Lo que pasa que los [] (rellene el casillero con el primer adjetivo discriminador que se le venga a la mente, por ejemplo, pobres, negros, venezolanos, etcétera) no quieren trabajar.
La frase anterior ha sido dicha (y por lo tanto, escuchada) muchísimas veces. Sin ir más lejos, un consejal de Maldonado del Partido Nacional la expresó recientemente tras el sorteo para los Jornales Solidarios, una vez que se conoció la decisión de la Intendencia de dicho departamento de no aplicar la cuota que garantizara 8% de los puestos para población afrodescendiente.1 Sin entrar en las lamentables expresiones racistas por parte del consejal (y el silencio, también preocupante, de los demás integrantes del Concejo del Municipio de Maldonado por el Partido Nacional), me enfocaré en aportar evidencia empírica que permita entender el vínculo entre la pobreza y el mercado laboral. Asimismo, trataré de abordar la veracidad o falsedad de la afirmación mediante tres aristas: una a nivel macro (analizando la oferta laboral según situación de pobreza), otra a nivel empírico (como ejemplo de respuesta comportamental al ofrecimiento de un puesto de trabajo) y finalmente un análisis descriptivo según condición de actividad de las 400.000 personas que se ubican por debajo de la línea de pobreza.
La participación laboral de las personas pobres: te sigo buscando como enfermo al remedio
Mucho se ha hablado de la pobreza infantil y con toda razón. Es una realidad que las tasas de pobreza en niños, niñas y adolescentes son cercanas a 20% en los últimos años. También es una realidad que de las 100.000 personas que cayeron en situación de pobreza en 2020, 35.000 son menores de 18. Ahora bien, es importante tener en cuenta que el indicador de pobreza oficial en Uruguay (al menos hasta el momento) se construye a partir del método del ingreso y es a nivel de hogar. Esto implica que aquellos niños, niñas y adolescentes que residen en hogares en situación de pobreza que viven con madres, padres o familiares cuyos ingresos no son suficientes para superar la línea. De ahí la importancia de no dejar atrás el vínculo entre pobreza y mercado de trabajo. Más aun si se tiene en cuenta que dos tercios de los ingresos de los hogares (sin contar el valor locativo) se explica por ingresos laborales. En el primer quintil (20% de los hogares más pobres), casi 60% del ingreso del hogar, proviene de fuentes laborales, y menos de la quinta parte proviene de transferencias no contributivas.
Ahora bien, cabe preguntarse qué ha ocurrido con la tasa de actividad en los últimos años. Este indicador nos da una aproximación acerca de cuál es la oferta de trabajo, ya que nos indica la proporción de personas mayores de 14 años que está trabajando o buscando activamente empleo. Como se observa, la tasa cae sistemáticamente para las personas que no se encuentran en situación de pobreza, en tanto que, para las personas por debajo de la línea de pobreza, la tendencia es estable.
Podría argumentarse que estos movimientos en la oferta laboral son fruto de transiciones hacia dentro y fuera de la pobreza. Es decir, alguien podría exponer que el hecho de que la tasa de actividad caiga menos en el último año para las personas en situación de pobreza se debe a que, personas que en 2019 eran económicamente activas y no eran pobres, en 2020 pasaron a ser pobres, pero continuaron siendo económicamente activos. Es una posibilidad. Algo similar podría argumentarse para los años previos. Lamentablemente la falta de datos de panel hasta el momento no nos permite corroborar dicha afirmación.
Los datos también muestran que la pobreza se mantuvo en niveles relativamente estables entre 2015 y 2019, con un incremento para todos los grupos de edades en el último año. No parece descabellado asumir que el núcleo duro de pobreza (que se ubica en torno a 8% para las personas de entre 18 y 64 años) es el mismo, o al menos bastante parecido, en 2015 y en 2019.
Si las personas que dejaron de ser económicamente activas hubieran transitado hacia la pobreza (ceteris paribus), tendríamos que haber visto un incremento del fenómeno en ese período y un descenso en la tasa de actividad para el conjunto de las personas pobres. Por el contrario, si las personas económicamente activas hubieran salido de la pobreza (ceteris paribus), tendríamos que haber visto un descenso del fenómeno en ese período y un aumento en la tasa de actividad para el conjunto de las personas no pobres. Si hubiesen ocurrido simultáneamente cambios de composición, la pobreza se hubiera mantenido estable, pero tendríamos que haber observado un descenso en la tasa de actividad de las personas pobres y un aumento en la tasa de actividad de las personas no pobres.
Nada de esto ocurrió. Es decir, con los datos disponibles en la actualidad, lo que podemos concluir a nivel macro es que la oferta laboral de ambos grupos de personas es similar (la tasa de actividad para 2020 fue de 60,7% para personas por encima de la línea de pobreza y 58,9% para personas por debajo de la línea). Por lo tanto, “las ganas de trabajar” no parecerían ser una explicación razonable de la pobreza.
