeñas y medianas empresas, y con ello golpea duramente a los sectores populares de bajos ingresos.
Su pregunta me hace reflexionar sobre los impactos macroeconómicos y sociales, que van a durar mucho más tiempo que lo que anticipamos a inicio de la pandemia. En ese caso la disponibilidad de recursos presupuestarios y de las políticas sociales existentes pueden ser insuficientes y los países se podrían ver forzados a recurrir al endeudamiento internacional. El Fondo Monetario Internacional y los bancos de desarrollo deberán apoyar, como ya han puesto de manifiesto.
Ante el deterioro reciente de la situación sanitaria, ¿puede resultar arriesgado otorgarle al sector privado un protagonismo central como motor de la recuperación?
Debo decirle que respeto mucho la preservación de los balances macroeconómicos, como es igualmente importante reconocer que la inversión privada es lo que nos permitirá dar respuestas sólidas al empleo y al crecimiento en el largo plazo. Pero me parece irreal pensar que la solución va a venir ahora en forma masiva del sector privado. Ojalá fuera así. Eso me lleva a apuntar a nuevas medidas de estímulo impulsadas por el sector público. Es esto lo que están haciendo, con muchos más recursos, los países desarrollados. Yo creo que vale la pena reflexionar sobre la posibilidad de un gran programa de inversiones económicas y sociales del sector público, aprovechando los bajos costos del dinero y la posibilidad de asociar el programa al capital privado.
Acabo de leer que Nueva Zelanda ha logrado notorios éxitos en la lucha contra la pandemia. Está poniendo en marcha un programa de inversiones gerenciado por un consejo técnico. Pienso que en ese programa podrían caber soluciones a las carencias de la infraestructura, a los viejos problemas sociales o a programas innovadores de educación de las generaciones jóvenes o al desarrollo tecnológico.
Creo que valdría la pena explorar la potencialidad de un gran programa de inversiones que pueda proyectarse en el próximo trienio. Así como hay que salir a apoyar a los sectores que han perdido sus ingresos, y en especial hay que actuar en apoyo a la subsistencia de las micro, pequeñas y medianas empresas, que son la mayoría absoluta de las empresas del país y las más golpeadas por la violencia de la crisis. Ayudarlas no sólo a sobrevivir, sino también a modernizarse, tema nada fácil pero urgente y necesario.
El país conoce sus problemas y, aunque no lo parezca, yo creo que hoy hay más coincidencias que disidencias. Le repito: ojalá que, enfrentados a una crisis histórica como la que estamos viviendo, podamos acordar visiones compartidas para enfrentar la crisis generada por la pandemia y así asegurar la vitalidad de una sociedad fiel a sus valores democráticos y a la justicia social
Una vez superada esta crisis, y considerando una ventana de tiempo más amplia, ¿cuáles son los principales desafíos de mediano plazo?
Creo que el país conoce sus problemas y dispone de un amplio grupo de técnicos en materia económica y social, en un número que nunca tuvo en el pasado. También están llegando las generaciones jóvenes a la vida política. Los activos están ahí. Claramente el aumento de la inversión por parte del sector privado es un instrumento fundamental, como también lo son las reformas en los sectores educativo y tecnológico o los grandes desafíos de la seguridad social, hoy analizados por una comisión que lidera brillantemente el amigo [Rodolfo] Saldain.
En una palabra, el país conoce sus problemas y, aunque no lo parezca, yo creo que hoy hay más coincidencias que disidencias. Le repito: ojalá que, enfrentados a una crisis histórica como la que estamos viviendo, podamos acordar visiones compartidas para enfrentar la crisis generada por la pandemia y así asegurar la vitalidad de una sociedad fiel a sus valores democráticos y a la justicia social. Creo que es deseable y posible.