La suerte de encontrarte alguna vez y sentir que para casi todo hay solución
Lo que ha acontecido semanas anteriores con el Programa Jornales Solidarios debería echar aún más luz sobre el comportamiento de la oferta laboral. Se inscribieron un total de 250.000 personas por una remuneración de $ 12.500, sabiendo que el trabajo llega a su final en el semestre próximo. Más de la mitad de las inscriptas fueron mujeres, mientras que dos tercios fueron personas del interior. Si se tiene en cuenta la cantidad de población entre 18 y 64 años, se observa que en los departamentos del norte (afectados tanto por las condiciones sanitarias como por las sociales) se inscribieron entre el 16 y 21% de las personas en ese tramo de edad.
Los puestos ofrecidos por los gobiernos departamentales ascienden apenas a 15.000, por lo que, aun descontando las personas que BPS dio de baja por no cumplir con los requisitos, la demanda de trabajo no alcanza siquiera a cubrir 7% de la oferta. Dicho de otra manera, la cantidad de inscriptos supera más de 15 veces a los puestos disponibles. En los departamentos del norte y en la capital esa relación es aún más profunda: por cada puesto disponible hay 20 personas inscriptas. Estos datos reflejan la necesidad de políticas públicas más activas en materia de empleo y parecerían indicar que el problema no viene por el lado de “las pocas ganas de trabajar”, sino de la insuficiencia de la demanda o la escasez de puestos para cubrir las necesidades de la gente. Ante un sector privado deprimido y reticente a contratar nuevos trabajadores la respuesta del sector público debería haber sido muchísimo más contundente.2
El trabajo para el pobre en esta parte del mundo
Para finalizar vale la pena preguntarse cómo se compone el conjunto de 400.000 personas que hoy se ubica por debajo de la línea de pobreza y analizar cuál es su condición de actividad. Los datos indican que existen 120.000 de este conjunto de personas que están ocupadas: 45% son asalariados y 55% son trabajadores por cuenta propia). Al mismo tiempo, 40.000 están desocupadas, es decir, están buscando activamente empleo, pero no lo están encontrando. Es decir, cada 10 personas por debajo de la línea de pobreza, 4 son económicamente activas.
¿Podría concluirse que los 6 restantes no quieren trabajar? Claramente no. Para empezar, porque como fue dicho al comienzo, la pobreza es un fenómeno infantilizado: 135.000 niños y niñas menores de 14 años se encuentran en situación de pobreza. Para seguir, porque existen 15.000 personas pobres que ya están jubiladas. Entonces de las 6 personas pobres que no eran económicamente activas, hay 4 que no estarían en condiciones de trabajar (o bien porque no tienen la edad legal para hacerlo, o porque trabajaron en el pasado y hoy se encuentran jubiladas).
Entonces, ¿las otras 2 personas que restan efectivamente no tienen ganas de trabajar? La respuesta también parecería ser negativa. Estas 2 personas que representan a 100.000 (descontando a los jubilados) se compone de la siguiente manera: 47.000 estudiantes y 37.000 mujeres que realizan los quehaceres del hogar (trabajo no remunerado). Y el resto entra en la categoría “otros inactivos”. Entonces, como máximo (y digo como máximo dado que en la categoría “otros inactivos” pueden entrar personas que no estén en condiciones de trabajar como, por ejemplo, aquellas que sufren discapacidad severa), habrían 15.000 personas por debajo de la línea de pobreza cuya situación podría llegar a vincularse con la falta de esfuerzo. Por lo tanto, tendríamos 97% de las personas en situación de pobreza que o tienen un vínculo con el mercado laboral (40%), o realizan trabajo no remunerado (9%), o son estudiantes (11%), o no estarían en condiciones de trabajar ya sea porque son menores de 14 años o porque ya están jubilados (37%).
La falsedad de la afirmación inicial parece ser más que clara y así lo marca la evidencia empírica. Es importante para la política pública y para la ciudadanía en su conjunto comenzar a desmantelar esta creencia que se encuentra profundamente arraigada en ciertos sectores de la sociedad, que no cuenta con ningún sustento empírico y sólo se basa en prejuicios. La literatura económica reciente ha hallado evidencia sobre el impacto que tienen las concepciones de justicia en las preferencias redistributivas. Cuanto mayor es la creencia de que la pobreza es causada por la falta de esfuerzo, menor es el apoyo a las políticas redistributivas.3 La evidencia empírica disponible no sustenta este prejuicio y, por lo tanto, se vuelve de especial relevancia para la política pública darla a conocer, ya que eso podría tener impacto en el comportamiento de la población hacia el apoyo a las políticas redistributivas, tan necesarios en un país de alta desigualdad como Uruguay.
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Para mayor detalle ver nota de la diaria disponible en https://ladiaria.com.uy/maldonado/articulo/2021/5/es-que-los-negros-no-quieren-trabajar-la-frase-de-un-concejal-nacionalista-que-fue-repudiada-en-una-declaracion-publica-del-fa-de-maldonado/ ↩
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Ver entrevista a Tamara Schandy publicada en la diaria el 10/05/21 ↩
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Ver, por ejemplo, Alesina, A. Stancheva S. & E. Teso (2017); y Ashok, V. Kuziemko, I. & E. Washington (2015). ↩